Alejandro Caravario 10y

Los nombres y el modelo

BUENOS AIRES --
Julio Grondona murió en el trono, como los papas. Bueno, como los papas de antaño, porque Benedicto XVI abdicó. Es decir que el fútbol argentino tiene costumbres institucionales aun más conservadoras que las del Vaticano.

En ese escenario, mientras se escriben estas líneas, se llevan a cabo las exequias del presidente de la AFA en las instalaciones de Ezeiza, con toda la pompa –y la duración– de las ceremonias fúnebres de los jefes de Estado.

El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, y el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, anunciaron que cruzarán el Atlántico para dar el pésame, a la vez que las autoridades deportivas y los dirigentes políticos de los más variados colores hicieron referencias elogiosas y expresaron su dolor por la pérdida.

Por otra parte, el luto se extenderá a lo largo de una semana, y el fútbol local, en ausencia de su dueño, se paralizará.

La onda expansiva provocada por su muerte –los diversos gestos del protocolo, la gravedad excesiva, la condolencia unánime de las distintas versiones del poder– ilustra cabalmente la gestión de Grondona. Refleja su hábil y paciente labor para meterse (y meter al fútbol, el producto que él representaba en exclusiva) en el entramado que domina las decisiones políticas y de negocios. Y también, por qué no, es una prueba de su carisma para seducir a las estrellas, como los jugadores de la Selección, que han tenido palabras de cariño y pesar.

Pero aunque el fútbol es el deporte más popular, no se registra -ni se sospecha siquiera– la mínima reacción en la base de la pirámide. Entre las mayorías del fútbol. Hinchas, socios, espectadores de living. En fin, los millones (de personas, no de billetes) que le dan vida al juego.

La autocracia de Grondona resultó eficaz para que la AFA escalara posiciones en la organización deportiva internacional. Para que aumentara sus ingresos y su infraestructura (entre otras novedades, el predio donde se realiza el velorio), y desarrollara una estrategia de selecciones destinada al primer nivel de la competencia. En paralelo, los clubes decayeron y se empobrecieron. Y no hubo un solo plan orientado a su rescate, a la recuperación de su potencial futbolístico (el modelo exportador derivó en vaciamiento) y mucho menos de su inserción social.

A la hora de la sucesión, se abren los interrogantes. Por ahora, sólo se habla de los requisitos planteados por el estatuto: gobernará el vicepresidente 1º, Luis Segura, hasta la asamblea de octubre. En ese encuentro se votará al presidente que permanecerá al frente de la AFA hasta el año próximo, cuando expire el mandato que encabezaba Julio Grondona. Entonces habrá una nueva elección.

También se barajan candidatos: Miguel Silva, de Arsenal; Alejandro Marón, de Lanús; el propio Segura, presidente de Argentinos Juniors… Algunos se atreven a incluir a Aníbal Fernández, novato en las lides de la pelota, pero de prodigiosa cintura en el tinglado político.

Es curioso, pero los candidatos son del entorno o la preferencia de Grondona. La influencia del difunto se mantiene intacta. Los actuales dirigentes, muchos de ellos nacidos y criados bajo el ala de don Julio, no avizoran nombres ni paradigmas fuera de la tradición unipersonal de don Julio.

Esa clase de ejercicio del poder no tiene legado. Depende de la palabra, la muñeca, el pacto a media voz y otras acciones y atribuciones del capo, indelegables como las huellas dactilares.

Se viene un tiempo de orfandad en la AFA, quizá de mala réplica de un sistema solar cuyo sol acaba de apagarse. No estaría mal que el estilo Grondona muriera con él. Y, no importa con qué nombres, comenzara una etapa de mayor democracia, transparencia, horizontalidad, uso racional de recursos y atención al fútbol como propiedad popular representada por los clubes.

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