Alejandro Caravario 10y

El sentido de jugar al fútbol

BUENOS AIRES -- Los regresos al club de origen tienen un tono sentimental que no se ajusta exactamente a las reglas estrictas del profesionalismo.

Los jugadores vuelven, como hijos pródigos, al hogar que los vio nacer y crecer. Al menos, ese es el mensaje implícito.

Puede que, al desandar el camino, resignen algún euro. Aunque también es verdad que, por mucho amor que profesen por la camiseta de la infancia, muy pocos reinciden en el esplendor de la carrera.

Los futbolistas regresan, felices y agradecidos. Eso es tan cierto como que el horizonte del retiro se presenta cercano.

Y de aquellos que pegan la vuelta al poco tiempo de pisar las grandes ligas no se cree que los aquejó la nostalgia del pago chico, sino que fracasaron.

Rara avis, Ignacio Scocco, figurita difícil luego de una campaña estupenda en el Newell's de Martino, emigró por segunda vez a mediados del año pasado. Primero al Inter de Brasil, luego al Sunderland.

Pero habiendo aterrizado en el mercado europeo, emprendió el retorno al club rosarino, luego de insistir enfáticamente para que lo repatriaran.

"Me di cuenta que sin Newells no puedo estar, que acá soy feliz", dijo Scocco al ser presentado a los hinchas. Con 29 años y una foja de servicios envidiable, el delantero podía aspirar a destinos más prósperos.

La enorme mayoría de sus colegas lo habría hecho porque la prioridad, el lema rector de la corta carrera de los futbolistas es obtener el mejor contrato. Luego se ve en cuál país, con cuáles compañeros y cuáles son las pretensiones deportivas del club empleador.

Por eso, le creo a pie juntillas al bueno de Scocco. Si no le tirara el barrio, no se habría puesto la camiseta de Newell´s otra vez. Aun a riesgo de que el pasado venturoso no se repita y su imagen de prócer sufra deterioro.

"Cuando miré el primer partido de Newell's y no me vi dentro de la cancha me sentí muy mal, había veces que tenía que dejar de mirar, por eso estoy acá", dijo Scocco. Este apego a la cuna es, según la opinión de muchos, un lastre. Un impedimento que lleva a ciertos futbolistas virtuosos a evaluar mal su trabajo y a desperdiciar oportunidades.

Recuerdo el caso de Ariel Ortega, un exponente ejemplar del talento argentino, incapaz de sobrellevar la distancia –física y afectiva– a que lo sometía el plan obligatorio para los de su talla de triunfar en Europa.

Quizá haya algún déficit de profesionalismo en esta conducta. Una debilidad que impide dar el salto a la elite. Y el propio Scocco se hizo cargo al decir que su premura por volver lo hizo "defraudar" sucesivamente al Inter y al Sunderland, los dos equipos por los que pasó fugazmente.

Sin embargo, Scocco y otros que nunca se aquerencian en los puertos donde se firman los contratos más suculentos quizá le encuentran un sentido (y una felicidad) al juego que se mantiene vedado para las megaestrellas.

Hay quienes le reclaman al fútbol algo más que la seguridad económica y la notoriedad. Tal vez una conexión más potente con la vocación que descubrieron allá lejos y hace tiempo.

Lo mismo le sucedería a un actor o a un odontólogo, a cualquiera que, como Scocco, necesite amar su oficio y no sólo ganarse la vida con él.

Tal vez el compromiso, la pertenencia a un lugar y a una historia no sean requisitos del acuerdo rubricado por clubes y jugadores, pero para unos pocos son razones indispensables por las que salir a la cancha.

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