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El gol y sus circunstancias

BUENOS AIRES -- La inspirada performance de Zlatan Ibrahimovic ante la selección de Inglaterra ha disparado el apetito antológico que campea entre los futboleros. Esa manía por ordenar la historia clasificando los mejores defensores, los mejores goles de cabeza, las mejores atajadas y así.

El sueco convirtió el miércoles cuarto goles en un amistoso que finalizó 4-2. Un logro que, según los estadísticos, no registra antecedentes: nadie le había metido tantos goles en un partido a los ingleses.

Pero el detalle es el gol de chilena, desde 25 metros. De una espectacularidad cinematográfica. Esa acción notable fue la que desencadenó las comparaciones, los rankings retrospectivos con los diez mejores goles de chilena (Hugo Sánchez, Van Basten, Francescoli, Rivaldo, Palermo...) y los lamentos porque la FIFA, a esta altura del año, no lo puede incluir entre los que compiten como mejor gol de 2012.

Si bien esta clase de maniobras acrobáticas y geniales son autosuficientes en términos de belleza (y por lo tanto siempre apreciadas), la importancia de los goles depende de las circunstancias.

Si la definición de chilena (o de taquito o luego de haber limpiado el camino gambetando a siete rivales) ocurre en un partido amistoso y es el quinto gol de un equipo a todas luces superior, hay que tomar esa obra con pinzas.

La circunstancia es en extremo favorable. Cualquiera en esa situación toma riesgos. Se monta en la cresta de la ola para intentar cosas excepcionales.
Si ese gol, en cambio, define un torneo, luego de destrabar un partido caliente, tiene otro mérito.

En definitiva, con los goles debemos considerar cantidad, calidad y valor. No importa sólo cuántos goles hizo tal jugador y qué tan bonitos fueron, sino en qué contexto y para qué sirvieron.

Porque esto determina el linaje del goleador. Algunos se inspiran y embocan el arco una vez que el equipo aseguró el partido. O ante rivales flojitos. Los otros, los que se agrandan y la meten cuando las papas queman, esos son los imprescindibles.

Por caso, Gabriel Batistuta, aquel potente delantero que se adueñó de la nueve de la Selección argentina durante 12 años, es, a considerable distancia de sus seguidores, el máximo goleador del equipo nacional con 56 anotaciones. Maradona convirtió 22 goles menos y Kempes no llega ni a la mitad de la cuenta de Bati.

Sin embargo, cualquier hincha con vestigios de memoria sabrá distinguir el peso decisivo de estos dos últimos en los resultados que le permitieron a Argentina ganar sus dos Mundiales.

Meterle de a tres a Jamaica y a Grecia hace mucho por el legajo de un goleador, pero aporta bastante menos a la aspiración colectiva. Y, por supuesto, tampoco contribuye a la dimensión dramática que este columnista tanto estima en el fútbol.

El gol emblemático de Maradona a los ingleses, el que preside su fulgurante biografía, tiene ese lugar no sólo por el bordado a toda velocidad, por la
exhibición de recursos técnicos, por la plástica de los movimientos.

Está allí como la expresión condensada del talento del Diez (el mejor jugador de la historia) por las circunstancias. Porque enfrente había un archirrival y detrás se desplegaba la tradición de un clásico. Porque era un Mundial que se jugaba a temperatura de sauna y porque eran cuartos de final. Esa información dice más del gol y del goleador que su inefable habilidad.

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