Rafael Ramos | Enviado 10y

El día que a Brasil lo salvó su verdugo

RÍO DE JANEIRO, Brasil -- Antes del silbatazo de Nicola Rizzoli, la canciller Ángela Merkel estaba segura de que manejaba los destinos de 82 millones de alemanes.

Depués de 120 minutos, cuando Mario Götze había aniquilado a Argentina con gol de fantasía de videojuegos, se enteró que tenía 282 millones de alemanes, 200 de ellos viviendo en Brasil.

Sí, la noche del 13 de julio de 2014, Brasil se lamió las heridas con los tersos lengüetazos de su propio verdugo.

El 7-1 es tatuaje eterno en su frente, pero en el más claro reflejo del Síndrome de Estocolmo deportivo, Brasil se confabuló con su secuestrador, con su ejecutor, para que impidiera que su amargura fuera aún más profunda, más eterna que la eternidad del Maracanazo y del 7-1.

Sí, Götze disparó de manera alarmante la población flotante de Alemania. 200 millones juraron ante la bandera roja, negra y amarilla desde Brasil. Hicieron voto de guerra y solidaridad antes del graznido de Rizzoli.

Y después, con cada camiseta amarelha había un sentimiento de perdón y de agradecimiento a la selección alemana.

Casi eran capaces de lamer la sangre argentina en la bayoneta alemana, esa misma que los teutones habían enterrado despiadadamente siete veces en el pecho desnudo de Brasil.

Sí, Brasil eligió al peor de sus verdugos para aniquilar al peor de sus enemigos, en la mejor de sus noches.

Ver a Argentina dar la vuelta olímpica en el Maracaná "hubiera sido lo peor, lo peor de todo, no sé si hubiéramos podido soportar eso. Hubiera sido más doloroso que Argentina fuera campeón que lo que nos hizo Alemania", dijo María Aparecida, abandonando el FanFest de Copacabana con una bandera germana como capa.

"Yo puedo perdonar a los alemanes, pero no los hubiera perdonado si perdían con Argentina. Alemania nos hizo mucho daño, pero nos hubiera hecho más hecho si Argentina era campeón", comentó Joao Mata Chagas, quien había cambiado su camiseta de Neymar por la de la selección alemana.

"Hubiera sido una burla toda la vida y una vergüenza para siempre que Argentina se coronara en el Maracaná. Cada vez que nos enfrentáramos de nuevo, iban a salir con esos cantos ridículos que tienen", agregó Julio Machado, con una cerveza en cada mano y seguramente media docena en proceso en el aparato digestivo.

"Si Argentina se coronaba en el Maracaná, hubiera preferido que lo derrumbaran y que construyeran uno nuevo, con otro nombre. Ya casi creemos que el Maracaná tiene macumba (brujería)", indicó María Simone, mientras grita incoherencias en portugués a los argentinos que pasan a un lado, quienes no caen en provocaciones y la miran como si hubiera perdido la razón.

El Fan Fest empezaba a vaciarse y empezaba a llenarse. Los argentinos buscaban la salida. Eran desalojados por esa mezcla de vencedores genuinos y vencedores oportunistas; por esa alianza insana entre el torturador y las siete veces víctima.

El FanFest es el purgatorio de todos los pecados de la cancha para los brasileños y el paraíso de todas las virtudes de la cancha para los alemanes. Se baila sin bailar. Se roza sin tocar. Se insinúan sin consumar. Es como un juego de futbol. 90 minutos y cada quien para su casa, su hotel, su albergue o su tienda de campaña clandestina en Copacabana, Ipanema o Leblon.

En estos días, Río de Janeiro es un albergue en cada rincón. Y con el sopor de la cerveza o la cachaza, la noche de repente se confunde con la madrugada. Son vacacionistas sin licencia o prófugos con licencia. El futbol ampara los caprichos de la noche. Y la victoria y la derrota se convierten en actos tácitos de consuelo mutuo.

Con el tráfico colapsado en la zona de Copacabana, las calles aledañas, en especial Nuestra Señora de Copacabana y Princesa Isabel, se convertían en un abusivo contragolpe de los brasileños sobre los argentinos, que trataban de aliviar el alma con cerveza, sentados en la calle, en los quicios de los negocios, sobre autos, prácticamente bloqueando el paso de las aceras.

Habían sido echados del Fan Fest. El paraíso era alemán con derecho a alquiler para los brasileños.

Y suavecito, desde el auto estacionado frente al fondo de la Choppería (Cervecería) Fabio's, entre el bullicio, se oía la voz de Carlos Gardel con una de sus últimas estrofas de Sus Ojos se Cerraron: "Clavó en mi/ carne viva/ sus garras el dolor;/ y mientras en las calles /en loca algarabía/ el carnaval del mundo/ gozaba y se reía…"

Merkel debe estar preparando un edicto de control de natalidad. 200 millones de alemanes más, súbita, intempestivamente, en una noche, deben ser una pesadilla.

Especialmente para ella, que es más amante de los suaves y cadenciosamente lentos valses de Strauss, que de las estruendosas, rítmicas y contagiosas batucadas brasileñas.

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