Fútbol Americano
Alejandro Caravario 8y

Harás lo que yo quiero

BUENOS AIRES --  La renuncia de Lionel Messi, si bien fue anunciada en caliente, a minutos de una enorme frustración deportiva, tiene de todos modos sus fundamentos.

Por un lado, es muy razonable que, a la luz de las cuatro finales perdidas en su larga trayectoria como jugador de Selección, el rosarino haya vislumbrado que quizá nunca sería campeón y que, por lo tanto, no le quedaba meta por cumplir.

Lo que cualquiera evalúa cuando decide cerrar un ciclo profesional. Si fue así, el pesimismo tiene sobradas disculpas.

Por otra parte, el excapitán de la Selección debe haber padecido todos estos años el rol mesiánico que, montado en la súper promoción de su figura, le asignó el público argentino.

Con Messi, se convencía a sí mismo el hincha promedio, no podemos bajar del primer puesto. Así es que los subcampeonatos duelen como trágicas derrotas.

Su sola presencia, al parecer, nos hacía merecedores de la gloria. Pero el fútbol es un poco más complejo y los logros del Barcelona jamás se reflejaron idénticos y automáticamente con la celeste y blanca.

Calculo que la renuncia es provisoria. Los dueños del circo difícilmente acepten un Mundial sin Messi; él lo sabe y lo respeta.

Sin embargo, mientras tanto, debe sentir el alivio de soltar ese equipaje que lo condenaba a ser el atleta absoluto para colmar deseos y ansiedades de otros, siempre más intensos que los suyos.

Tal vez esa insistencia obró en contra de la performance de Leo. No obstante, ¿qué hace el público, alentado por periodistas y otros voluntarios de ocasión? Volver a apretarlo. En esta oportunidad, para que revea su decisión y permanezca en el equipo que conduce el Tata Martino.

En nombre del cariño y enarbolando el agradecimiento, el operativo clamor que alcanza ribetes ridículos y del que algunos esperan incluso una tajada política (¿quién hará desistir al genio?) no hace otra cosa que sofocar de nuevo a Leo.

Ahora podría hablarse de presión amorosa, de asfixia afectiva. Semejante a la que ejercen algunos cónyuges y padres. Una especie edulcorada de apropiación y prepotencia que igual resulta indigesta.

Los que dicen querer a Leo, verlo feliz y todas esas cosas, podrían empezar por dejar de reclamarle. Por darle un tiempo para la reflexión y el descanso.

Maradona lo ha dicho de modo más brusco pero también más claro.

Para los hinchas argentinos, un paréntesis sin Messi también sería provechoso. Nos devolvería a la realidad de un fútbol panorámico, donde es necesario enfocar toda la cancha (y el vestuario), no sólo al salvador que tiene el diez en la espalda.

A su vez, bajar las expectativas quizá nos llevaría a justipreciar las victorias (por más que no signifiquen vueltas olímpicas) y a tomarnos con moderación la derrota.

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