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El Matador del Río de La Plata

¿No habrá dejado pasar el último disparo para salvar su vida, el arquero inglés? AP

BUENOS AIRES -- Esta mañana me levanté temprano, salí a la calle y hacía un frío demencial. Por la noche había tenido un sueño durísimo. Soñé que yo era Button o algún otro arquero de una insigne Liga Inglesa y debía contener un contraataque de El Toro Luis Suárez.

Yo navegaba en un aliscafo, enjaulado en una celda de hierro, rumbo a una isla desconocida en la cual me esperaba El Matador uruguayo para matarme a pelotazos. Suárez derrumbaba un castillo del Siglo XV a pelotazos limpios, un castillo de inmensas piedras calizas, mientras mascullaba "nadie parará a la garra charrúa".

En el sueño yo tenía manos grandes, estaba vestido con un hermoso buzo de arquero negro, con franjas colorinches, parecido al que usó Goycoechea en el Mundial de Italia 90. El gran Matador estaba desesperado porque alguien le traiga un arquero de categoría, un imbécil capaz de detener sus potentes remates.

Junto a Suárez estaba el presidente multimillonario del Club europeo que me había contratado. El tipo temblaba y esperaba mi llegada antes del mediodía. El aliscafo encalló y la isla desconocida, paradisíaca en medio del Río de La Plata. La isla era mucho más linda que, pongamos por caso, Florianópolis.

Unos asistentes vestidos de rosa y sombreros panamá ingresaron a mi jaula y me pusieron unos botines plateados y violetas, uno de cada color y unos guantes especiales con base de acero. "Los necesitarás, morocho, para contener los potentes disparos de ese caballo".

Y me lanzaron al campo de juego, es decir a tierra, de una isla bellísima. Hacía mucho calor y en el horizonte navegaban los veleros. Había gente practicando windsurf, pero al rato eran derribados por los pelotazos certeros y potentes del Matador del Río de La Plata.

Era para temblar, pero yo estaba relajado. Había hecho todas las inferiores (en el sueño) en el Club Parque y me habían comprado desde Europa. Suárez al verme pegó un alarido tremendo que me hizo temblar, pero no sólo eso, acto seguido tiró un fuerte disparo y le pegó al cielo, apagándolo.

Estaba ante un goleador, un rematador, un notable delantero capaz de lo imposible, pensé. Me puse frente a un arco que me había preparado especialmente con arcos de goma para que los derribara con la potencia de sus remates. Y, ¡recibí un pelotazo en la cara que me mataba!

En ese momento, me desperté transpirado, con fiebre y me toqué la cara para ver si la tenía. Agradecí a Dios que estaba bien y que todo había sido un sueño.

Suárez, tiene permiso para matar, pensé mientras caminaba esta mañana bajo el frío e, inmediatamente, me vino a la cabeza el arquero inglés. ¿No se habrá corrido para salvar su vida? ¿No habrá dejado que la pelota pasara de largo antes de recibirla en la cara?