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Temores de verano

BUENOS AIRES -- ¿Para qué sirven los torneos de verano? Posiblemente todavía sean un negocio aceptable para un puñado de personas y allí resida la clave de su permanencia.

Pero desde el punto de vista deportivo, los clubes se han ocupado de vaciarlos de interés. De modo que ya son una mera formalidad. El único estímulo para afrontarlos es el cumplimiento de un contrato.

Sin embargo, como se disputan en temporada de abstinencia, el público responde y suele concurrir en apreciable cantidad a los estadios.

Algunos para matizar las vacaciones, otros para ver en persona algunas caras de la televisión, esos lejanos jugadores de los equipos centrales.

Como la etapa de preparación (la pretemporada) es una coartada invencible, los partidos malos y de bajo compromiso siempre tienen un justificativo. Los futbolistas están duros y además no quieren arriesgar el músculo. Eso se dice.

El cuadro se completa con los entrenadores que prefieren preservar a sus mejores hombres y desinflan un clásico desde el vamos colocando un equipo B. Claro, a los titulares los guardan para ocasiones más relevantes.

¿No debería ser justamente el verano el momento de ir templando el equipo, de probar novedades, de amigarse con la pelota? ¿No es una gran oportunidad, además, para que los recién llegados se presenten en sociedad?

Por qué, para casi todos, los partidos estivales son tiempo perdido cuando podrían ser, sin la menor duda, tiempo ganado. Rivales competitivos, pero sin la angustia del partido por los porotos.

A poco de otro Boca-River, Carlos Bianchi, para honrar la tradición que venimos desarrollando, dio a saber que usará el ejército de reserva. A la inversa de River, que acudirá a sus principales nombres.

Con su estilo zumbón, Ramón Díaz sube la apuesta. Ya ganó un duelo y, no obstante, se exige más que el oponente necesitado.

Y, por supuesto, arriesga el doble: perder frente a los suplentes de Boca supone un precio más alto que perder ante los titulares.

Hace bien Ramón. No le teme a la derrota. Mucho menos en estos tiempos de preparativos y ajustes.

Bianchi, en cambio, se protege. Un triunfo arrancará elogios estruendosos y una caída será perdonada de inmediato. La ecuación es perfecta. El único problema es que, implícitamente, justifica las presiones de las que tanto se quejan los entrenadores.

¿Por qué no tira toda la carne al asador y contribuye a un Superclásico de mayor jerarquía? Hay diversas razones, claro, todas ellas apoyadas en la sesuda planificación prevista desde el momento mismo de dibujar la firma en el contrato que lo une a Boca.

Modestamente, creo que se trata de reducir el partido, librarlo de cargas, volverlo inocuo. Bianchi quizá pretende alejar cualquier amago de nubarrón, toda vez que aún no se juega por nada.

Podría sonar sensato. Si no sonara tan grave. Si el eventual traspié no estuviera sobrevalorado. Tanto lidiar contra las presiones, que terminan los propios entrenadores provocándolas.