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Barça, ante una felicidad moderada

BARCELONA -- En declaraciones públicas, los futbolistas del Barcelona no ocultaban que sus intenciones eran repetir en 2016 la cosecha del año anterior. Es decir, la triple corona.

No es una costumbre sino una excepción quedarse con la liga, la Copa del Rey y la Champions. Aun para una máquina de ganar como el club catalán, que sólo festejó por triplicado dos veces: en la temporada 2008-2009, bajo el mando de Pep Guardiola, y en la 2014-2015, con Luis Enrique, el actual entrenador.

Sin embargo, el plantel de Barcelona sabe que, por poderío, por expectativas propias y ajenas, una sola copa, una sola noche de jolgorio, no es suficiente. Y así lo venían expresando. Con una sinceridad quizás antipática, que ya es historia antigua desde que Atlético de Madrid los eyectó del torneo continental.

Con un punto de ventaja sobre Real Madrid, el equipo de Messi viaja a Granada para una coronación que hasta el observador más cándido da como un hecho.

Para enturbiar el aire, circularon versiones sobre valijas de dinero que habrían buscado exacerbar el ímpetu de los granadinos en el decisivo encuentro. No existe millonada, sin embargo, capaz de reducir la grieta entre ambas formaciones.

De hecho, según la prensa catalana, el plantel de Luis Enrique tiene previsto regresar de inmediato a casa luego del partido, en previsión de que habrá celebraciones.

Pero por más que la lógica deportiva fluya y Barcelona se consagre campeón, todos, incluidos los protagonistas, saben que es insuficiente.

No se trata de inconformismo, sino de distintas escalas para evaluar el rendimiento de un equipo.

Lo que para cualquier institución de la liga española menos Real Madrid y Barcelona es un logro mayúsculo, para estos dos escudos representa apenas un tramo de su proyecto hegemónico.

La liga es importante, pero la supremacía en el mercado deportivo se mide en términos internacionales. Haber caído en la Champions League ante un club de porte inferior –y de estética contraria– representa para los catalanes un golpe difícil de compensar aun con una goleada al Granada.

Sumado al compromiso de acopiar trofeos (la dimensión de sus estrellas así lo exige), Barcelona debe afirmar una marca, que además de proponerse la conquista del público planetario, predica un modo de jugar al fútbol.

Cada conquista de Barcelona supone la consolidación de una escuela. De un fundamento deportivo estricto cocinado a fuego lento durante años. Una teoría y una praxis del fútbol.

No fueron sólo las vueltas olímpicas las que colocaron en la cima de la historia al equipo de Pep Guardiola (éste es una versión retocada, acaso para mejor), sino la revolución futbolística que prohijó un dispositivo de máxima eficacia y a la vez desbordante belleza.

Por lo tanto, el Barça compite con el mundo pero también consigo mismo, como los grandes atletas. Con la gloria que ve en el espejo y que debe refrendar con la adecuada factura estética. Como un apellido ilustre a proteger del deterioro y la maledicencia.

Frente a tal deber, quedarse con la liga es un objetivo obligatorio y menor. Como menor será la gratificación.