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Riquelme, último capítulo

BUENOS AIRES -- De no mediar otro berrinche --algo muy probable--, todo parece indicar que, después de un sinuoso y desconcertante camino, Riquelme volverá a Boca.

Es decir, que borrará con el codo lo que viene sosteniendo con un orgullo digno de mejor causa. Todo ese asunto de la palabra empeñada y sus connotaciones de superioridad moral.

Según contó el representante Daniel Bolotnicoff, el propio Riquelme fue quien motorizó la negociación (una más) con el club en el que ganó todo, luego de unas efímeras conversaciones con Palmeiras y el coqueteo con Tigre.

Indignado por el nivel de Boca en la segunda derrota ante River, siempre según Bolotnicoff, el jugador llamó a su entrenador favorito, Carlos Bianchi, para ponerse a sus órdenes. Para ofrecer el oportuno socorro en medio del desastre.

Se supone que el público de Boca se alegrará con la novedad; hablamos del mayor ídolo en la historia del club. No sabemos si los dirigentes experimentarán la misma felicidad, habida cuenta de los roces del último tiempo y del salario premium de Román.

Tal vez a ellos, obligados a hacer convivir pasiones y balances, el discurso del salvataje no los conmueva como al hincha común y corriente.

La llamada de Riquelme también pone en un brete al DT. A Bianchi le interesa contar con el buen pie y la experiencia de quien fue el conductor del equipo en sus días más gloriosos.

Quizá haya que esperar un tiempo de afinación, pero el aporte estratégico de Riquelme, con su pegada certera y su prudencia para regular los ritmos, es difícil de desechar así como así.

Pero en paralelo a esos méritos, el astuto entrenador debe estar interrogándose sobre las ventajas de repatriar a Riquelme para la paz del vestuario. Hombre de cosechar amigos fieles (casi serviles), también supo prohijar enemigos enconados.

Algunos dichos de Leandro Somoza (siempre elípticos) en los diarios permiten observar con claridad esta tensión.

Es razonable que a sus próximos compañeros de plantel no los llene de satisfacción la referencia despectiva que hizo Román luego de la derrota ante River. Derrota, por otra parte, ocurrida dentro del marco del fútbol amistoso, sin secuelas, del verano.

Cierta arrogancia proveniente de su lugar de ídolo siempre fue palpable en los actos y palabras del futbolista. Pero llamar por impulso, luego de un partido, para reclamar una camiseta a la que ya había renunciado con énfasis, subestimando a equipo y entrenador de Boca, parece un capricho de niño monarca.

O de magnate enviciado por la obediencia ciega que despierta su dinero. En fin, de gente que no puede entender que la realidad (y dentro de ella, la voluntad de los otros) no siempre se acomoda según los dictados del poder.

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