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Tan lejos de Japón

BUENOS AIRES -- Tal vez pasó todo muy rápido. A poco de asumir Marcelo Gallardo como entrenador –mediados de 2014–, River desplegó un juego de belleza y contundencia infrecuentes para el fútbol argentino.

Que el discurso innovador del nuevo DT prendiera tan velozmente llamaba la atención. La excelencia se alcanzó enseguida.

Con su fútbol generoso, River recuperó al autoestima dañada con el descenso al ganar la Copa Sudamericana (fines de 2014) y, ya avanzado el ciclo, la Copa Libertadores por tercera vez en la historia (agosto de 2015).

Pero, imperceptiblemente al principio, en forma ostensible más tarde, la pócima con la que Gallardo supo revolucionar el gallinero nacional fue perdiendo encanto.

La mediocre campaña en el torneo de 30 y el paso imprevisible en la Copa Sudamericana son indicios de que River ha perdido el rumbo.

La derrota con Huracán –que deja la semifinal abierta, por supuesto– fue la demostración cabal de que River está, en más de un sentido, agotado.

Al margen de las ausencias y de los recambios que no funcionan (sobre todo Pity Martínez), tanto los recursos futbolísticos como las convicciones parecen haberse evaporado.

No obstante, cualquier traspié se toma como un incidente menor en vistas de la velada de lujo que cerrará el 2015: el Mundial de Clubes.

Allí, en una hipotética final ante el Barcelona, River se imagina en la cúspide del fútbol. La contracara luminosa de los años amargos que intenta sepultar. La coronación de este proceso que, con serena inteligencia, comanda Marcelo Gallardo.

River es como un chico que espera a los Reyes Magos. Tal ilusión hoy suena contradictoria o inoportuna. Porque el equipo, según las evidencias reunidas, se encamina a su meta soñada en el peor momento.

Cerca de navidad, con más kilómetros acumulados en las piernas, quizá la cosa empeore.

Haría mal River en no medir la desproporción entre sus aspiraciones y su rendimiento actual.

Si hay partido ante Barcelona, no será en un mundo aparte; no habrá una excepción milagrosa que tornará este modesto once en un equipazo. No.

En lugar de mirar hacia adelante salteándose el presente, embobado por la cita con Messi y sus muchachos, a River le convendría revisar sus fundamentos.

Los conceptos básicos que, un año atrás, sembraron la grata sorpresa entre el público.

¿Falta algún nombre pesado como Teo, otro mermó en su rendimiento hasta hacerse irreconocible como Pisculichi? Lo primero es detectar las faltas y aceptarlas como trabajo pendiente.

Más acá de los nombres (a propósito, ¿por qué Tabaré Viudez no juega de titular?), es imperioso recuperar el concepto. Cerrar filas detrás de una idea.

Si mal no recuerdo, River suscribía el juego paciente, de circulación veloz, de matriz netamente ofensiva, de presión constante, de carácter fuerte...

Todo eso habría que refrescar –y reconstruir– antes de viajar a Japón.