Alejandro Caravario 10y

Ni Sabella ni nadie

BUENOS AIRES -- Acostumbrado al tiempo extra por su reciente experiencia mundialista, Alejandro Sabella decidió tomarse unos días más para definir si continúa o no al frente de la Selección.

Luego de la campaña en Brasil, donde consiguió un histórico segundo puesto que sólo Bilardo considera una derrota, hay coincidencia en cuanto a los beneficios que depararía un segundo capítulo del ex DT de Estudiantes.

El mismo ejercicio revisionista que nos refresca los méritos de Sabella, nos recuerda que el equipo que terminó en la cancha se pareció muy poco al de los años precedentes.

Precisamente, esa fue la medalla más valiosa que se colgó el entrenador, al que se elogió repetidamente por su capacidad para detectar errores y cambiar sobre la marcha, haciendo gala de un pragmatismo proverbial.

No sólo se vio obligado a alterar nombres por lesión (Agüero y Di María, nada menos); también varió el perfil táctico de Argentina, que empezó a orbitar en torno a Mascherano y relegó a Messi.

De modo que, en la etapa decisiva, la mitad de la columna vertebral del equipo que se había preparado durante cuatro años estaba ausente. Y, por si esto fuera poco, el lenguaje histórico de ese equipo también se modificó en forma sustancial.

Y surgieron sorpresas gratas como Demichelis, que con mínimos ensayos junto a sus compañeros de la defensa, se destacó por su firmeza y sincronización. En pocos entrenamientos, logró lo que Federico Fernández no pudo en años.

En resumidas cuentas: Sabella preparó pacientemente un equipo durante un largo período y con él se clasificó para el Mundial. Pero una vez en Brasil, lo transformó de pies a cabeza. Improvisó por necesidad y por instinto. Y todos aprobaron su talento para rectificarse sobre la marcha.

Los que saben dicen que los grandes equipos se arman durante los Mundiales. Por lo tanto, son equipos que maduran rápido. Hay buenos ejemplos al respecto.

Entonces, alcanzado este punto de las comprobaciones (y del ejercicio revisionista), cabe preguntarse si tiene sentido contratar a un director técnico por los próximos cuatro años.

Es evidente que se trata de un plazo demasiado extenso para prever apellidos y funcionamiento. También para elaborar alternativas, desplegar planes.

A lo sumo, de aquí a la próxima competencia importante, digamos la Copa América, la máxima aspiración será confeccionar una lista confiable -los conocidos de siempre- pocos días antes de que empiece a rodar la pelota.

Y cuando llegue el Mundial de Rusia, es probable que, por motivos diversos (entre ellos, que Messi va a tener 31 años y quizá no sea el mismo que fatigó con rendimientos dispares las canchas brasileñas), haya que echar mano de jugadores y fórmulas de último momento.

Quizá no sea una idea descabellada nombrar a un responsable eventual para los compromisos venideros. E integrar el equipo con los que en ese momento estén en un pico de rendimiento.

Para los grandes acontecimientos, incluido el Mundial, tampoco sería un mal paso acudir a las futbolistas que están al dente. A veces, las grandes estrellas, los irreemplazables, recorren una curva descendente, sobre todo en la parte física, y generan más decepciones que alegrías.

El trabajo estable, a largo plazo, en busca de la formación integral, sí podría aplicarse con los juveniles. Están disponibles (cerquita de las canchas de Ezeiza) y, como sucedió en tiempos mejores, apuntalarían el recambio en la Selección mayor.

Pero en ese eslabón, la AFA optó por conchabar al hijo del presidente, Humbertito, cuyo único atributo visible es la arrogancia. Lo cual nos habla de la importancia real que se le asigna al futuro del fútbol argentino.

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