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La generación de los híbridos

Es como analizar a fondo un cuadro de Arcimboldo: si uno lo ve de lejos, estima que es una cosa. Si lo observa de cerca, en detalle, se da cuenta que es algo completamente distinto.

El básquetbol está empezando a jugar a la escondida con sus propios elementos. Ha pasado de ser un deporte con estructuras de hierro a convertirse en una disciplina de un material flexible, permeable, que se estira pero que jamás se rompe.

Con el correr del tiempo, los moldes han perdido sentido en el mundo del básquetbol. Los actores principales -los jugadores- ya no responden a una lógica preestablecida. Estamos en presencia de la etapa de madurez del básquetbol redefinido, el espacio donde los híbridos han vencido por nocáut a los roles de antaño.

El básquetbol es un ajedrez en movimiento. El tablero jamás ha cambiado, se han sumado nuevas reglas y disposiciones, pero la esencia del deporte ha sido la misma en años. La estrategia y la táctica han evolucionado, se han construido soluciones y trampas a medida, y en el caso más preciso de la NBA se ha mejorado en un aspecto crucial: la defensa.

Pero hay algo tenebroso que los analistas no han tratado a fondo. Un problema que puede romper para siempre las reglas invisibles de este deporte. Lo que están cambiando son las piezas. Un caballo puede mutar en reina, un rey puede ser torre y un peón puede jugar a ser alfil.

Es el nacimiento del jugador imposible. El grande que puede ser chico y el chico que puede ser grande. La NBA comprende este concepto pero lo disfraza con diferentes elucubraciones. La idea de quitar el centro definido de la votación en los Juegos de las Estrellas es un paso a la comprensión del concepto: en el básquetbol moderno de elite, con la NBA como máximo ejemplo, los jugadores que tienen posiciones únicas pasan a ser limitados.

Existen casos diferentes, pero en los últimos años hemos visto el nacimiento de dos talentos que responden a la perfección a este concepto: LeBron James y Kevin Durant. Pregunto seriamente: ¿de qué juega James? ¿Escolta, alero, ala-pivote? ¿También puede hacerlo de base? Algunos, incluso, dicen que puede jugar de centro. Esa versatilidad rompe con el deporte. Ya no se necesita un cambio de cortinas para que quede emparejado un interno con un perimetral o viceversa: el propio entrenador de James lo puede mover de posición para generar el quiebre sin necesidad de movimientos de timón bruscos. Esta clase de jugadores sobrenaturales, híbridos en crecimiento, desplazan la vieja fisonomía del básquetbol, hacen que todo luzca desparejo y poco armonioso.

Desde un punto de vista técnico, es oro en polvo bajo un sistema flex básico, en el que el ataque se mueve sistemáticamente buscando distintas opciones de anotación. En defensa, puede defender adelante o atrás sin problemas. El caso de Durant es similar: juega de dos, tres o cuatro. Si lo marca un grande le penetra, si lo marca un chico le lanza por encima.

Los bases también han cambiado: no es casualidad que alguien como Rajon Rondo no sólo entregue asistencias, sino que también tome rebotes y anote puntos. Deron Williams está en la misma sintonía, Chris Paul también. Son la templanza pero también la adrenalina; es el capítulo siguiente de algo que aún necesita un manual para comprenderlo a fondo.

Magic Johnson fue el nacimiento y Dirk Nowitzki la infancia de esta clase de jugadores. Su altura y versatilidad permitieron quebrar a la NBA en un punto determinado y enseñaron que un nuevo modo de jugar al básquetbol era posible. Andrei Kirilenko, en su momento, fue una especie de justificación de que algo estaba pasando en modo versatilidad. James y Durant comprenden la versión mejorada por escándalo de los talentos europeos.

La diferencia entre Magic Johnson, Dirk Nowitzki y lo que hay ahora, es que antes los jugadores florecían con el talento. Hoy en día se los trabaja desde pequeños para que puedan ser versátiles, para que rompan la lógica en el emparejamiento uno contra uno.

Spoelstra, coach del Heat campeón, ha ido un poco más lejos en esta concepción: con la incorporación de Rashard Lewis en 2012-13, su equipo puede jugar con cuatro perimetrales y un interno cuando está en cancha, o con quintetos diferentes -más tradicionales- cuando sale. Es tremendamente confuso lo que hace el Heat para cualquier defensa: con la evolución de James, Miami está virando hacia algo nunca antes visto en la historia de la Liga. Pensemos que el Heat juega sin base natural (Mario Chalmers es un escolta), con Chris Bosh como cuatro o cinco y con James como comodín. LeBron, hoy por hoy, es el joker que convierte a la NBA en algo absurdo.

Pensemos en el plano internacional. El Team USA hizo lucir al básquetbol FIBA, en Londres 2012, como una fotografía en blanco y negro contrastada con un mundo multimedia. Mike Krzyzewski se apoyó en esta lógica: llevó a Tyson Chandler como único centro y encontró su punto máximo de juego cuando el gigante de los New York Knicks descansó. Observemos lo siguiente: Kevin Love jugó de tres, cuatro o cinco; Carmelo Anthony de dos, tres o cuatro; LeBron de todo; Durant de dos, tres o cuatro; Deron Williams de uno o de dos; Andre Iguodala de dos o de tres... Esto es otra cosa: es jugar a un deporte en el que se cambia el reglamento en todos los ataques.

En esta lógica novedosa, hay equipos que pretenden demostrar que el rompecabezas no necesita estar armado de esta forma. Los Lakers son un ejemplo claro: Steve Nash, Kobe Bryant, Pau Gasol y Dwight Howard juegan en una única posición. Es la vieja escuela contra la nueva. Es el corazón contra la evolución.

Si observamos con lupa, veremos que los equipos jóvenes están construidos con esta lógica de múltiples posiciones. Los veteranos (tomemos otro caso, los Knicks), tienen una fórmula completamente distinta. Son jugadores hechos con otro material: no decimos que son mejores ni peores, simplemente que pertenecen a otro tiempo. Será casi una batalla de ideas diferentes puestas en juego.

En esta Liga que comienza, tendremos la oportunidad de ver este fenómeno en pleno crecimiento. La NBA prioriza el juego de uno contra uno en su mayor plenitud, y esta construcción tempranera de los jugadores imposibles convierte al básquetbol en una demostración cabal de talento.

El orden le ha dado lugar al vértigo en su máxima expresión. El choque de posiciones entra en un plano de desigualdad absoluta. El jugador evoluciona, y el juego, como consecuencia, está destinado a dar un paso al frente. Estamos en presencia de un cambio en la forma de pensar el deporte, porque nada termina siendo lo que parece.

Un antes y un después. Bienvenidos al básquetbol sinérgico.

Bienvenidos, entonces, a la generación de los híbridos.

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