ESPN Los Angeles
Gonzalo Aguirregomezcorta 10y

La desconocida fragilidad de Kobe

LOS ÁNGELES -- Habían pasado 240 días desde aquel fatídico 12 de abril en el que el mundo entero presenció a Kobe Bryant palpar una sensación que jamás antes había sentido; ocho meses eternos tras una intervención quirúrgica en el tendón de Aquiles y una larga recuperación en la que la Mamba Negra tuvo tiempo de sobra para la reflexión, para soñar con el momento de su regreso e imaginarse envuelto en una rutina en la que ya lleva inmiscuido 18 temporadas.

Antes de su introducción en cancha con la banda sonora de la Guerra de las Galaxias, una saga de la que se declara fan, Kobe vislumbró esos baños ardiendo y las largas sesiones de estiramientos, el momento de sentarse en su taquilla, el meter los pies en hielo, el estudiar su juego individual y colectivo en las sesiones de vídeo, en definitiva, a volver a vivir esos quehaceres diarios que lleva a cabo el cuarto máximo anotador de la historia de la NBA (a 665 puntos de alcanzar la marca de Michael Jordan).

Y su día llegó, perfectamente arropado por una hinchada ansiosa por verle de nuevo, por sentir su presencia mientras bota la pelota al tiempo en que su mente privilegiada idea la manera de envenenar a sus rivales a base de penetraciones, de encarar con explosividad, de asistir o anotar uno de esos lanzamientos con sello propio.

Fue entonces cuando se plantó sobre la duela y se dejó embriagar por sensaciones que nunca antes tocaron su fibra. Todos estos meses de rehabilitación pasaron por su cabeza como si se tratara de un enorme celuloide, una película hecha sentimiento antes de la bocina inicial, ésa que marcó el renacer deportivo de un Kobe que el pasado 25 de agosto cumplió 35 años de edad.

"Lo que he conseguido con mi regreso es fruto del trabajo. Fue muy duro llegar a este punto y hubo mucho trabajo diario, había que encontrar la motivación para llevarlo a cabo. Desde ese prisma, estoy muy contento", señaló tras firmar nueve puntos, cuatro asistencia, ocho rebotes, ocho pérdidas de balón y dos robos.

"Tratas de controlar eso lo máximo posible, pero no se puede evitar pensar en el trabajo duro. Eso hice todo el verano para estar en esta posición, fue inevitable pensar en eso".

ALEGRÍA Y FRUSTRACIÓN

A Kobe le brillaban los ojos durante la comparecencia de prensa. La satisfacción de su regreso se mezcló con la impotencia de haberse visto limitado en su juego, por la autocrítica a la que puso palabras tras el encuentro, pero al que ya había puesto rostro en algunos intervalos de los 28 minutos que jugó. Fue ahí cuando pudimos ver la desconocida fragilidad de Kobe Bryant.

Porque la Mamba quiso hacer más de la cuenta, y no pudo. Porque su espíritu competitivo le llevó a pasar por alto los cánones de la inactividad, de ocho meses de recuperación, la falta de ritmo, las lecturas de juego, la finura en las asistencias. Quiso agradar, no lo logró tanto como le hubiera gustado y fue consciente de ello. Todas y cada una de las veces que una jugada suya terminó en una de las ocho pérdidas de balón que protagonizó, se acomodó en defensa con la frustración sellada en su rostro.

"Mis expectativas no eran la de perder tantos balones, eso me afectó. No quería ceder la pelota, y quería cuidarla. Eso fue un fracaso para mí", explicó. "No me siento normal para nada, no puedo parar de pensar en ver el video para criticarme, es lo excitante de todo esto, el saber que tienes un reto y mejoras que realizar. Te sientas, lo visualizas y lo analizas para estar listo para el próximo partido", apuntó.

Hubo un momento en el que esa fragilidad quedó patente de una manera notoria en un jugador que nunca antes había sentido que su juego estaba limitado. Durante el ocaso del segundo periodo, después de perder su tercer esférico de la noche, el balón regresó a sus manos. Kobe imprimió la cadencia de las grandes ocasiones mientras el contador apuraba los últimos segundos antes del descanso. La tribuna del Staples Center vibró como en las grandes ocasiones mientras era testigo de una imagen harto conocida: la de Kobe con el balón controlado al final de un cuarto y los colmillos bien afilados para cerrar la jugada.

Pero no pudo ser. Trató de lanzar y DeMar DeRozan estuvo más rápido, bloqueó su lanzamiento y Kobe cayó al suelo mientras la cita llegaba al descanso con Los Angeles Lakers cayendo por cuatro puntos. Kobe tardó en levantarse más de la cuenta y fue ahí cuando se reflejó una fragilidad tan comprensible como desconocida, después de firmar el año pasado la máxima anotación de un jugador en su decimoséptima campaña en activo (27.3 puntos por juego, 3.9 puntos por delante de Kareen Abdul-Jabbar en su temporada 17) y de una carrera en la que las lesiones siempre le habían respetado.

"Creo que la última vez que estuve ocho meses fuera, todavía estaba en el útero", bromeó durante su comparecencia antes de reconocer que todavía le queda mucho para recuperar su nivel.

"Mi ritmo está completamente fuera de sincronía en términos de lectura de los pases y juzgar el tempo de los jugadores. Pero supongo que es un comienzo, y todos los comienzos son buenos", agregó. "Me llevará un tiempo, espero que más temprano que tarde, quizás el martes", afirmó en tono distendido refiriéndose al encuentro que los Lakers jugarán ante Phoenix Suns en el Staples Center.

A pesar de que su retorno no fue el que él esperaba, el optimismo prevalece sobre una autocrítica que forma parte del proceso de recuperación de Kobe. Es precisamente esa autocrítica constructiva la próxima etapa de una rehabilitación que ya dejó atrás los peores tramos y que seguirá construyéndose a base de pequeños fracasos, los propios del óxido inevitable tras la inactividad.

La reaparición de Kobe el domingo fue una primera piedra para la reconstrucción de su juego.

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