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El centro del mundo

BUENOS AIRES -- A pesar de que el Barcelona aventaja a su rival por diez puntos y parece encaminarse hacia otro título de liga, no le faltan condimentos -nunca le faltan- deportivos ni emocionales al gran clásico español que se jugará el sábado.

En principio, la reedición del duelo más mentado del mundo de la pelota –y menos incentivado por los protagonistas– entre Messi y Cristiano Ronaldo, un mano a mano que alinea fans de ambos bandos, fracciones que creen adherir no sólo a talentos excepcionales sino a formas diferentes de afrontar la vida y las empresas colectivas. El argentino además podría meter su gol número 500 (se cuentan los del Barcelona y la Selección). Gran ocasión para las cifras redondas.

En la cuerda emotiva, habrá una panzada de homenajes más que merecidos al máximo prócer culé, Johan Cruyff. En vivo y en directo, la platea internacional podrá ver cómo el público del Camp Nou levanta al unísono 90 mil carteles para formar un gigantesco mosaico que rezará “Gràcies, Johan”. Idéntico tributo se leerá en la camiseta de los jugadores.

Como si la puja futbolera no bastara, al derby español lo atraviesa la enemistad política. Club de derecha, favorecido por el franquismo, acusan desde la barricada catalana. En el Madrid responden que en los primeros quince años del régimen dictatorial ningún equipo ganó más títulos que el Barça. En fin, aderezos ideológicos, que refuerzan la disparidad que también se comprueba en la cancha. El Barcelona encarna la vocación artística por la belleza, mientras que el Real Madrid, por muchas estrellas que acumule en sus filas, defiende un perfil más pragmático. El triunfo es, para los merengues, suficiente teoría estética.

Pero cualquier diferencia prescribe cuando se compara la estrategia de las dos instituciones en eso que genéricamente se denomina mercado. Son gigantes con el mismo apetito hegemónico, dispuestos a izar su bandera -y a vender camisetas- en cada rincón del planeta. Con presupuestos anuales para el plantel de fútbol de 431 y 421 millones de euros respectivamente (el Madrid gana en esta disputa), uno y otro se recortan como potencias solitarias en una liga donde ninguno se acerca ni remotamente a ese tope (el Atlético está tercero, con 159 millones).

Consecuencia de esta desigualdad: un campeonato de dos que acaparan los mejores jugadores del mundo. Tal superioridad se suaviza en el mapa europeo, sin que por eso dejen de ser candidatos permanentes –en esta edición se repite, ambos llegaron a cuartos de final– al trofeo más importante, la Liga de Campeones. Ventaja adicional: la posibilidad de forjar una marca que penetre en cualquier latitud. Un aspecto del fútbol moderno que entendió antes que el resto el dispendioso presidente del Madrid, Florentino Pérez.

Las comunicaciones, que redujeron el mundo al tamaño de una pantalla, hicieron que el clásico español, acaso más que ningún otro, atravesara fronteras para convertirse en patrimonio de la afición global. Este partido concentra a lo más granado del star system. Pero no en alegre exhibición, sino como parte de una rivalidad profunda y multifacética. Excelencia deportiva, negocio y tradición son el compuesto alquímico de Barcelona-Real Madrid, uno de los productos más perfectos del mundo del espectáculo.