Carlos Irusta 10y

Al Obelisco, en subte

BUENOS AIRES -- AGÜERO es el nombre de la estación, justamente. Línea D, la que va desde la zona de Belgrano y Palermo hasta Plaza de Mayo. Cuando apareció el tren, comenzó también el temblor, la explosión y el entusiasmo. De pronto, en cada vagón, un número tremendo de jóvenes cantando, y bailando y saltando. Tema preferido: "Brasil, decime qué se siente / al tener en casa a tu papá..."

No magnifiquemos, se podía subir uno al subte sin demasiados problemas, salvo en algunos vagones en donde ya no había lugar ni para poder respirar. Y, a medida que los saltos se hacían más fuertes, el tren temblaba. Si, temblaba.

Finalmente, cuando llegamos a la estación de Tribunales, hubo una larga espera. La lógica indicaba que no era un sitio inapropiado para bajarse, puesto que de ahí se podía acceder, a través de la Diagonal Norte, directamente al Obelisco.

Así que empezó el descenso masivo de los vagones –y el ascenso por las escaleras mecánicas. "¡Hagamos como Masche!", gritó una chica y empezaron, muchas, a subir por las escaleras fijas, las banderas argentinas al viento como capas. Sí, chicas, muchas chicas, casi en proporción, tantas como los varones.

En la esquina de la Plaza Lavalle, digamos Lavalle y Libertad, hay un buen lugar para las fotos, con el Obelisco al fondo, así que fue aprovechado por muchos de los muchos que por diferentes medios, se dieron cita allí.

Vendedores apurados por renovar el stock, humo de choripanes, detonaciones muy fuertes...Y, por sobre todas las cosas, la sensación palpable que, más allá de la derrota frente a Alemania, haber visto la humillación de Brasil y dejarlo en el camino, con un cuarto puesto, era lo más fuerte. Incluyendo claro, aquello del que no salta es un brasilero (lo cual, claro, hacia retemblar el vagón).

Finalmente empezamos a volvernos, cuando lo vimos allí, sentado casi en posición fetal, con su sombrerito celeste y blanco, apoyada la espalda sobre un caño de luz. Cerca de la senda peatonal marcada para cruzar la avenida Nueve de Julio. Casi totalmente aislado de todo. Pequeño en su pequeñez forzada, la mirada ligeramente perdida –o al menos, enfocada por momentos en algunos puntos lejanos, sin mostrar interés-. El hincha desconocido, supusimos, el que no logra todavía asimilar una derrota demasiado ajustada, que podría haber sido victoria...

Siguieron los festejos, las corridas, el subte volvió a desalojar a cientos de chicos y chicas con sus cantos y sus gritos, mientras que el hincha siguió allí, sentado en posición fetal, como si el mundo no existiera.

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