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El sueño se terminó

NUEVA YORK -- Están desmantelando el ring. Nos estamos retirando del gran estadio, La Arena más Famosa del Mundo. Los empleados nos muestran el camino para que nos vayamos rápido. Atrás queda la conferencia del inobjetable ganador, Miguel Cotto, flamante campeón mundial de los medianos. Y también la frase de Pablo Sarmiento, el técnico de Martínez, quien decretó el abandono cuando sonaba la campana para el décimo asalto. "Como técnico y amigo de Sergio, creo que ya no daba más. Luego deberemos sentarnos y hablar del futuro. No es el momento".

Bob Arum celebra cautamente, y anuncia las próximas peleas de Top Rank. Algunos argentinos se retiran, desencajados, envueltos en sus banderas. Los puertorriqueños celebran: Cotto es el primero de su tierra en lograr cuatro campeonatos mundiales. Lo que parecía una pelea difícil, fue un desfile exitoso por el ring del Madison: ganó todos los asaltos de la pelea, hasta que se terminó al comienzo del décimo. Maravilla Martínez se fue por una salida lateral, rumbo al hospital, con el rostro lastimado y el orgullo destrozado.

El boxeo es así. Antes de la pelea, Martínez hizo una exhibición de gimnasio y manoplas en el hotel, para los periodistas argentinos. Lo vimos tan bien en sus desplazamientos que llegamos a pensar que su rodilla era un tema superado. No fue así, aunque nos apuramos a decir que el cross de izquierda de Cotto, en el mismo arranque de la pelea, nada tuvo que ver con la rodilla. Esa mano, de la que el argentino no pudo reponerse, fue el comienzo del fin. Y, aunque cayó tres veces en ese asalto inicial, la pelea continuó.

La regla del nocaut automático a las tres caídas no vale para el Consejo. Fue por esa razón que Joe Cortez –con quien compartimos la bancada- tampoco detuvo a Juan Manuel Márquez ante Manny Pacquiao: el mexicano se recuperó, y terminó empatando (ese round inicial finalmente, incidió en las tarjetas).

Luego sí, la rodilla, que lo mostró sin sustentos. Luego, sí, la actitud enérgica de Cotto, buscando la pelea. Luego, sí, Maravilla peleando con los brazos levantados para protegerse (una vez dijo: "Mi técnica es pelear con los brazos bajos... el día que los levante, entonces sí preocúpense". Tenía razón).

Seamos realistas. Este Maravilla Martínez ha sido vencido no solamente por Cotto –legítimo vencedor- sino también por el Padre Tiempo, que nunca perdona. Se le vino el almanaque encima, cosa que se vio en su pelea ante Martin Murray en Vélez. Ni sus desgastantes entrenamientos, ni su auto exigencia, ni los cuidados de la doctora Raquel, ni los planteamientos técnicos y ni siquiera su gran confianza pudieron salvarlo.

La noche del Garden fue la confirmación de que su cuerpo ya no es el mismo, y que aquella noche maravillosa y grande de Julio César Chávez Jr. fue la culminación de un sueño, pero también el canto del cisne. Esa noche, que nos emocionó a todos y que le dio una victoria única e inolvidable, fue su última noche de grandeza. El tiempo pasa para todos.

No sabremos nunca si Martínez sabía de sus limitaciones o si su gran corazón le hizo creer que, efectivamente, todavía podía. No olvidemos que Miguel Cotto, veterano de mil batallas, tampoco está en el esplendor y que ni siquiera es un peso mediano auténtico. Si a pesar de la diferencia de estatura y de peso Cotto le hizo daño, ni imaginar qué hubiera ocurrido si su rival hubiese sido un mediano natural.

Martínez peleó como pudo, a fuerza de corazón. La pelea terminó en el primero, pero se debatió como pudo durante todo el resto apelando al contragolpe de su mano zurda, que aunque llegó en varias ocasiones, no pudo frenar a Cotto. Un día le preguntaron a Ray Sugar Robinson qué le pasaría si se lesionaba la mano izquierda. "Pues, pelearía con la derecha", dijo. Le preguntaron entones qué pasaría de lesionarse una pierna. "Entonces no podría hacer nada, porque el boxeo se hace con las piernas", fue la respuesta.

Sin piernas, sin la velocidad de otros tiempos y ante un rival sólido y ordenado, Martínez nada pudo hacer. Los tiempos de sus triunfos ante Kelly Pavlik o Paul Williams parecieron ser, de pronto, de viejas épocas, teñidas de nostalgia. El presente pudo más.

Si Martínez estaba consciente de sus lesiones o si realmente pensó que podía aún dar más, quedará seguramente en la nebulosa de las grandes preguntas. Lo cierto es que, ante Cotto, en medio de un Madison rugiente y estremecido, se debatió como pudo, ya que a medida que pasaban los asaltos era evidente que solamente con un nocaut podía dar vuelta la historia. Volvió a caer en el octavo. Y hubo un pasaje en que tras marrar un golpe, anduvo por el suelo...

La suerte estaba echada, era una cuestión de tiempo, porque Cotto, sin desesperarse, siguió su marcha sin piedad hacia la victoria. Finalmente, Sarmiento –en un gesto que elogiamos, aunque habrá sido muy difícil de adoptar para él- decidió que ya no había caso alguno, que la pelea ya no era tal, que era innecesario tanto castigo.

Como esos sueños en los que nos despertamos, felices, porque hemos sentido momentos y situaciones placenteras. Como esas hermosas mañanas de verano en las que sentimos que la vida nos pertenece. Así fue el momento en el que, allá en Las Vegas, Maravilla derroto a Chávez. Pero los sueños también se chocan muchas veces con la realidad. No, no fue una fantasía aquella noche de gloria, pero también es cierto que después la vida se impone, "Tanto tienes, tanto vales", dice la poesía. Martínez tenía, por entonces, juventud y fortaleza. Hoy, sin menos juventud y menos fortaleza, el resultado fue otro, totalmente impensado, ya que nadie hubiera creído que todo podía terminarse en menos de los tres primeros minutos del asalto inicial.

Martínez revitalizó al boxeo en Argentina, obligó a hablar de boxeo a las madres y a las novias. Con su participación en Bailando por un sueño, logró lo que no había podido en una silenciosa campana de casi diez años, peleando por bolsas magras y siempre de visitante. Necesitó de un programa de televisión para que se supiera que –además- era un boxeador talentoso.

"Difícil es retirarse a tiempo", nos dijo hace poco. "Y yo quiero ser como Monzón". Es cierto, es muy difícil y quizás, después de Murray, enfrentado a sus lesiones en las piernas, tal vez debería haber tomado esa decisión y retirarse campeón. No pudo ser. Rey del optimismo y abanderado del esfuerzo, aceptó pelear con Cotto, quizás creyendo que con su corazón bastaría, pero no fue así.

Ahora, mientras salimos a la avenida Séptima, mientras el Madison queda a nuestras espaldas, y las luces de la gran ciudad siguen encendidas, encendemos el ante último cigarrillo, y mirando al cielo, a la noche estrellada, sentimos que debemos una frase, por lo menos una: Gracias por todo, Sergio, por la noche de Chávez, por las ilusiones hechas realidad, por el esfuerzo, el tesón y el coraje.

Gracias, Sergio.

Gracias por todo...