Bruno Altieri 4y

Reggie Miller: ocho puntos, nueve segundos (Parte 1)

Era domingo en New York y como todo día de descanso, la gente alternaba entre Central Park y los negocios de la quinta avenida. Jornada para disfrutar en familia, a pura sonrisa. Los cerca de 16 grados centígrados y el día despejado invitaban a respirar una dosis de aire fresco.

Mientras algunos ciudadanos neoyorquinos se preparaban para la última gran presentación teatral de "On the Waterfront" en el Atkinson Theater, otros se agolpaban en las ventanillas del Madison Square Garden con la idea de conseguir algún ticket de reventa para la nueva función que protagonizarían los New York Knicks y los Indiana Pacers en las Semifinales de Conferencia Este de 1995.

Sólo una persona se encontraba encerrada en la habitación de su hotel tratando de hacer oídos sordos a lo que sucedía a su alrededor. Reggie Miller, el chico que había nacido con una deformidad en la cadera que lo había obligado a utilizar prótesis en sus piernas por dos años consecutivos, confundiendo a sus médicos acerca de si alguna vez iba a poder caminar sin asistencia artificial, daba vueltas en su cama intentando concentrarse para la hora del juego.

"¿Que John Starks qué, Reggie? ¿Que te va a hacer qué? Yo jugué con él hermano, realmente no puedo creer que esto vaya a suceder. Definitivamente, no lo puedo ni pensar", le decía Mark Jackson, ex Knicks, una y otra vez al tirador de Indiana que trataba de encontrar su espíritu listo para la hora del encuentro.

Jackson, quien había sido transferido de los Knicks a Clippers, para luego recalar en los Pacers, sabía que tenía que hablarle todo el tiempo a Miller. Tenía que tener a la estrella a punto de cocción, porque, en definitiva, él tenía muchas más ganas de vencer a la franquicia que lo abandonó sin mayores explicaciones.

La motivación era parte de un escenario entre dos ciudades que había comenzado mucho antes.

"Vamos Mark, tú tienes conocimiento de ellos, déjate de tonterías de una buena vez. Hoy es el día. Nuestro día", dijo Miller.

La disputa entre el básquetbol de campo contra el de ciudad. New York llamaba a Indiana la granja con luces, Indiana a New York la capital de la soberbia y arrogancia. Significaba la revancha de los playoffs de la temporada anterior, cuando los Knicks lograron girar la serie ante los Pacers para imponerse en siete juegos en Finales de Conferencia. La cultura de la ciudad donde el básquetbol había nacido contra la de la ciudad donde los reflectores lo habían iluminado.

"John, mira como te paras. ¿Se supone que eres un escolta anotador titular en esta Liga? ¿Me hablas en serio? Esto es vergonzoso", repetía Miller, uno de los mayores habladores de basura de la historia de la Liga, a John Starks, cuya mecha corta era conocida de norte a sur en los Estados Unidos.

"¿De qué diablos estás hablando? Por favor, juguemos, ¡Juguemos!"

Atrás había quedado el fatídico cabezazo de Starks en los playoffs 1993-94 contra Miller, y la actuación de baja monta del escolta de Indiana. Aquella acción quitó de las casillas a Patrick Ewing y Charles Oakley, dos guardaespaldas del tamaño de una montaña rocallosa que se fueron al humo del escolta de los Knicks.

"¡Te dije que no hagas ninguna maldita tontería!", gritó Ewing en la cara de Starks.

"Los idiotas hacen idioteces", le dijo Miller a Oakley al oído mientras Ewing seguía desatando su ira unos metros más adelante. "Simulé como si me hubiese golpeado un tanque Sherman, tú sabes".

"No le dije nada a Starks en el Juego 3. Quizás tuvo algún problema con el servicio de habitación o entraron las mucamas mientras se bañaba. No lo sé", agregó Miller a la prensa luego del juego, transformándose en el villano preferido de una ciudad que acostumbraba a agrupar superhéroes.

Tiempo después, la madre de Starks cargaría contra Ewing sin reparos de edad ni estatura.

"Si vuelves a hablarle así a mi hijo, estarás en problemas".

"Señora, con todo respeto, si su hijo vuelve a hacer una tontería semejante, le golpearé en la cabeza. Y muy fuerte".

Reggie Miller fue uno de los muchachos salientes de una familia increíblemente talentosa, constituida en Riverside, California. Es el segundo de los hermanos Miller que ganó una medalla olímpica, ya que la primera fue su hermana Cheryl, quien la consiguió jugando para el Team USA en los Juegos Olímpicos de 1984. Reggie la ganó en 1996 en Atlanta. Su hermano mayor, Darrell, fue jugador de California Angels en la Major League Baseball. Laura, su otra hermana, jugó voley en California State.

"Vamos, ¿acaso pretendes ser alguien en este deporte jugando así? Muévete más rápido, lanza más rápido, corre más rápido y ten seguridad en ti mismo", decía Cheryl en cada oportunidad que se enfrentaba a Reggie uno contra uno en su niñez. Cheryl, una leyenda del básquetbol femenino estadounidense, anotó 105 puntos en un partido de high school en 1982.

Los Miller se habían educado en una familia rígida. Todo era sí o no, blanco o negro, sin escala de grises. Sólo en la cancha podían demostrar su verdadera personalidad, entregar ángeles y demonios a la velocidad de la luz.

"No sé por qué dices eso de que hablo basura. Soy un buen chico. Un cordero de Dios", dijo Miller a la prensa estadounidense acerca de su verborragia recurrente para sacar de la casilla a los rivales. "El 70% de lo que hablo es para motivarme a mí. El 30% restante para tratar de meterme en la mente de los rivales".

Cuando Donnie Walsh llegó como gerente general de los Pacers, tomó la decisión más controversial que alguien podía tomar en una ciudad como Indiana. En la primera ronda del Draft de 1987, cuando los peinados eran diferentes y las cámaras filmaban en colores kitch, Walsh le dio una punzada a todos los fanáticos locales al elegir a Miller encima de Steve Alford, un chico de la ciudad que se había formado en la Universidad de Indiana a las órdenes de Bobby Knight. Por supuesto, las calles calificaron de insano a Walsh y los abucheos se hicieron frecuentes al entender que era la decisión más estúpida que alguien podía haber tomado.

Alford fue drafteado por Dallas Mavericks y terminó su carrera en la NBA sin pena ni gloria. Miller fue uno de los mejores jugadores de la historia de la Liga. Walsh se transformó en uno de los gerentes generales más maravillosos de este deporte.

Entonces, aquella tarde del 7 de mayo de 1995, significó el punto cúlmine de Miller como estrella NBA. La transformación del hombre en la leyenda en 8.9 segundos de acción. Reggie, quien jugó toda su carrera en Indiana, había nacido como estrella en esta Liga para vencer a New York. Esa era su misión. Ganar y también ridiculizar una y otra vez a Spike Lee, como cuando le anotó 25 puntos en el último cuarto del Juego 5 de las Finales de Conferencia Este en 1994 a New York, cerrando una actuación sobresaliente de 39 puntos y dedicando cada uno de sus conversiones al director de cine neoyorquino, ubicado en la primera fila del MSG con su mujer.

Ocho puntos, nueve segundos - continúa en la parte 2

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