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Diario de las Finales NBA: 17 de junio

LA FOTO: Con toda la confianza

EL ANÁLISIS: Espíritu de superación

Por Bruno Altieri, enviado especial

SAN ANTONIO -- Luego del primer lanzamiento, la historia ya se había escrito. Todo, en defintiva, radica en la mirada. Las pupilas dilatadas, el ceño fruncido, la concentración como punto de partida hacia algo superador.

"El primer lanzamiento tuvo que ver bastante. En los últimos dos o tres juegos no había metido de afuera y necesitaba arrancar con el pie derecho. Metí los dos primeros y me sentí con más confianza. Ya venía tratando de ser más agresivo para llegar al aro. Esas cosas siempre ayudan", dijo Manu Ginóbili en conferencia con los medios de habla hispana.

Ginóbili se reencontró con Ginóbili. El puño izquierdo apretado, el brazo devolviendo el festejo en un ángulo perfecto de 90 grados que nace en el hombro y muere en la muñeca . El escolta argentino volvió a enamorarse del juego como él lo entiende: registro interno en su máxima expresión y capacidad anotadora mezclada con fluidez para asistir, todo a un mismo precio.

Fue un regreso conmovedor a las raíces de lo que siempre fue. Un auto-análisis interno para concebir el origen del problema y solucionarlo sin recurrir a fórmulas mágicas ni estrategias imposibles de cumplir.

El momento Ginóbili está de regreso. El instante en el que todo parece girar a su alrededor, generando una sensación de ubicuidad absorbente, volvió a vivirse en unas Finales NBA. Un dribbling por aqui, otro por allá, enhebrando una sucesión de imágenes fascinantes. Un pase lacerante para un compañero, una penetración incisiva hasta el fondo del aro para que los fanáticos empiecen a preguntar qué sucedió exactamente para semejante cambio.

La respuesta es mucho más sencilla de lo que se espera: nada. Esa anormalidad para cualquier ser humano es perfectamente explicable en un jugador como Manu. Está en su génesis. Nada está fuera del libreto, es una combinación de una serie de atributos intangibles que desespera a los adictos a las matemáticas.

Ginóbili ha convivido con esta clase de situaciones límite a lo largo de toda su carrera, y ha atravesado cada una de las pruebas que se le presentaron casi como una penitencia. Una condena que lo empuja hasta el borde de la cornisa para devolverlo a su lugar de origen antes de que sea demasiado tarde. Su espíritu se dobla pero jamás se quiebra.

Ginóbili está hecho de un material engañoso. Es un cuadro de Dalí de figuras ambiguas: parece una cosa pero en el fondo siempre es otra. Una piedra preciosa que no dice demasiado por fuera pero que si se la somete a una lupa termina siendo única en su género.

El escolta argentino fue sometido, casualmente, a la lupa inescrupulosa de los sensacionalistas de turno durante los días previos al quinto juego. Dijeron una serie de barbaridades mayúsculas sobre él, producto de la ignorancia generalizada. Una presión desbordada, cuyo objetivo era intentar convencer -y convencerlo a él también, por qué no- de que debía dejar el juego. Que su carrera se venía en picada y que ya no tenía piernas ni resto para hacer la diferencia.

Linda broma le jugó este domingo Manu a sus detractores. Atacó la llave con insistencia para conseguir puntos o pases-gol. Anotó tiros de afuera y realizó en varias oportunidades el pase extra anterior a la asistencia. Todo nació, como era de esperar, del pick and roll, pero cuando los tiros entran todo se hace más sencillo. Y cuando Manu se hace peligroso encuentran huecos todos los perimetrales, como sucedió, por ejemplo, con Danny Green.

"Todo ayuda en estos momentos. La gente quería verme y mis compañeros también. Fue un momento importante, estoy satisfecho de haber estado participativo llegando al aro y contribuyendo en ataque, no sólo pasando la pelota sino anotando también", agregó Manu.

Por supuesto que antes de este encuentro Ginóbili estaba jugando mal. Él lo sabía, pero fueron tan a fondo a la hora de calificarlo, muchos de manera despectiva, que despertaron al monstruo que estaba escondido. La reflexión dio lugar a la acción y entonces la chispa volvió a apoderarse de él para desparramarse a lo largo y ancho del AT&T Center.

No se habla de números en esta nota, sino de actitud. De una situación de carácter, de fuego sagrado para imponerse al orden establecido aún por encima de las dudas. Porque todo esto que suena natural tiene mucho de convicción. De razonamiento obsesivo, de reproche, de demanda extrema con uno mismo.

La exigencia de Ginóbili excede lo recomendable. Es voraz y arrasa con todo lo que está a su alrededor cuando se libera. Su confianza es antinatural, porque es capaz de transformar un témpano de hielo en un aro de fuego en escasos segundos, sin pasos intermedios en la consecución del objetivo. Sufre en ese proceso, pero a lo largo de su carrera no ha sido otra cosa que exitoso.

La noche del domingo tuvo un halo de magia en su diagramación. La gente se miraba incrédula en las gradas del AT&T Center porque sabían que estaban presenciando, de nuevo, la mutación extravagante de un jugador único. De la oscuridad a la luz en un chasquido de dedos. Ya nadie hablaba de las piernas ni de los años. Los eruditos que señalaban a Ginóbili con el dedo acusador hasta escasos minutos antes del juego habían cambiado el discurso.

Ahora, decían, todo se trataba de fortaleza mental.

Manu no se fija en el ojo externo. Juega con un interruptor escondido en algún lugar de su cuerpo que se acciona cuando las cosas están verdaderamente mal. "Si usted me necesita, llame al número en mi dorso", podría decir el letrero anunciando los servicios del escolta argentino.

Cuando las pantallas LED informaron que Gregg Popovich había decidido incluirlo a Manu en el quinteto inicial, la reacción fue de sorpresa. El coach no hizo otra cosa que darle un empujón al gran pez, en el momento adecuado, para enviarlo de nuevo al río. A su hábitat. Al lugar justo para que todo vuelva a ser lo que alguna vez fue, sin fisuras.

"Todo el mundo estaba detrás de él. Yo lo defendí todo el tiempo. Sentí que lo iba a hacer muy bien. Esta noche le dije que iba a ser una gran oportunidad para él. Me puse contento cuando Pop lo puso en el quinteto inicial porque tomó ritmo", señaló Tony Parker en conferencia de prensa.

Como ante Nets en 2003, ante Pistons en 2005 o ante Cavaliers en 2007, Manu jugó su papel. Protagónico, abarcativo, diferente. Por momentos, por qué no, emocionante. Sí parecía, por sus movimientos incisivos, que todavía tenía esa larga cabellera que lo iluminaba en sus carreras una década atrás. Regresó el euro-step, el tiro echándose hacia atrás, la flotadora. El combo de artilugios que sobreviven al tiempo y que permitirán, de aquí a unos años, decir quién fue Ginóbili.

El guerrero vuelve a estar de pie gracias a su espíritu de superación. Con todo lo que eso significa para lo que queda de la serie.

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