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En la foto feliz falta uno

BUENOS AIRES --
Tal vez no fue como se esperaba. Con la holgura de un grande en una categoría a la que no pertenece y a la que lo derivaron infortunios circunstanciales. No importa, Independiente igual consiguió el ascenso y pretende encaminarse a recuperar viejos esplendores. Al menos eso dicen.

Si bien el equipo no merece el elogio por su talento, a último momento se destacó su fuerte personalidad para sobreponerse a la enorme presión de un público descreído, con casi nulo margen de tolerancia.
El triunfo en Córdoba frente a Instituto, con un gol memorable de Montenegro, y el desempate ante Huracán -que venía entonado y acaparando las marquesinas, dando pie al triunfalismo supersticioso de las rachas- son buena prueba de esos valores anímicos.

Sin ellos, queda claro, no había regreso. Con ellos, se cubrió con éxito la jerarquía insuficiente. El propio entrenador de Independiente, que en épocas de desconcierto borró a Pisano y a Insúa, pareció entender bastante temprano que la lucha era el camino. Al cabo de la campaña podrían objetarle el juego deslucido, pero jamás la entrega.

Las cosas salieron bien y es probable que los rencores del público hayan pasado al archivo. La hinchada, acaso por un tiempo limitado, hizo las paces con el equipo. La alegría por esa vuelta que estuvo siempre bajo amenaza disuelve las amarguras vividas, activa en la memoria los sensores del perdón.

Y en la selección de recuerdos condicionada por la fiesta, Javier Cantero (¿se acuerdan?) es apenas un nombre asociado a la debacle institucional, un inexperto al que se lo comió la política.

Una pena que un dirigente con propósitos renovadores, democráticos y de transparencia haya entrado en la historia de ese modo.

Él sólo asistió al tramo final del declive futbolístico y le tocó ser el presidente del descenso, vale decir que puso la cara por una gestión desastrosa que llevaba años y de la que además heredó una barra brava todopoderosa y una deuda colosal.

Y aunque encaró estos frentes con vigor (y algo de candidez, hay que decirlo), la consumación de un fracaso deportivo sin precedentes anuló sus aciertos y le quitó todo apoyo a su gobierno. Los hinchas y los socios sólo quieren que la pelotita entre. Lo demás es literatura.

Los altibajos del Independiente regularcito de la B Nacional terminaron de aniquilar a Cantero, a quien la desesperación y la inexperiencia lo habían llevado a rifar el escaso capital político que conservaba.
Sin embargo, a la hora de las celebraciones, no habría que precipitarse a olvidar. Cantero reunió a este plantel tan discutido y contrató a De Felippe, entrenador ahora indiscutido.

Le puso el pecho a las caídas y apostó hasta último momento por el regreso a la Primera. De modo que no fue solamente la víctima sacrificial del demorado retorno. También colocó la piedra basal. Aunque suene extraño, anacrónico y, para algunos, indignante, el ascenso es también de Cantero.