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La obsesión de recaudar

BUENOS AIRES -- La comedia de la AFA cambia vertiginosamente día a día. Parece una compensación tardía de tantos años de quietud política, de autocracia inamovible.

Luego de polémicas, renuncias y amenazas más o menos veladas, al parecer la sangre no llegará al río: el sector de dirigentes que aboga por la Superliga y el que lideran Hugo Moyano y Chiqui Tapia empiezan a ponerse de acuerdo.

Por el momento, no habrá cisma. El nuevo torneo se hará en el marco de la AFA. Ya es un avance.

Queda pendiente un tema central como las elecciones, congeladas por la Inspección General de Justicia (IGJ), amiga del presidente de Boca, Daniel Angelici. Y, lo verdaderamente importante: de dónde saldrá la plata para financiar más holgadamente el fútbol y cómo se distribuirá.

Detrás de la polvareda de palabras y los títulos rimbombantes (Superliga) se discute un solo tema: cómo convertir al fútbol argentino en un negocio moderno, mucho más rentable. Para lo cual, en sintonía con los tiempos políticos, la opción es achicar la mesa del reparto, concentrándola en los clubes grandes. Los que mueven la taquilla, el corazón de la industria.

La aparición de la empresa Turner arrima un principio de solución. De ahí provendría el dinero que reemplazaría el mecenazgo estatal, bajo el compromiso de conservar la gratuidad de la televisación hasta 2019. Después veremos.

Qué porcentaje se llevaría cada quien es una conversación que falta encaminar.

De lo que poco se habla es del destino que se le dará a los crecientes dividendos que se espera obtener del fútbol.

La llamada Superliga no es más que el torneo de siempre, que irá reduciendo progresivamente sus participantes a fuerza de descensos, pero que por ahora contará con idénticos protagonistas, estadios y organización. El mismo perro con distinto collar, diría la abuela.

Si se habla de una reingeniería comercial que permita explotar más beneficiosamente el fútbol, habría que pensar en cómo transformarlo en un producto más atractivo.

Cómo perfeccionar los planteles, la oferta futbolística, los estadios, el diseño de los campeonatos, la seguridad y, sobre todo, la administración de los pingües fondos con que calculan contar en esta nueva etapa.

Suena raro que una organización mal gestionada como el fútbol se proponga multiplicar su valor.

No es arriesgado suponer que estos movimientos, que tienen el aval del gobierno nacional, se orientan hacia una nueva privatización. No sólo de las transmisiones televisivas, sino del comando de los clubes.

Dejemos para otro momento la desnaturalización que sufrirían las instituciones deportivas –dejarían de ser patrimonio social–, para centrarnos en la inviabilidad de un pretendido negocio que se rehúsa a invertir.

No se puede exprimir algo que tiende a secarse. Si piensan en un fútbol para una elite de abonados, tendrán que mejorar bastante la mercancía a poner a la venta.