Fútbol Americano
Carlos Barrón 7y

Morelia no merece dejar la Primera, dice Juan Carlos Vera

El aire que respira hoy en Morelia no es habitual. Juan Carlos Vera (La Calera, Chile 1960) reconocía otro entorno en aquellos años 80 en los que jugaba con la melena larga y el número 1 en el dorsal.

Eran otros tiempos, más melancólicos quizá pero no tan atribulados como el presente, en donde el equipo puede descender, “el Morelia no merece dejar la Primera División, la ciudad vale mucho. Recuerdo tantas cosas, los campesinos que trabajaban seis días y al séptimo llenaban el estadio, jugábamos a las 12 y desde las nueve de la mañana estaba lleno el viejo Venustiano Carranza; en las fotos de equipo éramos 11 y salíamos como 50, se colaban los chicos, los papás con los bebes, era bonito… mi hijo nació ahí, lo de ponerme el número 1 en la camiseta siendo jugador de medio campo también, es difícil verlos ahora al borde del abismo”.

Y para colmo, el juego es contra Pumas, el otro lado del corazón de Vera, “Pumas fue mi casa también. Llegué en la temporada 90-91 a complementar una generación exquisita de futbolistas como Jorge Campos, Alberto García Aspe, Miguel España, Tato Noriega y con Tuca Ferretti como el hombre líder. La Cantera en toda su expresión. Sacaban jugadores como si levantaras agua con la mano y cayeran gotas”. Hoy, en el juego de estos dos equipos, le rendirán un homenaje.

Pero este chileno, que en medio del músculo y desenfreno era de los pocos que armonizaba el juego, tiene muchas más historias que contar. De niño salió de su país para vivir en Madrid alejado de sus padres. En un sitio lleno de desconfianza, comenzó a entender la vida antes que el futbol lo capitalizara a él “Mis padres me mandaron a España cuando cayó el gobierno de Salvador Allende. Mi familia era de allá y pensaron que tenía mejores oportunidades, además no podía perder el pasaje de avión, era muy caro y muy difícil de conseguir. Lo malo fue que a los tres meses reñí con mis tíos y me quedé solo en esa ciudad”.

Entonces comenzó a trabajar en cualquier empleo que le diera para pagar el hostal. Hablar a su casa implicaba esperar en el teléfono 30 minutos para que le avisaran a su madre que su hijo varado quería decirle algo. Recuerda también las navidades que pasaba en soledad, o el año nuevo en Lisboa sentado solo una azotea viendo a los barcos de lejos que tocaban bocinas para celebrar o esa otra en donde febril, con bronconeumonía, un doctor peruano le salvó la vida en un hospital sin cobrarle nada.

“Un domingo, unos chilenos que trabajaban en mudanzas me invitaron a jugar. Siempre se me dio el futbol con facilidad, no sé, era espontáneo tomar la mejor decisión en el campo, dar un pase, un tiro o una gambeta y la gente del Rayo Vallecano me llevó a sus filas. De pronto estaba entrenando en el primer equipo a los 17 años. Ahí coincidí con el Wendy Mendizabal y con un argentino, Daniel Astegiano, que jugó en Cruz Azul”.

-¿Por qué se fue de España cuando parecía que estaba a punto de debutar con el Rayo Vallecano?

En ese momento para mí no era mucho. Tomé decisiones buenas o malas, pero siempre solo. Mi mamá se culpa aún hoy a sus 84 años de que mandó a su hijo a la guerra. No me asusta la vida.

Al regresar a Chile, no hubo resignación. El apoyo de los dirigentes y del público en general lo llevó a tomar el debut en el equipo de La Calera, en donde formó época con Marco Antonio Fantasma Figueroa y de ahí, a un equipo con mayor abolengo, el Huachipato.

-Usted iba a jugar en Cruz Azul, ¿cierto?

Pertenecía a Huachipato y me quería la Universidad de Chile que en aquellos años era como la sucursal del Cruz Azul, casi a todos sus jugadores los mandaban para La Máquina. Un día me hablaron de México para decirme que estaba arreglado y que además me vendía la U de Chile, cuando yo estaba en Huachipato. No me parecieron las formas y me negué. A los pocos días me llamó el Fantasma Figueroa para proponerme que me fuera con él. No lo pensé, tomé un avión y estaba en Morelia.

-Es raro, porque le hubieran pagado más en Cruz Azul.

Pero Morelia todo lo ofrecía de corazón. La pasé bien dos años, quería quedarme. En ese equipo estábamos tres chilenos: Fantasma Figueroa, Juan Ángel Bustos y yo. El Fantasma tenía muchos problemas con el técnico, Antonio Carvajal, lo increpaba, lo insultaba y la Tota no se metía con él porque le resolvía partidos pero le tuvo mucho resentimiento. Al finalizar mi segunda temporada, dijeron que no podíamos seguir los tres chilenos. El dueño Nicandro Ortiz compró las cartas del Fantasma y de Bustos y yo le rentaba la mía, entonces me dejaron partir.

-¿Es verdad que le llamó Bora Milutinovic pero no para ir a Pumas?

Sí, él estaba en Veracruz. Me ofrecía un contrato de mucho dinero. Sus palabras exactas fueron: “te quiero traer para acá pero tengo un problema, sé que mi amigo Miguel Mejía Barón te quiere para Pumas y te diré algo, ese equipo está en mi corazón. Podemos ponerte mucho dinero en la mesa, sin embargo no les haré eso, te aconsejó que te vayas a Pumas, allá vas a ser ídolo”. Sabía entonces que era la decisión correcta.

-En esos tiempos, más que ahora, ser de Pumas significaba odiar al América.

Puede ser. Jugué con Morelia esa semifinal de los penales contra el América. Eran lagunas del reglamento y es verdad que el gol de visitante no contaba en tiempos extras pero ni los propios jugadores del América lo sabían. Ya estábamos en el vestidor tomando cerveza cuando nos avisaron que había que tirar penales. Fue así, la leyenda dice que nos robaron pero no es verdad. Nos pusieron el campeón sin corona. Pumas en cambio, había perdido dos finales con ellos, una la de Querétaro que no se olvidaba y al llegar a la tercera en la 90-91 se hablaba mucho, se polemizaba pero les dije que las dos anteriores las jugaron sin mí, que esa la ganábamos.

-¿Cómo vio el gol del Tuca Ferretti?

¿A él? De frente, porque yo estaba en la barrera con los americanistas y siempre se lo dije, que me tiró el balonazo para arrancarme la cabeza. Ponerte frente a un disparo del Tuca Ferretti era peligroso, apenas si me pude agachar para que la pelota pasara. No es que haya odiado al América, era un profesional y me debía a Pumas solamente. -Me platica la historia de jugar con el número 1 en el medio campo.

Glafira era la secretaria de Nicandro Ortiz, el dueño del Morelia. No había personal en el club: dos secretarias, un contador, el dueño y paremos de contar. Nicandro Ortiz era un personaje, multimillonario que llegaba en traje, con los pantalones metido en los calcetines y andando en bicicleta o era capaz de dejar abiertos los vidrios de su auto nuevo en plena lluvia, no le importaba nada. Glafira, la secretaria, estaba enamorada de Mario Díaz, un buen jugador que usaba el 10 y obviamente era el consentido. Pero al poco tiempo se entera que Mario Díaz salía con la prima de la esposa del Fantasma Figueroa, entonces me llama por teléfono para citarme en el club y decirme que estaba mandando a la Federación los números y que le quitaba el 10 para dármelo a mí. Lo primero que hice fue hablarle a Mario Díaz para ponerlo al tanto y evitar confusiones. El ‘Gordo’ se arrancó a quejarse con Nicandro Ortiz porque acababan de renovarlo además. Pasan los días y me vuelve a llamar Glafira para decirme que ahora entonces, seré el 1, que porque era el mejor de México. Yo le dije que me daba igual, que usaba lo que quisiera pero no le conté a nadie, ni a mis compañeros. El primer partido fue con Santos y me asomo a ver mi camiseta y era verdad, la Glafira me puso el 1, yo no sabía si reír o llorar. Al calentar salí con chamarra porque no quería que me vieran. Ya en el túnel, todos me empiezan ver con curiosidad, porque yo antes usaba el 21, entonces me decían que me faltaba un número. Fui el chiste, era muy raro en esos años que el 1 saliera al medio campo, los rivales pensaban que era el arquero y todos los fotógrafos empezaron a seguirme porque era novedoso. Sentía el estadio lleno y los ojos puestos en mi número, extrañados. Hacía una jugada y celebraban en las tribunas, anoté dos goles y hablaban del 1 para todo, me acuerdo que en DeportTV con José Ramón Fernández dijeron que nunca en la historia se recordaba un jugador de campo con el 1. Cuando me fui a Pumas, la única condición que me pusieron, era que siguiera ocupando el 1.

Hoy Vera ya no tiene el pelo largo pero sí un gran sentido del humor. En su vida no reina la desconfianza. Tiene una empresa de ropa femenina y se liga al futbol como visor de talentos y promotor de jugadores. Hubo una generación que creció con él y con otros talentosos futbolistas pero para muchos, el número 1 en el dorsal supuso subrayar aún más su eternidad. Quizá por eso sus dos amores le rinden un homenaje.

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