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El estrellato no se le iba a escapar

MIAMI -- En el fondo se observa la silueta de un boxeador peleando en la sombra.

No hay mejor imagen para describir la carrera de Sergio "Maravilla" Martínez, a quién el éxito y la fama en el pugilismo le llegó tarde.

Un sinfín de razones por las cuales el estrellato se hizo esperar, pero quizás el tardío inicio de su idilio con el boxeo podría estar al tope de la lista.

"Siempre quise ser deportista profesional, pero ni el ciclismo ni el fútbol fueron la respuesta", recordó Martínez. "El 2 de mayo de 1995 ingresé a un gimnasio de boxeo por primera vez, y enseguida me di cuenta que era lo mío".

En ese entonces, el boxeador argentino tenía 20 años, y finalmente había sucumbido ante la influencia de tres de sus tíos, que también eran pugilistas.

El hecho de ser zurdo también fue un aliciente a la hora de elegir su profesión, pero su capacidad para evitar que lo golpeen se hizo evidente de entrada.

Tal es así que dos años más tarde ya era integrante de la selección Argentina, con la cual participó en un torneo en Budapest en 1997.
En el horizonte estaban los Juegos Olímpicos de Sidney, pero con ellos llegó la primera encrucijada.

"No había nada que yo quería más que representar a mi país en las Olmpíadas, pero si me mantenía como amateur, iba a tener 25 años cuando llegase el momento de viajar a Australia", soslayó Martínez. "A la vez mi sueño era ser campeón mundial, por lo cual decidí hacerme profesional en diciembre de 1997, y estoy contento con la decisión que tomé".

Con gran poder viene gran responsabilidad, y no está en el ADN de Martínez hacer las cosas a medias.

Maravilla creció en un barrio humilde en Quilmes, donde él ha confesado que fue víctima de bullying, trabajó con su padre Hugo en construcción y desde entonces se acostumbró a sobreponerse a obstáculos.

El sabía que la gloria deportiva no llegaría gratis, y fue allí cuando decidió emigrar a España.

"Fue lo más difícil que te puedes imaginar", confesó Martínez. "Dejar tu familia, tu casa, tu mate, tu todo. No tenía ni siquiera un pasaje de vuelta, pero a la postre terminó siendo el paso más importante que tomé en mi carrera. Más allá de que hablen tu idioma, cuando cierras la puerta de tu casa estás solo. Allí me hice fuerte".

El sueño de ser campeón estaba intacto, pero las puertas no se abrían. Lejos de su hogar y sin recompensa evidente, la mente le empezó a jugar trucos a Martínez.

En abril del 2004, el boxeador argentino estaba pasando por un mal momento personal y deportivo. Sin la documentación indicada, corría peligro de ser deportado y le tocó dormir en la comisaría varias noches.
"En esos días me hice hombre", sentenció Martínez.

Justamente durante una de esas noches largas, llegó un llamado, que en retrospectiva terminó siendo un punto de inflexión en la carrera del pugilista albiceleste.

"Estaba sumergido en mi miseria y mi depresión cuando me llamaron para reemplazar a un boxeador en la pelea por el título mundial del IBO", admitió Martínez. "Me avisaron ocho días antes del combate y dije que sí".

La pelea era en Manchester ante el inglés Richard Williams.

Martínez tenía un amigo dueño de un gimnasio que lo ayudó con la suplementación porque en ese entonces "no tenía para comer".

En condición de visitante, y en contra de la lógica de las reglas no escritas del boxeo, Martínez se terminó coronando por decisión unánime.

"Tenía 28 años, y en ese instante sentí que podía lograr absolutamente todo lo que me propusiera", recordó Martínez con una sonrisa.

Los llamados de amigos y periodistas argentinos no tardaron en llegar. Felicitaciones por doquier y la intriga de saber cómo estaba celebrando un momento tan importante. ¿La respuesta? Quizás no tan glamorosa como esperaban.

"Tenía una bolsa de hielo en mi cara y otra en mis riñones para mis múltiples fracturas", expresó Martínez. "Recuerdo que a las ocho de la mañana del día siguiente, me miré al espejo y fue la primera vez que sentí miedo y me pregunté si esto valía la pena. Pero luego miré el cinturón y llegué a la conclusión que romperse un par de huesos no era nada al lado del éxito".

El cinturón era la imagen que representaba el sentimiento de realización, pero las grandes bolsas y los boxeadores todavía le eran esquivos.
Es que en la profesión del pugilismo, el mero talento a veces no es suficiente.

"He visto boxeadores con un talento brutal, que por política o promotores, desaparecen del deporte", indicó Martínez. "Cuando se llega a cierto nivel, es más difícil lo que sucede alrededor del ring que lo que sucede dentro del mismo".

Para no dejarse absorber por el "ruido" del entorno, hay que poseer una fortaleza mental particular.

Maravilla lleva la palabra "Resistencia" tatuada en su brazo derecho, y ciertamente la ha exhibido a lo largo de su carrera.

Pero tener un equipo de trabajo de confianza ayuda de sobremanera.

"Mi equipo siempre mira los contratos hasta el más mínimo detalle", explicó Martínez. "Hoy como promotor hago lo mismo con mis boxeadores. Hay que lograr un cambio de conciencia en este deporte que tanto amamos. Hay veces que los boxeadores parecen ser 72 kilos de carne y nada más".

Luego de derrotar a Kelly Pavlik para conseguir cuatro títulos mundiales, Martínez pasó a ser "72 kilos de carne" más relevantes.

Ya no tenía que perseguir el estrellato, la estrella lo perseguía a él.

Sin embargo, todavía tenía algunas cuentas pendientes. Entre ellos, recuperar la conexión con su gente.

Por eso luego de vencer a Julio César Chávez Jr., en lo que terminó siendo el inicio del declive para el boxeador mexicano, Martínez decidió volver a casa.

El 27 de abril del 2013, cayó un diluvio universal en Buenos Aires. Sin embargo, ninguna de las 49.000 personas que estaban presentes en el estadio de Vélez Sarsfield se fue a ningún lado.; querían recibir a su hijo perdido.

"Fue uno de los sentimientos más fuertes de mi vida, muy pocos boxeadores pueden vivir eso", declaró Martínez. "Sólo el Arca de Noé nos sacaba de allí".

Hoy, Martínez tiene 39 años y el final está cerca.

Si bien es verdad que Bernard Hopkins sigue brillando a los 49 años, Maravilla es rápido a la hora de aclarar que "está hecho de otro material, yo soy un ser humano común".

Las lesiones tampoco ayudan. Se fracturó la mano y se tuvo que operar la rodilla derecha en tres oportunidades. Y aunque con el paso de los años cada vez es más difícil recuperarse, Martínez insiste en que se encuentra en perfecto estado.

"Mi doctora Raquél me tiene bajo la lupa, pero estoy entrenando a un ritmo altísimo", explicó Martínez. "Mi rodilla tuvo sus males más graves, pero las lesiones son parte de la ecuación. No hay nada que no pueda controlar".

Hace 13 meses que Martínez no pelea, y en un momento dudó que lo volviera a hacer. Pasó nueve meses en muletas, y pocos combates lo motivaban.

"Contra Martin Murray no me sentí nada bien, la rodilla me jugó una mala pasada y así no quería seguir", admitió Martínez. "Allí fue cuando les dije a mis promotores que sólo me llamen si Miguel Cotto tocaba la puerta".

Eso fue exactamente lo que sucedió, y ahora Martínez pretende volver a ser lo que fue no hace mucho tiempo.

El combate es el 7 de junio y el pugilista argentino ya ha comenzado la recta final de su preparación con sparrings y mayor intensidad.

Cotto insiste en su apellido sea mencionado primero a la hora de promocionar la pelea, pero esto no le quita el sueño a Martínez, que sólo "quiere pelear".

El estrellato le costó sangre, sudor y lágrimas, pero finalmente le llegó y Martínez ahora lo disfruta al máximo.

Además de querer cerrar su carrera de la mejor manera, ya es promotor, sacó su documental "Maravilla, está escribiendo una obra de teatro con los hermanos Fantoni y toma clases de canto como hobby.

Pero las prioridades no cambian, al menos no por ahora.

"Le prometí a mi madre que dejaría de boxear tantas veces, que pronto se lo voy a cumplir", concluyó Martínez. "Todavía tengo cuentas pendientes que planeo cumplir y Cotto es una de ellas, pero el círculo se está cerrando".