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Dilemas de un poderoso

BUENOS AIRES -- Los jugadores de River se probaron el traje impecable que usarán en el viaje a Japón. Y posaron sonrientes para la posteridad con las sobrias combinaciones de rojo, blanco y negro.

Como el que prepara hasta el mínimo detalle –con máxima ansiedad– de alguna gala futura, el plantel que conduce Gallardo se alista para el Mundial de Clubes.

Durante estos tiempos de vacas flacas (seis derrotas en los últimos nueve partidos), la hipotética final con el Barcelona en tierras orientales oficia de zanahoria para mantener encendido el entusiasmo.

El partido, si resulta decoroso, significaría un salto para un club cuyo capital simbólico ha sido bombardeado en los últimos años.

River parece un chico de pueblo pertrechándose para enfrentar el vértigo de la gran ciudad. Ese desafío que, aun con sus peligros, sólo le reportará beneficios.

Para Barcelona, en cambio, es una formalidad laboral, una competencia entre miles y con una relevancia inferior a la liga y la Champions.

En esa asimetría se dibuja precisamente la enorme distancia a la que está River (y cualquier equipo argentino) de los escenarios principales del mundo.

Ahora bien, antes del gran acontecimiento, resta nada menos que el desenlace de la Sudamericana.

El jueves River disputa la revancha de las semifinales ante Huracán, que en el partido de ida lo sorprendió y lo dejó en desventaja 0-1.

Torcer ese destino le abriría las puertas de otra final. Pero tendría que redoblar esfuerzos en Parque Patricios, y luego afrontar dos duelos durante la última página del calendario, es decir casi superpuestos a su ansiado viaje iniciático al archipiélago de Japón.

Trazar una estrategia en resguardo de la integridad física de un plantel bastante baqueteado implicaría renunciar a la Copa Sudamericana y reservar aliento para el gran berretín riverplatense, la pulseada con los míticos personajes blaugranas.

Encarar con denuedo de principiante el torneo continental –que ya ganó hace un año– quizá represente un estímulo en caso de alcanzar el éxito.

Pero la inversión a realizar –todas, hasta la última energía– suena excesiva y no garantiza, desde ya, un corolario con vuelta olímpica.

Es el dilema de los poderosos. Los que tienen demasiado. Pero es un dilema al fin. El jueves hay que jugar y resulta difícil que jugadores o cuerpo técnico decidan regular fuerzas.

Sin embargo, es probable que la mente viaje a otro continente y a días venideros. Por más que Gallardo, tal como anticipó, se esmere en una arenga motivadora. Y ese desvío tampoco es nada recomendable.

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