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El que cambió, ganó

El ghanés Asamoah Gyan marca a los dos minutos del complementario el segundo gol frente a EE.UU. Getty Images

RUSTENBURG (enviado especial) -- El viejo dicho de "Hay que saber cambiar a tiempo" aplica a la perfección al partido de octavos de final que protagonizaron Ghana y Estados Unidos, y explica por qué fueron los africanos los que se quedaron, ganando 2-1 en el alargue, con un lugar entre los mejores ocho del mundo.

Mientras que Ghana consiguió los goles que tanto le había costado anotar en la fase de grupos, Estados Unidos no pudo sacarse de encima su karma: la falta de definición.

Y así, los que festejaron fueron Ghana y sus muchos seguidores - no sólo ghaneses; también el público local y los africanos en general se volcaron en favor de la última esperanza del continente. Es el tercer equipo de Africa que llega a cuartos de final y el viernes irá por más ante Uruguay en Johannesburgo.

Estados Unidos dejó pasar una oportunidad histórica: tras terminar líder de su grupo por primera vez desde 1930, tenía un cuadro favorable, en el que evitaba a los grandes hasta semifinales. Pero esa imprecisión a la hora de anotar, la que mantuvo su clasificación en suspenso hasta el último segundo, fue un handicap demasiado grande en esta etapa de la competencia.

Esa chance de llegar más lejos que nunca la percibía el numeroso público estadounidense que se acercó hasta el Royal Bafokeng Stadium, y que desde temprano se juntó en sus alrededores, tomando cerveza, pintándose con los colores de la bandera. A un solo paso estaba la posibilidad de meterse, tal como en 2002, entre los ocho mejores del mundo, y tal vez de ir un poco más allá.

Si los hinchas de las barras y las estrellas pensaban que el partido estaba ganado de antemano, no fue el caso de los de Bob Bradley, quienes no entraron confiados, pero sí repitieron otros pecados. Por ejemplo, el de seguir mostrando una última línea vulnerable, sobre todo por las bandas. Y también el de comenzar a jugar los partidos una vez que ya están en una situación desfavorable.

Los dos elementos se combinaron para que en apenas cinco minutos, Estados Unidos ya estuviera perdiendo. Se equivocó Ricardo Clark en el mediocampo, Kevin Prince Boateng encaró abriéndose hacia la derecha, la defensa no lo pudo molestar y con un tiro bajo batió a Tim Howard y abrió el marcador.

Estados Unidos ya había empezado perdiendo con Inglaterra y con Eslovenia, y de alguna manera entró en desventaja con Argelia, donde sabía que si no anotaba se despedía. Y con Ghana fue la misma historia: a trabajar el partido desde atrás

Eso lo sabe hacer bien Estados Unidos, tal vez con el aprendizaje de la experiencia. Y otra vez salió Michael Bradley a correr todo lo que le pasara por delante en el mediocampo, y Landon Donovan a convertirse en el generador de juego. Pero atrás, seguían haciendo agua, y cada avance ghanés por los laterales generaba una potencial situación de gol.

Y volvemos al principio: Ghana sí cambió a tiempo. Le había costado mucho, demasiado, anotar en su grupo: sólo había marcado dos veces, ambas de penal, ambas por medio de Asamoah Gyan. Pero sobre todo, no había mostrado recursos ofensivos como para asustar.

Siguiendo una tendencia que ya se ha vuelto demasiado común en el fútbol africano, Ghana se mostró, en la primera rueda, como un equipo armado de atrás hacia adelante, prolijo en lo táctico, pero despojado de ideas a la hora de atacar. Lamentablemente, los equipos del continente dejaron de lado esa frescura y atrevimiento que los caracterizara cuando irrumpieran en los primeros planos (Camerún 1990, Nigeria 1994 y 1996 en los Juegos Olímpicos), para priorizar el orden y la responsabilidad. Muchas veces, se quedan a mitad de camino entre una cosa y la otra, pero eso igual es tema para un análisis aparte.

Sigamos entonces con lo que pasaba en Rustenburg: EE.UU. buscaba con más ímpetu que claridad, mientras que Ghana lastimaba con sus réplicas, mostrando una voluntad y una precisión para atacar que le había faltado en sus tres encuentros previos.

Bradley entonces siguió doblando la apuesta. Pasada apenas media hora de juego, sacó a Clark y puso a Maurice Edu para tener mayor volumen de juego. Y al empezar el segundo tiempo, Benny Feilhaber ingresó por un Robbie Findley que no había sido la solución al gran problema.

Tanto insistió Estados Unidos que al final tuvo su premio, cuando a Clint Dempsey lo derribaron en el área a los 61 minutos. Donovan cambió por gol con un poco de suspenso, ya que su tiro a media altura pegó en el palo izquierdo antes de entrar.

En esa última media hora, Estados Unidos tuvo todo para ganarlo. Pero así como antes Dempsey, Findley y Feilhaber habían fallado, fue el turno de Jozy Altidore de seguir negado con el arco.

El mismo Bradley admitió, en la rueda de prensa tras el partido, que ese había sido el momento de Estados Unidos, y que lo dejaron pasar. Y probablemente ahí se agotaron también las reservas, físicas y morales, de un equipo que chocaba una y otra vez contra sus propias limitaciones.

Llegó el alargue y, una vez más, el que cambió ganó. Porque Ghana salió decidido a buscar, y pegó primero, que es como pegar dos veces. Asamoah Gyan se metió a la fuerza entre los marcadores centrales y, con un disparo potente, venció a Howard.

Aun con casi media hora por delante, poco pudo hacer Estados Unidos. La imagen de Howard yendo a buscar el cabezazo milagroso sobre el final fue una postal más de lo que le costó marcar, pero fue una postal de despedida.

Se vuelve Estados Unidos, el que no supo o no pudo cambiar. Sigue Ghana, el que cambió a tiempo y parece ir de menor a mayor. Espera Uruguay y ya piensa cómo hará para frenar a un equipo que trae detrás todo el empuje de un continente ansioso por seguir haciendo historia.