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Lanús para principiantes

BUENOS AIRES -- El público argentino está acostumbrado a que en las instancias decisivas (clásicos, finales) los equipos, en lugar de ofrecer un plus, decaigan. Jueguen atados, atemorizados, siempre por debajo de sus posibilidades. Se hecho una ley.

Y las excusas de rigor aluden a la presión, a la demanda caníbal de éxito que campea en estas tierras y al consecuente pánico a la derrota.

Lo cierto es que, a la inversa de lo que sucede, por ejemplo, en Europa, los partidos más importantes de la Argentina tienden a ser los más deslucidos. Una proporcionalidad inversa que ha dejado de ser curiosidad para naturalizarse.

Por eso Lanús es un campeón sorprendente. Un contraejemplo. En la gran final, en la que acaso no era el candidato cantado ya que enfrentaba a un grande en levantada, apareció su mejor versión. En lugar de inhibirlo, el partido desenlace del torneo transicional lo encendió. Lo motivó a punto tal que expuso como nunca su enorme repertorio de recursos.

Sacó a relucir un temple que creíamos perimido, devorado por el conformismo. Eso sí que es corroborar la personalidad de campeón.

La primera jugada de Miguel Almirón (de actuación deslumbrante) pintó de un trazo la actitud de Lanús. El paraguayo se mandó una corrida de sesenta metros apilando rivales casi hasta el arco de Torrico. Les informó al rival y al público en general que estaba dispuesto a comerse la cancha. A romperla. A no dejar escapar esa oportunidad que la vida deportiva otorga con cuentagotas.

Y así ocurrió con todo el equipo. En lugar de sufrir la final, de encararla con prudencia por su carácter excepcional, en lugar de deponer su fútbol festivo dada la seriedad del evento, dio una función de gala. Desplegó un verdadero compendio de su enorme capacidad.

Fue una especie de lección breve. Un Lanús para principiantes.

Quienes no hubieran tenido la posibilidad de verlo en el resto del campeonato, pudieron apreciar y disfrutar su esplendor. Su prepotencia ofensiva (con cualquier resultado, suma por lo menos cuatro jugadores en ataque), su circulación de pelota (un toque que por momentos humilló a San Lorenzo), su solidez defensiva. Y, sobre todo, su personalidad, la confianza en sus posibilidades y el permiso para explotarlas.

Hasta esa delicadeza de salir por abajo desde el arco, aún con una cancha llena de barro (el riesgo calculado que Lanús pretende tomar sin distinción de escenarios), sonó a declaración de principios.

En rigor, el equipo de Jorge Almirón no hizo nada distinto a lo que exhibió en el resto del torneo. Solo que, habiendo ganado su zona con holgura, quedaba ver si, en un duelo a matar o morir, con el mejor del otro barrio, ese rendimiento se mantenía. No sólo se mantuvo. Se magnificó por las circunstancias.

Eso hace de Lanús uno de los mejores campeones –más dignos, más indiscutibles– de los últimos años.