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La fórmula de Buñuel

BUENOS AIRES -- La repetición puede obrar como conjuro. Esa es la idea que sobrevuela la película "El ángel exterminador", de Luis Buñuel. La historia, inquietante y de lógica onírica como otras del genial realizador hispano mexicano, cuenta las penurias de un grupo de gente distinguida que queda atrapado en una fiesta.

Sin que medie razón y sin que se ejerza violencia alguna, hombres y mujeres permanecen encerrados durante días en la mansión simplemente porque nadie se anima a salir. Una fuerza oscura los retiene.
El clima se torna espeso, el humor de los rehenes se agria y la convivencia, donde empiezan los problemas hasta de higiene, llega al límite de lo tolerable (quién lo hubiera dicho de burgueses tan educados).
El gran truco para romper el hechizo lo descubren azarosamente y consiste en repetir las posiciones en la que cada uno de los invitados había estado en un momento clave.

Así, recreando literalmente ese instante, logran vencer la molicie siniestra que los ataba al lugar y por fin salen con la misma naturalidad con la que habían entrado.

No sé si los dirigentes de Boca y de River han visto esta película en los últimos tiempos, pero el recurso de revivir el pasado es una tentación en la que han coincidido.

En vuelo directo a los años noventa (década nefasta en tantos aspectos), ambos clubes han decidido reponer en el puesto de DT a sus entrenadores más exitosos. Bianchi, por un lado; Ramón Díaz, por otro.
De paso, el Superclásico se jerarquiza. Al menos resuenan los ecos de aquellas tardes de domingo en que Boca y River eran potencias indiscutidas y, sobre todo, hegemónicas.

Esa etapa de gloria definió el perfil de pícaro ganador de Ramón e hizo de Bianchi una especie de institución, una referencia en la conducción grupal cuya influencia llegó hasta el mundo empresario.

Sin embargo, al margen de la capacidad de cada entrenador, existe en esta reiteración (para Bianchi es el tercer mandato) un resabio mítico. El anhelo de sintetizar el tiempo, de tramar una continuidad (ficticia, pero recibida con euforia por el público) entre el apogeo lejano y estos días de nulo relieve heroico.

Además de técnicos con un brillante legajo, Ramón y Bianchi encienden las presunciones más felices. No porque el hincha prevea dibujos tácticos acertados o una gran promoción de futbolistas talentosos, sino porque se activa un recuerdo espléndido. Ambos son, a su modo, amuletos. Y, por lo tanto, el mejor antídoto ante la mediocridad del presente.

Cuando empiece a rodar la pelota se verá si la fórmula de Buñuel es eficaz. O si el tiempo transcurrido obliga a descartar la idea de repetición. Simplemente porque todo es distinto, hasta los personajes centrales, llamados a reescribir una historia que sólo vive (y a buen resguardo) en la memoria.