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Juicio sumario a Luis Suárez

BUENOS AIRES -- Desde psicólogos infantiles hasta Bruce Springsteen, todo el mundo se ha lanzado a opinar sobre el caso Luis Suárez.

Es cierto, la sanción de la FIFA suena excesiva: nueve partidos de suspensión en su selección y cuatro meses en cualquier actividad futbolística, más la prohibición de quedarse a acompañar a su equipo en Brasil, como si fuera un perro con sarna.

Sin embargo, no habría que aferrarse a la magnitud de la pena para improvisar una victimización escasamente verosímil, que tiende a borrar el error grave que cometió el futbolista.

Tal vez puedan caer en la tentación algunos fanáticos, siempre propensos a formular teorías conspirativas. Pero resulta grave que el propio presidente de Uruguay, José Mujica, al igual que algunos funcionarios, con la importancia institucional que tienen sus dichos, compadezcan a Suárez como si fuera un pobre inocente, objeto de una persecución.

Y, para colmo, argumenten que la represalia con el jugador se debe a algún tipo de inquina con la patria oriental, plaza de poco rédito económico para la multinacional del fútbol que además tuvo la osadía de despachar a dos potencias como Inglaterra e Italia.

Señores: Suárez está lejos de ser un héroe. Por el contrario, hizo una estupidez grande como el Uruguay. Tuvo una conducta agresiva y taimada que puso en riesgo a todo el equipo. Y que merece un castigo.

Dicho esto, señalada la responsabilidad absoluta de Suárez (que no es un debutante al que lo enceguece el nerviosismo), se abre la discusión acerca de si la FIFA exageró y, de ser así, por qué lo hizo.

De todos modos, si se debe objetar al jurado no es tanto por su sentencia lapidaria, en algún punto abusiva, sino por la ausencia de fundamentos precisos que justifiquen sus abruptas apariciones.

La intervención de oficio, en el ámbito judicial, sigue una regulación específica. En el caso de la máxima autoridad del fútbol mundial no está claro en cuáles circunstancias debe meter la mano, sin que medie pedido de ninguna de las partes, para rectificar errores y omisiones de los árbitros.

Se destaca en este sentido la suspensión a Tassotti, en 1994, por un codazo que el referí ignoró durante el juego (le dieron ocho partidos).

Pero ante cuántos codazos, planchazos (la Gran De Jong) y escupidas (no digo mordiscos porque Suárez tiene exclusividad en el rubro), captadas por las cámaras y desatendidas por el árbitro, la FIFA hizo la vista gorda.

Más allá de la llamada conducta antideportiva, también hay innumerables posiciones adelantadas, infracciones y hasta goles erróneamente considerados por la autoridad en la cancha que inciden en el resultado y que FIFA decide no revisar.

Si no existe un criterio claro y sistemático, cualquier decisión disciplinaria de la FIFA tomada de oficio, aunque a simple vista se presente razonable, tendrá el tufo de la arbitrariedad.