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La prole de Bianchi

BUENOS AIRES -- Martín Palermo asumió como entrenador de Godoy Cruz. Madrugador, ansioso como cualquier primerizo, dirigió la práctica de bautismo y se apresta a debutar oficialmente ante Quilmes.

El club mendocino insiste con su predilección por los técnicos jóvenes, deseosos de formarse en el oficio.

¿Cómo será Palermo en su función de entrenador? Apelar a la memoria y remontarse a sus proezas en el área, a sus excesos benéficos, al dramatismo de su temple ganador, no sirve para nada.

Palermo tendrá, de aquí en más, la módica herramienta de su palabra. Y de ella dependerá para insuflar entusiasmo y confianza, para expresar sus conocimientos y pretensiones tácticas.

El momento de Godoy Cruz es complicado. Necesita un golpe anímico y es probable que Palermo, más allá de su inexperiencia como DT, pueda contagiar ese optimismo que siempre prodigó y que se transformó en su perfil más reconocible (para Palermo no hay imposibles).

De todos maneras, esto es psicología elemental. Habría que ver si tales valores se transmiten con la facilidad con que se saluda. Es de esperar que no.

Por lo demás, su timidez nunca ha sido un obstáculo para erigirse en líder, de modo que es probable que tampoco le impida tener una llegada fluida a sus dirigidos.

Con Palermo además se expande la herencia de Carlos Bianchi. El goleador se suma a Cagna, Arruabarrena y Guillermo Barros Schelotto. La nueva generación va tomando forma. ¿Habrán aprendido algo del Virrey? Seguramente.

Sin embargo, lo que los une es haber coincidido en la etapa más exitosa de Boca y de cada uno individualmente. Me animaría a arriesgar que, por mucho valor afectivo y estadístico que esto posea, no forja una identidad. Ni siquiera una afinidad de gustos futbolísticos.

Barros Schelotto, el que menos pasta de entrenador insinuaba, debutó en la profesión con una campaña impresionante al frente de Lanús. ¿Se trata de un talento precoz o es que un plantel capacitado y maduro reclama poco del entrenador? Vaya uno a saber.

Al margen de la mesura que se le desconocía como futbolista, el Mellizo apenas si aplicó a sus dirigidos la sensatez y el orden clásico que sí puede atribuirse a Carlos Bianchi. Una receta básica que no requiere saberes de experto.

Es que el trabajo esporádico e individual de un entrenador (así son las condiciones en nuestro medio) no bastan para moldear un equipo. Y mucho menos una cultura deportiva.

Más o menos carismáticos, más o menos insistentes con el diseño táctico, más o menos jóvenes, los entrenadores son fetiches necesarios cuya suerte depende a veces de cuestiones azarosas.

Por más que un DT "sepa", sus posibilidades de hacer ganar a un equipo son las mismas que las de alguien que "no sabe". Irremediable verdad que no se le escapa a nadie.

Ahora, si lo que se busca es una solución de largo alcance, el desarrollo de un lenguaje futbolístico duradero y eficaz, hay que pensar en una formación integral, desde las inferiores hasta la primera. Único proceso en el que sí se nota la incidencia de los entrenadores. Y, sobre todo, la existencia de una cultura.

Fuera de ese modelo, y sobre todo en el vertiginoso devenir del fútbol argentino, los nombres, por mucho que brillen, salvo contadas excepciones (Bielsa, entre ellas) carecen de relevancia en el destino de un equipo.

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