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Volver a las fuentes

EFE

SAO PAULO -- Un resultado como el 7-1 de Alemania a Brasil en las semifinales de la Copa del Mundo rompe paradigmas, hace tambalear estructuras que parecían sólidas, derriba creencias y genera cambios de todo tipo, desde superficiales hasta muy profundos. Algo así no pasa desaparecibido en ningún ámbito de la vida, mucho menos cuando sucede en tu propia casa. Por eso, después de este ocho de julio nada será igual en el país de los pentacampeones.

Cuando en 1950 Uruguay protagonizó el Maracanazo -hasta hoy la sorpresa más grande de todos los tiempos-, el mundo futbolístico brasileño colapsó. Aquel 16 de julio de 1950, además de incidentes, infartos e incredulidad popular, hubo un cambio de mentalidad que le sirvió al Scratch para después convertirse en el Seleccionado más ganador. No sólo se modificó el color de la camiseta, sino que también se dieron cuenta de que para ganar, primero había que jugar. Algo que no por obvio es simple.

Hoy, la historia es similar. Es cierto que el golpe de la eliminación no fue tan fuerte como el del 50, pero el resultado del partido convierte a esta situación en algo aún más increíble. Nunca un equipo había marcado siete goles en una semifinal mundialista y la máxima derrota de Brasil en el torneo más importante había sido apenas un 0-3. Estos datos explican con claridad por qué esto es tan trascendente. No hay manera de comprender semejante diferencia desde la razón. Sólo se entiende porque el fútbol es el juego menos lógico de todos.

Un hecho como este debe producir cambios. No puede pasar desapercibido. No es una derrota más, una situación normal del juego. Es para replantearse todo. Desde lo dirigencial hasta lo deportivo. Nada puede estar ajeno a la revisión. Brasil se prepara para este campeonato desde hace ocho años. El único objetivo era ganarlo para olvidar al menos un poco el Maracanazo. No sólo no lo hicieron, sino que sumaron un capítulo aún más vergonzante a su de todas maneras rica historia.

Después de las eliminaciones de España 82, México 86 e Italia 90, algo cambió en la Selección de Brasil. En esos tres Mundiales el equipo mereció mucho más. En 1982, aquella Selección de Sócrates y Zico fue quizás la última exponente del fútbol arte. Nadie podrá olvidarla jamás, pero no pudo contra Italia y se despidió. Cuatro años más tarde, con una base similar, volvió a desplegar un fútbol lujoso pero se despidió en cuartos. En Italia debió haber goleado a Argentina pero aparecieron Maradona y Caniggia para liquidar el partido.

Estas derrotas generaron una especie de necesidad de cambiar la identidad. Ninguna está cerca de la debacle del Mineirao, pero provocaron un cambio de estilo. Tras el Mundial 90 llegó Carlos Alberto Parreira de la mano de Mario Lobo Zagallo. Parreira, preparador físico de profesión, dejó de lado el "jogo bonito" y armó un equipo de atrás para adelante, ajeno a la idiosincrasia brasileña. Es que la Canarinha había sufrido demasiado el retiro de Pelé y necesitaba reinventarse. Para eso, decidió bajar algunas banderas. Y le salió bien al principio.

El Seleccionado liderado por Romario se consagró campeón de ese torneo. Le alcanzó con una defensa sólida, un mediocampo con más marca que juego y dos grandes delanteros como el Baixinho y Bebeto. Fue un Mundial triste, sin demasiado para rescatar, en el que coronó el menos malo. Cuatro años después llegó hasta la final, pero cayó sin atenuantes contra Francia. En 2002 y de la mano de Ronaldo ganó su quinta Copa. Otra vez, el nivel del certamen fue muy bajo y le alcanzó con muy poco para llegar a la gloria.

En 2006 y 2010 mantuvo ese estilo amarrete, de arriesgar poco y cuidarse mucho, pero no obtuvo resultados: fue eliminado las dos veces en cuartos de final. Para darle la sexta estrella tan deseada en este torneo llegó Luiz Felipe Scolari, el máximo exponente de la "nueva" idea del fútbol brasileño. Felipao pensó un equipo en torneo a Neymar. Puso dos delanteros luchadores pero poco lúcidos, armó un mediocampo batallador y se apoyó en las muy buenas individualidades de la defensa. Hasta la semi logró superar las etapas con muchos problemas. Pero allí se quedó.

Como es absolutamente necesario un cambio profundo en la Selección brasileña, desde aquí pedimos el regreso a las fuentes. Volver al estilo que hizo grande a la Verdeamarela, respetar las razones de las victorias más importantes del pasado, amigarse con la propia identidad. La idea del juego físico, de la superpoblación de mediocampistas, de los delanteros toscos y chocadores falleció con el 7-1 de Alemania. Quedó en el pasado. Es el momento de reinventarse. Y en este caso el progreso tiene que ver con mirar hacia atrás.

Brasil debe tomar como ejemplo el fútbol de Garrincha, el de Pelé, el de Sócrates. Debe volver a mirar todos y cada uno de los encuentros del Mundial 82, entender que esa es la manera que los regresará a los primeros planos. Los experimentos ya terminaron, ya provocaron derrotas, generaron una verdadera catástrofe futbolística. Algunos dirán "pero ganaron dos títulos". Es posible, pero también está claro que en cuanto las Selecciones brasileñas se enfrentaron a rivales serios, fallaron. El Scratch debe empezar de cero tras esta insólita caída. Y la mejor manera de hacerlo es desde el sitio que ya conoce.