Eduardo Alperín 20y

Historia de los Juegos - St. Louis 1904

BUENOS AIRES -- Nos pasa a todos. Uno piensa una cosa, trabaja para conseguir ese objetivo, los pasos iniciales marchan de acuerdo a lo planeado, pero el resultado final dista de ser el deseado. Eso le sucedió al barón de Coubertin con los Juegos Olímpicos de 1904, destinados, en la reunión de 1898, a realizarse en los Estados Unidos.

Los pasos previos iban viento en popa e indicaban un venturoso porvenir, tal cual lo había previsto Pierre de Fredy, teniendo en cuenta el potente avance de la joven nación. La poderosa ciudad industrial de Chicago, designada como sede por el congreso del COI de 1901, anunciaba una perfecta organización, el envío de un barco, con escalas en varios puertos, para el traslado de las delegaciones europeas y aseguraba un superavit de 200.000 dólares. Mejor, imposible.

Pero al barón de Coubertin se le cruzó un gato negro por el camino y los fantasmas de París volvieron a surgir. Lousiana, la antigua Lousiana francesa vendida por Napoleón en 1803 por 80 millones de francos-oro, se aprestaba a festejar el centenario de su incorporación a los Estados Unidos con una Exposición Universal aplazada para 1904, y reclamó para sí los III Juegos Olímpicos de la Era Moderna.

SAINT LOUIS LUCHA POR LOS JUEGOS
El COI, mejor dicho su presidente y fundador, se negó rotundamente a ese pedido. Los promotores de la Lousiana Purchase Exposition resistieron ese rechazo y capitaneados por su presidente, James E. Sullivan, uno de los hombres fuertes del atletismo norteamericano, iniciaron una fuerte campaña en contra del Comité Olímpico Internacional.

Tuvo su principio en una carta de Sullivan al COI, en la que lo desautorizaba como institución, alegando de haber surgido de una reunión internacional y no de un congreso citado para su creación, con el agravante de la ausencia en esa ocasión de la mayoría de quienes figuraban como fundadores. Algo que era real.

La guerra estaba desatada. Carta va, carta viene. Amenazas. Manifestaciones callejeras. Como todo recurso es apto para ganar una batalla, los promotores de la exposición anunciaron la organización de importantes pruebas deportivas en la mismas fechas dispuestas por Chicago, en caso de que la sede no le fuese otorgada. Y la bomba surtió su efecto.

Chicago vaciló, al advertir que, de llevar a último extremo su oposición, habría cosechado un tremendo fracaso deportivo y financiero e intentó desesperadamente pasar los Juegos para 1905. La idea cayó en saco roto.

A fines de diciembre de 1902,en vísperas de Navidad, un Pierre de Fredy desesperado pensó en Theodore Roosevelt, que había asumido la presidencia de los Estados Unidos ante el asesinato de Mac Kinley, como el salvador de la conflictiva situación y recurrió a su arbitraje. ¡Pobre iluso! Roosevelt se volcó a favor de Lousiana.

Ante ese panorama, el COI se reunió de urgencia. Volvió a plantear nuevamente la designación de la sede. Saint Louis, sin otra ciudad como oponente, obtuvo 14 votos a favor, dos en contra y cinco abstenciones. La suerte de los III Juegos Olímpicos estaba echada.

LA AUSENCIA DE COUBERTIN
Los mismos errores de París aparecieron en el concepto organizativo de los propietarios de la Lousiana Purchese Exposition. Los Juegos tuvieron la misma duración de la exposición: cuatro meses y medio. Desde el 1° de julio hasta el 25 de noviembre. Y para mantener el interés, los dueños confeccionaron un maremagnum de actividades.

Pruebas para niños y los degradantes Anthoropological Days, reservada para los no blancos. Se reclutaron africanos, indios, filipinos, sirios, moros. La mayoría eran trabajadores de los stands de los expositores. Según algunos historiadores, también actuaron pigmeos y monos, en un espectáculo ultrajante y racista.

Los preparativos iban de mal en peor. Y Coubertin resolvió no avalar con su presencia semejante desaguisado y constituyó la única vez que un presidente del COI estuvo ausente en unos Juegos Olímpicos. Así se salvó de ver cómo se consagraban 390 "campeones olímpicos", de los cuáles sólo 95 ó 100, según las diferentes versiones, fueron reconocidos oficialmente.

ESCASOS PARTICIPANTES
El famoso barco anunciado en los planes de Chicago nunca zarpó. La travesía desde Europa era de 11 días, más 40 horas en tren para poder cubrir el trayecto entre Nueva York y Saint Louis. Un viaje nada atractivo para los países europeos. A eso se sumaba un mundo preocupado por la guerra ruso-japonesa. Esto determinó la presencia de apenas 10 delegaciones del Viejo Continente.

Francia e Italia no contaron con representantes. Gran Bretaña lo hizo con uno. La exactitud de la cantidad de participantes es relativa. Algunos historiadores mencionan cerca de 1000 y reconocidos 496, entre ellos seis mujeres. De los cuales apenas 64 no eran norteamericanos. Por su parte, el COI oficializa 601 varones, ocho mujeres y 13 países (Cuba, Canadá más los 10 europeos). La asistencia más baja en la historia de los Juegos.

Tampoco hay congruencia entre los datos del COI y el famoso libro de consulta The Complete Book of the Olimpics, de David Wallechinsky, editado últimamente por Sports Illustrated. El ente oficial indica 95 medallas de oro en total, 77 ganadas por atletas de los Estados Unidos. El libro, uno de los más consultados en el mundo, le da al país anfitrión 80 sobre 100. Vaya a saber uno de dónde se tomaron las referencias de ese pandemonio y cuál de los dos está más cerca de la realidad.

EL METEORITO DE MILWAUKEE
El norteamericano Archibaldo "Archie" Hahn fue una de las grandes figuras del atletismo. Lo llamaban el Meteorito de Milwaukee. Había razón para ello. En 1901 estableció el récord del mundo de las 100 yardas, con 9s6, y en Saint Louis se quedó con el oro en los 60 metros (7s), en los 100 metros (11s) y en los 200 metros (21s6).

Los 21s6 fueron récord del mundo y como récord olímpico se mantuvo 28 años, hasta que su compatriota Thomas "Eddie" Tolan, con 21s2, se lo quitó en Los Angeles 1932. Hahn se recibió de abogado, pero no ejerció y se dedicó a la enseñanza de atletismo; su libro Sprint fue considerado una obra clásica de este deporte.

Los norteamericanos ganaron 24 de las 25 pruebas atléticas y dentro de esos triunfos debe destacarse el triplete de Harry Hillman en 400 metros, 200 metros con vallas y 400 metros con vallas. O el del Ray Ewry, el hombre de goma, que repitió su actuación de París, al ganar en salto sin impulso en alto, largo y triple.

DECATLÓN, BOXEO Y LUCHA LIBRE
Lo denominaron All round champion, fue reconocido como el primer decatlón olímpico. Las pruebas eran 100 yardas, una milla, lanzamiento de peso y de martillo, salto en alto, largo y con garrocha, marcha atlética, 129 yardas con vallas y como cierre un lanzamiento de peso de ¡25 kilos!. Todas realizadas el mismo día. De esta tortura salió ileso el británico Thomas Kiely, quien 39 años después solicitó que figurase como irlandés.

El boxeo y la lucha libre hicieron su ingreso en el calendario olímpico. Siete categorías tuvo el boxeo: mosca, gallo, pluma, liviano, welter, mediano y pesado. Todas las finales fueron entre norteamericanos y nos resultó infructuosa la búsqueda para saber si participaron boxeadores de otras nacionalidades.

La lucha libre también contó con siete categoría: mosca, gallo, pluma, liviano, mediano, semipesado y pesado. Al igual que el boxeo, toda la cosecha del oro y la plata quedó en manos de Estados Unidos.

CON UNA PIERNA ARTIFICIAL
El de George Eyser se trata de un caso único. Este gimnasta perdió una pierna en un accidente de tránsito y compitió con una artificial, según las versiones era una pierna de madera.

A pesar de ese problema físico, Eyser ganó seis medallas. Tres de oro (paralelas, subida de cuerda y salto sobre el caballo) y tres de plata (potro, ejercicios combinados y barra fija). ¿Cómo podía competir en esas condiciones? Nadie lo menciona y me es imposible imaginármelo.

Por otra parte, la actuación de los esgrimistas cubanos fue notable. Liderados por el talento de Ramón Fonst obtuvieron cinco medallas de oro, dos de plata y dos de bronce. Linda cosecha. Fonst aportó dos oro en espada y florete; M. De Díaz, en sable; A.V.Z. Post, en vara y los tres en florete por equipo.

CANADÁ, CAMPEÓN EN... FÚTBOL
¿Actualmente alguien podría pensar en una final olímpica de fútbol entre Canadá y los Estados Unidos? Imposible. Pero, en 1904, la ausencia de Gran Bretaña, el dominador de esa época, y la presencia de dos equipos norteamericano y uno canadiense como únicos participantes lo hizo posible.

El Galt Football Club, de Canadá, superó a Christian Brothers College por 4 a O, mientras el otro participante fue el St. Rose School, que sus integrantes no pudieron festejar un gol en sus dos partidos.

A 11 años de su creación por Naismith, el básquetbol, un deporte llamado a convertirse en uno de los de mayor trascendencia mundial, hizo una exhibición buscando su divulgación y un lugar olímpico, que llegó recién en los Juegos de Berlín 1936.

Participaron cinco conjuntos y, en la final, Búfalo venció a YMCA Chicago por 39 a 28.

AL FIN EL ORO, LA PLATA Y EL BRONCE
En Atenas hubo medallas de plata para los triunfadores; de bronce, para los segundos, y diploma para los terceros. En París, ni siquiera eso. Obsequios para elegir. En Saint Louis nace el oro, la plata y el bronce como premios del primero al tercero, en ese orden.

Ese es el rayo de luz de estos Juegos, desarrollados mientras Coubertin estaba en su París natal pensando cómo se las iba a arreglar para organizar los de 1908. Esperando no tener que encontrarse nuevamente frente a otra exposición....

EL FALSO GANADOR DEL MARATÓN
Saint Louis 1904 fue escenario de una historia como hay pocas en los Juegos Olímpicos. Abandonó, lo llevaron en un automóvil, el vehículo se descompuso, se bajó, siguió corriendo y fue recibido como el ganador de la maratón. Veamos la trama lo sucedido.

El trayecto por los campos de la zona distaba de ser el ideal para una competencia de 40km, pues las constantes elevaciones, con siete colinas, obligan a un enorme esfuerzo, aumentado por una temperatura de 31 grados.

El estadounidense Fred Lorz, uno de los 27 participantes de su país en la maratón, junto con un griego, un cubano y dos africanos, estaba agotado y a los 15km de la partida decidió abandonar y subió a uno de los flamantes coches fabricados por Ford, que conformaban una pintoresca caravana.

"No podía dar un paso más cuando subí. Poco a poco fuimos pasando a los competidores y los saludaba. Mi única preocupación era arribar al lugar destinado como llegada para recuperar mi vestimenta", relató Lorz en sus memorias.

Y continuó: "De pronto el coche se detuvo. Estaba averiado. Me dijeron que estaba a 7km de la meta. Me sentía recuperado. Dije que iba por mi ropa y empecé a correr. La gente me alentaba y me sentí en plena carrera. Cuando llegué a las cercanías de la llegada el aliento se transformó en ovación, hice un sprint final y me sentí el triunfador".

Esa es su versión. La de haber seguido el impulso emocional de verse aplaudido. En plena euforia, Alice Roosevelt, hija del presidente, le colocó una rama de laureles en su cabeza ante el delirio de los espectadores. La apoteosis del triunfo estaba en su apogeo cuando llegó el verdadero vencedor: Thomas Hicks. De inmediato Lorz fue descalificado y se retiró en medio de un ensordecedor abucheo.

Lo de Lorz no termina aquí. Para unos era un fraude; para otros, la obra de un bromista. Lo inhabilitaron a perpetuidad. Pero varios meses después, solicitó perdón, a través de una carta, reconociendo la gravedad de su error. El perdón fue concedido y, al año siguiente, el falso ganador de la maratón olímpica de 1904 se proclamaba campeón de maratón de los Estados Unidos. Todo un capítulo en la historia del deporte.

Eduardo Alperín fue columnista de ESPN.com por 16 años. Falleció el pasado 25 de abril.

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