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Ginóbili, el tapado desenmascarado

SAN ANTONIO -- De repente se vio agarrando un vuelo a Italia.

Manu Ginóbili cruzó el Océano Atlántico con sus valijas cargadas de ilusiones. Las propias de un joven talentoso que se sintió atraído por el baloncesto europeo y que visualizó un porvenir que seguiría creciendo mientras vivía casi en la punta de la bota del Viejo Continente antes de dar el gran salto. En aquel punto todavía era incapaz de imaginar lo que le depararía el mundo del básquetbol en el futuro, ni siquiera veía cerca la posibilidad de jugar en la NBA y mucho menos de ganarlo todo en el lugar soñado.

Había comenzado a curtirse como profesional en la liga Argentina (Estudiantes de Bahía Blanca y Andino Sports Club) y como integrante de las categorías inferiores de la albiceleste. Manu se exponía poco a poco a nivel internacional y ya había llamado la atención de algunos cazatalentos, entre ellos R.C. Buford, gerente general de San Antonio Spurs, quien se fijó en él durante el Mundial sub 21 de Melbourne en 1997. Pero todavía le hacía falta madurar como jugador, rodearse de los mejores y continuar construyendo esa leyenda todavía inimaginable en aquel año 1998.

El Reggio Calabria de la segunda división italiana se convirtió en la plataforma que estaba buscando. Una temporada, un ascenso a la primera división y mucho brillo anotador después (17.9 puntos de media en la fase de ascenso), llegó la sorpresa. Una mañana desayunó con la noticia de que los Spurs le habían elegido en la posición 57 del Draft de 1999. Su ego voló tan alto como la moneda que lanzaron los directivos de los Spurs para elegir a su compatriota, Lucas Vitoriano, o a él; pero el ego de Manu se quedó en las nubes al conocer su elección por los texanos y, como él mismo confesó, desde ese momento fue imposible quitar de su cabeza la idea de jugar en la NBA. Sin embargo, su salto a Estados Unidos tardó tres años en producirse.

"No me querían", esgrimió con una amplia sonrisa a ESPNDeportes.com. "Ellos hicieron una apuesta conmigo, dijeron que era la última elección de segunda ronda. Tomaron la decisión de decir 'vamos a apostar por este jugador, capaz que mejora en unos años'. De entrada dijeron, 'no te necesitamos, sigue entrenando y mejorando, y algún día llegarás'", recordó en las entrañas del AT&T Center después de que Miami Heat pusiera el empate a uno en las Finales de la NBA, las quintas en las que participa un Ginóbili que busca su cuarto campeonato después de los tres logrados en 2001, 2003 y 2005.

ITALIA LE HIZO MEJOR

Quién hubiera imaginado esta renta por aquel entonces, cuando Manu se dedicó a subir peldaño a peldaño una escalera sin tope, de límite infinito cuyo próximo escalón le colocó en el Kinder de Bolonia, también en Italia, el lugar donde se produjo el estallido Ginóbili, la explosión de un jugador que comenzó a encontrarse con su mejor versión y cuya exposición internacional pasó a ser inevitable.

"La verdad es que me terminó haciendo muy bien porque me sirvió para desarrollarme. Yo no estaba preparado cuando fui elegido. Yo estaba en segunda división de Italia, así que no estaba preparado. De ahí pasé a equipos buenos, con buenos compañeros compitiendo al más alto nivel europeo y me hizo muy bien para seguir creciendo, desarrollándome y ganar confianza", destacó el argentino.

En el Kinder ganó la Euroliga, el campeonato italiano y la Copa en 2001 (Jugador Más Valioso de la temporada y en en la final del torneo continental). En 2002 también levantó la Copa de Italia y fue JMV de la liga por segunda vez consecutiva. Este periodo de florecimiento no se hubiera producido sin la presencia de Ettore Messina, una de las dos personas que más han influido en la carrera deportiva de Ginóbili más allá de su padre, Jorge, y sus hermanos, Leandro y Sebastián, todos ellos íntimamente relacionados con el baloncesto.

"Creo que he tenido dos maestros en mi carrera que cambiaron en mí algo. Uno fue Messina en Italia y otro Pop al momento de llegar acá. En distintos aspectos. En Italia me transformé en un jugador de equipo, me empecé a sentir ganador, determinante y mi cabeza cambió. Pasé de ser el chico talentoso que hacía las cosas talentosas o que podía hacer muchos puntos a ser un buen jugador", afirmó envuelto en el áurea de estas Finales.

Manu había conquistado Europa y absorbió los conceptos de Messina, quien le ayudó a dar un salto de calidad inmenso que se extendió al combinado nacional argentino. La Generación de Oro argentina estaba en plena ebullición y el éxito en Indianapolis tras lograr la plata en el Campeonato del Mundo catapultó a Ginóbili a esos Spurs que tres años atrás le eligieron como penúltima opción del Draft.

POP, UNO DE SUS MENTORES

El jugador tapado, el talento escondido y desconocido para jugadores de la talla de Tim Duncan finalmente recalaría en San Antonio y se toparía de bruces con un Gregg Popovich que llegó a recelar a la hora de colocar a extranjeros como líderes de su equipo (le pasó con Manu y Tony Parker) y que ahora cuenta con la plantilla más internacional de la liga. Él fue el segundo maestro que tuvo Ginóbili.

"Acá ya di un salto más de calidad y la experiencia que me dio jugar en un equipo como éste, con compañeros como estos, con un técnico que me hizo dar otro salto de calidad", argumentó. "Además Pop no solo dentro del campo sino fuera es un guía muy importante. Así que más allá de mi padre, que me llevó a la cancha por primera vez, ellos fueron los que me provocaron las diferencias más grandes", afirmó incluyendo a Messina en la ecuación.

Ginóbili llegó y besó el santo. En 2003 logro el primero de sus tres anillos, sus éxitos con la selección argentina continuaron (oro en Juegos Olímpicos de Atenas 2004), fue campeón de la NBA por segunda vez e integrante del Juego de las Estrellas en 2005, año en que registró sus mejores números en playoffs (20.8 ppj y 5.8 rpj) una marca que a punto estuvo de coronarle con el JMV de las Finales (Duncan se llevó la palma). En 2007 se midió en las Finales a los Cleveland Cavaliers de LeBron James, a quien vería en dos contiendas por el anillo más (siendo la actual la última). Ganó la primera, perdió la segunda y ahora batalla para llevarse la gloria en la tercera.

APRENDIENDO A DISFRUTAR

Curtido como ninguno, Ginóbili es probablemente el mejor extranjero que ha pasado por la NBA. La sapiencia del presente que vive es la consecución del sacrificio del pasado. Porque Manu fue joven, temerario y consciente de un talento que le ha perseguido desde que su padre Jorge le llevaba a las canchas de su Bahía Blanca natal y le guió en sus primeros pasos como jugador profesional. Y es ahora, después de 12 años en la NBA, cuando Manu se ha propuesto disfrutar del placer de repetir en las Finales, algo que no hizo el año pasado.

"El año pasado pensaba en este tema: 'Estoy por cumplir 36 años y estoy jugando las Finales de la NBA, tiene que ser un gran placer'. Pero por los problemas físicos que acarreaba y el que no me sentía bien en el juego, me pesaron más que lo disfruté", confesó. "Este año estoy con otra mentalidad, sé que pueden ser mis últimas finales y es una gran chance de volver a ganar un anillo, así que estoy tratando de absorber un poco más el ambiente, de disfrutar más el juego y tratar de que me quede grabado. Son cosas que pasan y después pasan cinco o 10 años y dices, '¿qué pasó?', '¿dónde estuve?'. Así que sí, trato de disfrutarlo más", apostilló.

Y este gozo se está notando, no solo en su gesto sino en su producción. En los dos partidos de las Finales ante el Heat, Ginóbili acumula 17.5 ppj, 7.5 apj y 3.5 rpj. Una cifra que supera la lograda durante los playoffs (14.7 ppj, 4.4 apj y 3.4 rpj) e incluso va más allá de la lograda durante la temporada regular (12.3 ppj, 4.3 apj y 3.0 rpj).

"ME SIENTO UN LÍDER"

Con casi 37 años de edad, Manu es el jugador que marca la diferencia en el talentoso banquillo de los Spurs. Aquel joven que partió a Italia con 21 años de edad siendo desconocido es ahora uno de los referentes de la historia del básquetbol y uno de los deportistas más importantes de todos los tiempos en Argentina, para muchos no hay duda de que lo es. Y es que a este jugador tapado que pronto fue desenmascarado por la varita mágica del talento, la suerte, el arduo trabajo y el compromiso, todavía le cuesta comprender que lo suyo es un roce continuo con la genialidad.

"La gente no me para por las calles y está diciéndome ese tipo de cosas, pero sí me siento como un referente de este equipo", afirmó. "Me siento como un líder en la comunidad y eso es un gran placer. Es un gran honor para mí. Fui y soy muy afortunado de formar y haber formado parte de dos equipos que han sido íconos en sus países o comunidades, como lo es éste de San Antonio y lo es la selección argentina. Son equipos que mantienen sus bases y sus estructuras por más de una década, no es algo que suceda comúnmente. Así que definitivamente soy muy afortunado".

Quién sabe si esta temporada, la doceava de su carrera y decimonovena como profesional, se convierte en una de las más prolíficas de su carrera. Las Finales le envuelven y el Mundial acecha.