<
>

Por los que vienen y los que vendrán

El comité organizador del torneo en Brasil descartó sumar invitados de la UEFA. Getty Images

BUENOS AIRES -- Seguramente las palabras que revistan este texto estarán sobrepobladas de clichés, lugares comunes, absurdos chauvinismos y exacerbaciones que no debieran ir al caso. Porque como bien dijo Marcelo Bielsa hace no mucho tiempo -difícil no acudir al Loco en un momento como éste- “cualquier alegría que podamos dar no es sustitutiva de las necesidades del pueblo". Lo que sí es claro es que estas letras se desprenden de una genuina sinceridad que responde a una abrumadora sensación de satisfacción, por lo demás, difícil de explicar.

Aunque la hegemonía mediática trasandina en torno al fútbol y el deporte en general se esmere en deslizar explicaciones y excusas que acuden a esa vieja tradición de disminuir la valorización del trabajo del rival, de especular más con la derrota propia que con la victoria del contrario, de culpar al “karma” y otro tipo de imaginativos epítetos, hay algo que no se podrá relativizar. Un cambio de mentalidad en la cultura deportiva de Chile, que sólo el tiempo y las nuevas generaciones se encargarán de ratificar.

Cuando le comenté a Renato -mi primo de diez años- que no podía creer que fuéramos campeones otras vez. Que no bastó con una, que fueron dos. Y ambas ante Argentina, algo casi inimaginable para mí. Él me respondió con una risa tranquila y cómplice: “Siempre lo hemos sido, pero nunca lo habíamos probado“.

Esa frase, que provocó una incómoda inconexión en mi mentalidad criada y acostumbrada a triunfos morales y conformismos (los mismos conformismos que permiten mantener la humildad, pero que a la vez cierran las puertas de la imaginación) evidencia algo.

A ciencia cierta será una naturalidad en la idea de que se puede ganar; un “creerse el cuento” inconsciente. Mientras que en la parte mítica y literaria que entrega el fútbol, de la que pretendo que formen parte estos párrafos, podrá manifestarse como una bella convicción para generaciones futuras, que no crecerán rodeados sólo de plausibles derrotas y ampliarán su universo de posibilidades a niveles aún mayores.

Todo este pretensioso y grandilocuente análisis toma forma verosímil si se funde con los alicientes estrictamente deportivos de un equipo que está por sobre cualquier individualidad. Un equipo que maneja con profundidad la idea de que se puede jugar de distintas maneras para lograr los objetivos. Un equipo consolidado y maduro, que ha cometido acciones cuestionables en ciertos manejos, pero que ha demostrado un alto nivel de compromiso y profesionalismo. Un equipo que, probablemente, pueda seguir generando una mentalidad menos pesimista para y por los que vienen y los que vendrán.