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Del Infierno al cielo

Independiente volvió a sentirse Rey de Copas (aunque no lo sea) de nuevo Getty Images

BUENOS AIRES -- Exhausto pero con la mirada en alto, Eduardo Tuzzio se dirigió a patear el último penal y en esos metros desde el círculo hasta el área, al defensor probablemente le pesó más el último año de frustraciones que los 105 años de gloriosa historia de Independiente.

Tal vez, a Tuzzio se le pasaron por la cabeza esos triunfos sufridos con Américo Gallego, la decepción de terminar con las manos vacías y un técnico que públicamente menospreció al plantel. Luego se disculpó, pero ya no pudo enmendar esa ofensa en caliente. Y todo terminó mal. El Tolo se fue en medio de acusaciones contra el mánager César Luis Menotti. Y el sucesor no fue el que esperaban los hinchas, pero era un hombre de la casa: Daniel Garnero.

El devaluado equipo perdió a su figura, Nacho Piatti, y no hubo reposición, porque el DT se iba a arreglar con lo que tenía. Dani tuvo buenas intenciones, pero nunca encontró el sistema ni el equipo y tras siete fechas con sólo tres puntos, debió irse. Y detrás de él, Menotti. El Rojo no podía estar más en rojo. Con los hinchas abucheando al equipo, sin director deportivo ni técnico. Y lo más grave de todo, sin siquiera alguna luz en lo futbolístico.

La dupla técnica Pavoni-Sá se hizo cargo del interinato, aunque Julio Comparada, titular del club, siempre tuvo claro que necesitaban un entrenador de inmediato. Y ahí, la situación que pinta mejor aquél presente de la institución: apenas meses después de haberlo echado (no le renovaron contrato, en rigor de verdad), la dirigencia volvió a buscar a Gallego, pero esta vez, el Tolo dijo no.

Llega al punto penal, se prepara para patear. Si lo hacía, Independiente era campeón. Si fallaba, le daba una chance más al Goiás.

Tras el papelón, la cúpula del Rojo pegó un volantazo, puso en acción el plan B: Antonio Mohamed. Inesperado. El Turco hacía apenas semanas que había dejado Colón por los malos resultados y agarraba a un Independiente en llamas, pero el Rojo lo sedujo.

Debutó con un triunfazo en el clásico ante Racing y ganó mucho más que un partido. El equipo empezó a mostrar una identidad y redescubrió un arquero, Hilario Navarro, quien resultó clave también en su camino a la final de la Sudamericana. Esa primera victoria fue sólo un primer paso. El torneo local ya era una causa perdida, pero la Copa todavía estaba ahí, aunque había caído 1-0 ante Defensor Sporting en Montevideo.

Pero en la revancha redobló la apuesta: el equipo venció por 4-2 (con el escándalo de la agresión al arquero violeta, de por medio) y el DT le encontró a Hernán Fredes su lugar en el mundo (o el campo). Lo sacó de la banda para correrlo al medio, donde el volante de buen pie y con menos recorrido, consiguió su destaque personal y le aportó al equipo otra opción de ataque. Rápidamente, el Turco armó la columna vertebral que quería. Le dio continuidad en la defensa a Julián Velázquez y reafirmó a Tuzzio en esa línea de tres, aunque también lo aprovechó como "cinco", en la ausencia de Roberto Battión. A Lucas Mareque le soltó más la cuerda para que se vaya al ataque y afirmó la dupla de ataque Parra-Silvera.

Pasaron los octavos de final e Independiente ya tenía cumplida la primera promesa del técnico: "Un equipo ofensivo, trabajo y esfuerzo". Así juega el Rojo, aún cuando los resultados no se le dan. Aún cuando el entrenador decidió utilizar suplentes en la liga local. Siempre se ve ese sello y además sirvió para mantener en movimiento y motivados a más que los 11 jugadores titulares. Como Nicolás Martínez, Patricio Rodríguez, Leandro Gracián y al propio Adrián Gabbarini, quien perdió el arco.

La visita a Ibagué tuvo el regreso con la satisfacción del agónico empate 2-2, con gol de Velázquez. La revancha, en casa, costó. Se aguantó más de lo que se jugó, pero valió el pasaje a semifinales. Y ahí, el gran cuco de los argentinos: Liga de Quito.

Seguro que Tuzzio también se acordó de los goles de Silvera y Mareque para descontar de un 3-0 a un 3-2 en la altura de Quito. Sabor a hazaña, que se completó en Avellaneda con un sufrido 2-1. Y eliminar al campeón entregaba un título honorífico de "merecido" finalista. ¿Es mejor Independiente que el equipo blanco? Por historia reciente no. Por calidad del plantel, probablemente no. Pero por actitud, definitivamente sí. Liga nunca se entregó, pero el cambio de mentalidad del conjunto rojo en cuestión de días debía tener recompensa.

Con la confianza en alza, Mohamed fue por más. Basta de ser punto en todas las series. "Por historia, somos favoritos", afirmó el DT. Pero la incursión en el Serra Dorada los tomó por sorpresa. Raro para un hombre que estudia tanto cada partido. Lo admitieron los propios jugadores. Goiás salió a jugar. El césped largo, la lluvia. Algo de fortuna en el primer gol. La velocidad. Y un 2-0, para muchos lapidario, pero para el Turco, los dejó "vivos". Y fue por más: "Vamos a ser campeones".

Tuzzio se preguntaba antes de la revancha si el equipo verde, descendido en el Brasileirao y verdugo del Palmeiras, era realmente bueno o sólo metía mucho. La respuesta es un poco de lo primero y mucho de lo segundo.

En esos primeros minutos que le tomó a Independiente acomodarse en Avellaneda, Saci volaba por la banda, Douglas lanzaba pelotazos largos y Rafael Moura le ponía el cuerpo al ataque. Presión en el medio y la asiedad del Rojo se descontrolaba. Hasta que agarró la pelota. Fredes no se conectó en el primer tiempo, así que Patito Rodríguez cambió de banda y se asoció con Nico Cabrera y Martínez para pegarle en el costado que más le dolía a Goiás. Battión y Tuzzio se ocuparon de la contención en el medio y Parra "hizo de Silvera", jugando por adentro y tratando de aguantar la marca.

Independiente se dio cuenta rápido de que cuanto más probaba a la defensa brasilera, más falencias le encontraba. Eso sumado al "laboratorio" del Turco del que salieron varias jugadas preparadas, llegó el primer gol, mediante Julián Velázquez. Faltaba más y no hubo descanso. El empate, con un cabezazo con efecto raro de He-Man Moura pudo haber sido terrible, pero la reacción fue inmediata como la recompensa: Parra hizo el 2-1 (2-3 en el global), y el mismo delantero consiguió el tanto que faltaba para arrancar de cero en la segunda mitad.

Mohamed preparó al equipo para una final y se jugó como una final. El Rojo no dio por perdida nunca la pelota, siempre había un rebote más. La tuvo, la cuidó y hasta el arco no paraba. Muy superior al rival, que lo dejó hacer el desgaste. Y en el complemento se lo cobró. Porque, aunque creció la figura de Fredes y el ingreso de Gracián (por Rodríguez) aportó algo de oxígeno, el cansancio hizo mella en el rendimiento. Bajó el ritmo, se perdió precisión y juego colectivo. Goiás, que tenía resto lo aprovechó y se adueñó del balón y lo lanzó a Saci hasta que dejó un surco en el costado izquierdo. Inalcanzable, inagotable. Como Moura. Y el gol estuvo a centímetros.

El alargue fue un suplicio. La consigna fue aguantar. Los cambios no le funcionaron tan bien al local como al visitante, que renovó energías en las bandas con Felipe y Everton. Sí, Goiás terminó más entero y podría haberlo ganado (o al menos anotar el gol que le faltaba), pero el amor propio del Independiente acalambrado llegó hasta la última instancia: los penales.

Más sufrimiento. Más nervios. La multitud roja anhelando ver a Hilario figura de nuevo. Estuvo cerca, pero esta vez fue la suerte la que le hizo el guiño al Rojo: el arquero eligió bien la punta, pero Felipe estampó el sexto disparo en el palo derecho. Carlos Matheu y Moura cumplieron con su parte. Entonces, exhausto pero con la mirada en alto, Eduardo Tuzzio se dirigió a patear el último penal y en esos metros desde el círculo hasta el área, al defensor probablemente le pesó más el último año de frustraciones que los 105 años de gloriosa historia de Independiente.

Llegó al punto penal, se preparó para patear. Si lo hacía, Independiente era campeón. Si fallaba, le daba una chance más al Goiás. Apuntó, disparó y la encajó en el ángulo superior izquierdo. Independiente es el nuevo rey de Sudamérica. Tras 15 años sin títulos internacionales, incorpora a sus vitrinas el trofeo que le faltaba, el 16º.

Tras varios meses en el Infierno, el Diablo se adueñó del cielo del continente.