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Huracán Katrina, tragedia que ocurre en el futuro

Katrina se convirtió en uno de los cinco huracanes más mortales que han impactado la unión americana. LM Otero/AP Images

LOS ÁNGELES -- Las tragedias ocurren siempre en el futuro. Las tragedias cumplen años, pero no envejecen. Ni sanan.

Como cicatrices, las tragedias son una memoria dolorosa, porque separa los tejidos frágiles del olvido pretencioso y superficial de una piel que, incluso, no quieren convalecer nunca. Y las heridas se abren.

Hace diez años impactó Katrina. No a Estados Unidos, sino al mundo. No a una región, sino a un universo.

Por eso, las tragedias, ocurren siempre en el futuro. Porque hoy, el hombre ha levantado ya sus gigantes musculosos de acero y roca pulverizados hace diez años. Pero los esqueletos de una nación herida, reagrupan los sentimientos furtivos.

El hombre podrá reconstruir el mundo, pero no las galaxias internas donde habitan las tumbas vacías y las imágenes dantescas. El hombre inclina la cabeza ante la más generosa y cruel de sus dictadoras: la naturaleza.

Lo peor, lo hacen peor los recuerdos. Pero, lo mejor, lo hacen mejor aún esos mismos recuerdos.

Irónico: Katrina significa purificación, limpieza, pureza. Y su nombre más que bautizar, bendice a quienes son capaces de compartir la fortaleza y la inspiración a otros.

En esa abierta y doliente fosa común de la memoria, donde reposan los recuerdos vivos, que impide que los muertos, finalmente entierren a sus muertos, es inevitable encontrar historias sin raza, sin credo, sin color, porque ahí, todos comulgan la misma raza, el mismo credo y el mismo color.

La tragedia está hecha a la imagen y semejanza del patrón supremo de sus víctimas. Y el hombre es hombre porque al final se llora y se homenaje más su esencia que una ausencia contabilizada innecesariamente por identificaciones visuales, morales y estadísticas.

En esa resignación ante la Naturaleza, porque la tragedia ocurre siempre en el futuro, en diez años de suma de testimonios, los sobrevivientes no terminan de cremar sus propios sueños, no terminan aún de incinerar sus propias utopías.

Y la comunidad latina es un peregrino fortalecido por la hermandad del trance. Miles emigraron huyendo del futuro, pero no de los recuerdos. Miles de latinos permanecieron, para demostrarse que la victoria final se consuma en el coliseo magnífico de su desgracia.

Los testimonios, como páginas que hoy parecen fantasías multimensionadas, quedan como estatuas cinceladas en el bronce de su propia riqueza de ilusiones.

Idos, pero no expulsados ni exiliados, los fantasmas del terror, el luto, el hambre, la ansiedad, la angustia, la presencia latina sigue vigente en Mississippi, en Florida y Nueva Orleáns, y más allá de todo ese polen cultural que inhala, sin alergia y con placer, esta nación, prevalece el pulso febril por el deporte.

Al paso de los diez años, hay imágenes impactantes. Al menos porque cada uno encontramos el espejo del dolor ajeno para, egoístamente, regionalizar, ese universo del drama.

Aparecía en una escena en especial, un niño, moreno. Con esas facciones tan indígenas de los genes latinos. Bruñido de sangre, el rostro desconsolado, incapaz de entender tal vez aún, en ese carrusel de historietas de la infancia, y contemplaba en el piso el aro y la red hecha jirones de su estadio imaginario de basquetbol.

Al fondo, su casa en ruinas. Los padres lloraban su patrimonio. El hijo sollozaba ante el féretro invisible de un patrimonio maravillado en su fascinación por ser un genio exquisito de la duela.

Él, ese niño moreno, esperaba que Jordan, Kobe, LeBron, Chamberlain, estuvieran ahí para dar respiración de boca a boca a sus ensueños caídos. Porque ellos también fueron imberbes con fantasías.

Y como él, cuántos. Y cómo él tantos.

Hoy su casa estará de pie. Y tal vez otro aro, otra red y otra pelota estarán en sus manos.

Y hoy podrá ser más fuerte que la intensidad de sus quimeras de entonces. Sabrá, por supuesto, que la aviesa e impredecible Naturaleza aún alberga algún otro 28 de agosto en su nómina de calendarios negros con un nombre blanco como Katrina, que etimológicamente significa purificación, limpieza, pureza. Pero que también, ese nombre, inspira fortaleza.

Sí, Katrina, hoy diez años después, sigue siendo una tragedia que ocurre aún, que todavía lacera, en el futuro.