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Volver a ser hincha

Holanda festejó un triunfo que lo llevó a la final por tercera vez en su historia Getty Images

JOHANNESBURGO -- Si alguna vez se han preguntado cómo sería ver a su equipo en la final de un Mundial, yo puedo decírselo. Estaba sentado en las gradas, a un paso del océano, en la gloriosa Ciudad del Cabo, el último martes a la noche. Increíblemente, me pagaban para hacer eso: mirar a mi amado equipo holandés marcarle tres goles a Uruguay, y era algo absolutamente maravilloso. Estuve tan ansioso durante todo el juego que simplemente me senté allí esperando que se terminara. Me había vuelto un fanático otra vez, y apestaba.

Hasta aquel momento había presenciado casi toda la Copa del Mundo estrictamente como periodista. La vida era un poco como ir a la oficina. Te levantabas cansado, escribías un artículo, te subías al "transporte de prensa" para ir al estadio, pasabas varias horas en el "centro de prensa", mirabas algunos fragmentos del primer partido en la TV, comías en una cantina algo parecido a la comida que servían en los internados británicos cerca de 1957, y después te congelabas en la "tribuna de prensa" durante un partido como Paraguay-Japón (0-0 aburrido, definido para el equipo sudamericano en los penales).

Digamos que sobrevivías, te subías otra vez al bus de prensa y volvías a tu hotel (que no era precisamente un cinco estrellas, digámoslo así). Yo sentía que había fanáticos alrededor –podía escuchar sus vuvuzelas- pero sólo estaba presente en cuanto a mi capacidad profesional. Sólo habí visto a Holanda una vez en vivo antes del martes, en su duelo ante Dinamarca, y su victoria había resultado rutinaria y aburrida.

Cuando Inglaterra quedó eliminada, pasé algún tiempo escuchando a mis angustiados amigos ingleses Pero solo ahora recuerdo cómo se siente. No soy holandés, pero he vivido en Holanda por diez años durante mi niñez y he sido hincha de la Oranje para siempre desde entonces.

Mirar a tu equipo jugar un Mundial es como mirar a tu hijo rendir un examen que estás seguro que va a fallar. Uno conoce a sus jugadores demasiado bien como para tener fe en ellos. Por ejemplo, Khalid Boularouz, para cualquier fanático holandés, es el muchacho que se sentó en el banco del Chelsea, después se sentó en el banco del Sevilla y ahora se sienta en el banco del Stuttgart. Gio van Bronckhorst, para algunos extranjeros, puede ser simplemente el capitán de Holanda. Para los holandeses, es el envejecido lateral izquierdo sin marca de los perennes fracasos en Feyenoord. Hasta Arjen Robben, si está representando a tu país, es el hombre que nunca saca la cara en los grandes partidos. Mientras tanto, el uruguayo Diego Forlán, cada vez que tenía la pelota me parecía ser una miesteriosa e infalible fuerza de otro universo.

La otra razón por la cual la vida se vuelve pura ansiedad para los fanáticos de equipos como Holanda –y para fanáticos de cada todos los equipos, de hecho- es una insistente historia de fracasos. Al final, algo sale mal. Me senté a mirar Uruguay-Holanda con toda la historia futbolística de Holanda en mi cabeza. Tuve visiones del partido ante Alemania Occidental en 1974, del duelo ante Argentina en 1978, del partido ante Brasil en 1998 e incluso del match frente a Rusia de 2008. Y no fueron los únicos traspiés que recordé.

Así y todo, de alguna manera llegamos a la final. Sí, llegamos dije: espero estar allí. Probablemente sea la única vez en mi vida que pueda ver a mi equipo desde la tribuna jugar una final del mundo. Será una experiencia horrible.