Alejandro Caravario 10y

Testosterona y algo más

BUENOS AIRES -- El inesperado y tan valioso triunfo de Uruguay frente a Inglaterra lleva a la repetición de una serie de lugares comunes.

Apoyados en la emoción violenta de los demás (el público), los analistas, no por carecer de mejores argumentos sino por apuntar a las zonas sensibles de la audiencia, cargan la prosa de hipérboles y guitarrean el panegírico que ya conocemos.

La garra charrúa, el heroísmo, el amor propio, los huevos. Todo eso que decora un partido vibrante y la sobrevida de Uruguay en la zona, pero que no es la reivindicación más oportuna en este Mundial.

Uruguay, al igual que otros equipos condenados durante años al juego áspero, al fútbol de trinchera, más por limitaciones que por libre decisión, abandonó hace rato esa receta precaria.

En provecho de una generación de buenos futbolistas codiciados por las ligas top, la selección Celeste dejó de ser un mero equipo aguerrido, de corazón, suela y pobres resultados deportivos para transformarse en uno de los cuatro mejores del mundo en Sudáfrica 2010.

En el triunfo ante Inglaterra, fue más relevante la jerarquía de Luis Suárez o el pie riguroso de Lodeiro (crucial en el primer gol y en una jugada que desperdició increíblemente Cavani) que cualquier ímpetu ancestral.

Hay que confiar en la fuerza del deseo (¿es esa la famosa garra charrúa?), hay que jugar con personalidad y entrega. Desde ya. Pero se supone que todos los futbolistas profesionales lo hacen.
Y que, por lo tanto, el mayor mérito uruguayo ha sido recuperar el funcionamiento, la iniciativa y la solidez defensiva que faltaron en el infortunado debut ante Costa Rica.

También se vio al seleccionado oriental más resistente en lo físico, una deuda que los propios futbolistas subrayaron en el partido anterior.

Uruguay, en suma, se ha impuesto por vuelo futbolístico (el vigor es uno de sus componentes) y ante un enorme rival que, pese a los malos resultados, animó dos partidos ágiles y dramáticos, y está entre los equipos más elogiables del torneo.

La actuación de Uruguay está en línea con un Mundial en el que prevalece el fútbol técnico y ofensivo. En el que los partidos, en general, son de arco a arco y los goles provienen de la elaboración.

Hasta Italia se ha rebelado contra la tradición defensiva y rústica que le dio notables dividendos en el pasado, y también acude al toque y a expandir los recursos ofensivos para ganar.

Inglaterra ha depuesto la lluvia de centros que solía caracterizar sus aventuras en campo rival para enfatizar la circulación y la creatividad que surge al ras del suelo. Y en tales menesteres, ha mostrado a uno de los futbolistas más interesantes del campeonato: Daniel Sturridge.

Con sus singularidades, su identidad, su poderío y sus diferencias tácticas, todos juegan a jugar. A definir la modernidad no sólo por el ritmo y las novedades posicionales sino por la excelencia técnica. Individual y colectiva. Ofensiva y defensiva. Hasta aquí, la platea global aplaude agradecida.

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