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El argumento de siempre

AP

BUENOS AIRES -- River ya logró arribar a su utopía 2015: la final del Mundial de Clubes, donde aspira a enfrentarse con el equipo número uno del mapa global, Barcelona.

Falta que los catalanes disputen su semifinal. Parece una instancia formal dada la disparidad de poderío entre aquellos y el Guangzhou chino, pero todavía hay que salir a la cancha.

Ahora bien, para sostener la ambición de tutearse con el mejor del mundo y entablar un partido parejo, River debe replantearse todo lo que hizo ante el Sanfrecce. Y descartarlo.

El salto mortal de Maidana ante un arquero dubitativo y el posterior segundo cabezazo de Alario fue el exiguo margen de superioridad que expuso River.

Quiere decir que, habiendo dispuesto del terreno que gentilmente le cedió su adversario, y forzado a tomar la iniciativa por su mayor cartel, River terminó apostando al único argumento que le rinde: la pelota quieta.

El equipo de Gallardo vive del recuerdo de su primera etapa, durante la cual trataba la pelota con profundidad y variantes. Hoy, su posesión es meramente gestual. Una demora que no lleva a nada por cuanto carece por completo de ideas ofensivas.

Como en otras ocasiones, ante los japoneses el toque de distracción desagotaba inexorablemente en la punta derecha, donde Mercado se cansó de lanzar centros.

La única vez que intentó un pase en lugar de un envío confiado al azar casi la mete Mora.

La pegada de Pisculichi pasó inadvertida. De sus pies no partió ningún intento de pase profundo, de alternativa a la consabida fórmula de Mercado y más Mercado, como en un discurso liberal.

Tampoco intentó River el uno contra uno, la gambeta como herramienta de penetración. Ni el tiro desde los bordes del área. Ni un recurso ofensivo mostró además de los lanzamientos de su marcador de punta por derecha.

Para colmo, el metódico Sanfrecce articuló algunos contraataques veloces y precisos que estuvieron a un paso del gol. Barovero salvó a su equipo en la primera parte.

Gallardo acertó en los cambios y, sobre todo, en las recomendaciones. Porque Lucho González, que no hizo un partido el otro mundo, por lo menos intentó filtrar pases, perforar el entramado defensivo de los locales con un poco más de imaginación.

Y Viudez, aunque tropezó y fingió faltas más de lo que desequilibró, abrió algunos huecos –y generó tiros libres, la martingala de River– con la simple intención de encarar.

El uruguayo también fue certero en el envío que terminó en el gol de la victoria. A pesar de que estos menesteres son los que justifican la titularidad de Pisculichi, fue Viudez el que le dio la rosca perfecta a la pelota que bajó en la cabeza de Maidana.

Demasiado poco le dio River a la multitud que viajó hasta el otro lado del mundo para acompañarlo. La alegría de la apretada victoria, es cierto.

Pero las expectativas de hacer una gran final y situarse a la altura del campeón de los campeones parecen remotas. A menos que River cambie drásticamente en la dirección que insinuó en el segundo tiempo.