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Carta a Messi

NUEVA JERSEY (Enviado especial) -- Y sí, te cansaste. Y nosotros no nos dimos cuenta. Ni ellos tampoco. Nadie lo vio venir. Porque mientras te cansabas, jugabas. Y cuando vos jugás, no se le puede prestar atención a casi nada más. Te cansaste y nadie te puede culpar. Vos sólo sabés todo lo que pasó, todo lo que aguantaron, todo lo que lucharon. Con vos a la cabeza, este grupo de jugadores mereció todo y no tuvo nada. Pero ese nada no tiene que ver con la estúpida noción de éxito que algunos se empecinan en defender, sino con lo que ustedes buscaban. La pena de hoy tiene que ver con eso, con la oportunidad perdida. Como muchas otras penas de la vida.

Te cansaste porque desde el primer día tuviste que rendir examen. Lo afrontaste con hidalguía y lo superaste siempre, pero hay cierto tipo de mirada que provoca hastío. Quizás intentaste que ese juicio de cierta parte de nuestra sociedad no te afectara y por momentos lo lograste. Pero son muchos años. Yo lo entiendo. Cualquier se cansa. Hasta un extraterrestre.

En ese insólito pasillo de un estadio de fútbol americano dijiste que la Selección se terminó para vos, que es una decisión tomada. Que intentaste todo y no se dio. Te tenemos que creer, no sos de vender humo. También dijiste “esto no es para mì”. Y en esa no te podemos seguir. Esto es para vos porque vos representás lo mejor del fútbol argentino.

Desde estas líneas no se te va a pedir que no te vayas ni que lo pienses mejor. No, la decisión de un hombre se respeta y, si es como esta, se lamenta, se sufre y se supera. Además, tu cansancio es una consecuencia natural de una forma de sentir este juego que nos destruyó. Porque tu renuncia es peor que perder diez finales seguidas. Un gol se puede errar, pero no cuidar a uno de los cinco mejores futbolistas de todos los tiempos es imperdonable.

Te cansaste porque los problemas empezaron hace demasiado tiempo, cuando te tuviste que ir al exilio porque ningún club argentino estuvo dispuesto a pagar un tratamiento. Y vos le encontraste la vuelta, pero como vos ha habido miles de pibes que no pudieron y hoy viven una vida frustrada, pensando en lo que podría haber sido. Un país te abrió la puerta, te trató bien, te ayudó y te cobijó. Pero vos decidiste ser argentino. Ninguno de los que te piden cosas que ellos jamás harían decidió cuál sería su Patria. Vos sí. Gracias.

Después, cuando vieron que había un juvenil que jugaba más o menos bien salieron corriendo para que te pongas esta camiseta. Aunque el trabajo sucio ya estuviera hecho por otros. No les hizo falta hacer demasiado esfuerzo, porque vos ya sabías qué colores ibas a defender.

Apenas debutaste en la sub 20 quedó claro que marcarías una época. Porque a los elegidos se los distingue fácil. Eso lo puede hacer cualquiera, hasta los que a los pocos partidos empezaron a criticar a ese adolescente tímido y humilde como si orinaran colonia y decidieran cómo deben ser los ídolos. Pero vos jugabas. Y cometías errores de juventud, como el del debut en la Selección mayor que te enseñó una lección para toda la vida. Aprendías.

Mientras vos tenías que convencer a un país que te miraba de reojo, tus compañeros daban todas las vueltas olímpicas posibles con la Selección de España. Vos te convertías en leyenda de uno de los clubes más grandes del mundo pero escuchabas críticas porque no cantabas el himno. O porque no te tirabas a los pies. O porque no corrías como un desaforado para conformar a la masa. Seguías haciendo lo que mejor sabés, pero te cansabas.

Podrás decir que te vas porque jugaste cuatro finales y no ganaste ninguna. Sos un tipo acostumbrado a ganar porque sos el mejor y muchas veces los mejores ganan, pero ya demostraste que un resultado deportivo no te cambia nada. Que si perdés te levantás y seguís. Te vas porque hay dirigentes que no son dignos, hay una estructura que no te puede soportar y porque tenés compañeros que no te siguen. El contexto no te ayudó nunca, pero vos supiste luchar contra él una y otra vez. Eso cansa.

Desde aquí, no queda más que tristeza por la sensación de que ya no va a haber otro partido, ni otro golazo ni otra ciudad que se paraliza sólo por verte a vos con la camiseta de mi país. También queda la alegría egoísta de haber visto muchas veces, de haber sentido lo mismo que sintieron mis viejos cuando vieron al otro Diez. Porque fuiste el héroe particular de una generación que creció sin títulos ni motivos de orgullo hasta que vos llegaste. Por eso, gracias. Y perdón.