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Cambio de aire

BUENOS AIRES -- Los vecinos de Avellaneda, aunque con experiencias distintas, vienen de temporadas ingratas. Independiente logró el ascenso exigido, es cierto, pero lo hizo penando, con el último cartucho en una final ante Huracán. Y después del inédito infortunio del descenso, cuyas secuelas todavía se perciben.

Racing terminó antepenúltimo en el torneo Final, luego de haber apelado a su último recurso, el entrenador fetiche, Reinaldo Merlo, quien sucumbió junto a un equipo sin rumbo ni mística, del que se esperaba, por la jerarquía de algunos de sus integrantes, una propuesta más ambiciosa.

La historia inmediata podría haberlos disminuido. Haberlos vuelto reticentes, conservadores, inclinados a recuperar el escenario principal de a poco, con prudencia, hasta reconstruir la confianza.

Sin embargo, uno y otro, en la elección de los entrenadores y en la conducta táctica exhibida en la apertura del campeonato parecen dispuestos a reconquistar la grandeza con la agresividad de los que se sienten poderosos.

O, por lo menos, con la generosidad de los que, a contrapelo de la moda, no piensan en ganar los partidos en una jugada, en un detalle, en una pelota parada, sino por la persistencia en el ataque.

Racing tiene una ventaja. Se reforzó a la altura de un club rico (¿lo será y nos tiene a todos engañados?). Por caso, frente a Defensa y Justicia, tres jugadores como Cerro, Castillón y Villar, que cualquier entrenador incluiría en su formación titular, entraron en la segunda parte, con el partido definido.

Al margen de los nombres, el equipo, si bien enfrentó a un debutante en Primera, mostró que las convicciones ofensivas que se le atribuyen a su técnico –y la aptitud para aplicarlas– no son mero discurso.

Lo de Independiente es acaso más radical. Pasó de un técnico realista y mesurado como De Felippe –con esos principios consiguió ascender, no lo olvidemos– a Jorge Almirón, que en su primera aventura en un club grande y con antecedentes todavía escasos en la profesión, se lanza a imponer un equipo protagonista por su voluntad de ir al frente.

Según él –y quienes conocen el paño–, Independiente no acepta transiciones. Una vez redimido del mal paso, la obligación es la de siempre. Ganar y pelear el título. Claro: decirlo resulta sencillo, pero el equipo está convencido de llevar estas premisas a la práctica.

Arrancó bien. Contundente aunque descompensado (defender mal no significa denuedo ofensivo sino temeridad o desorden). Con espalda para golear a un rival duro como Rafaela.

No tiene el elenco del que puede jactarse Racing, pero algunos apellidos reciclados con inteligencia (Mancuello, gran figura, Pisano), más el aporte esperanzador de Lucero, un delantero picante, permiten las ilusiones.

Igual, esto recién empieza y cualquier pronóstico puede desintegrarse en un par de fechas. Pero no porque esos avatares formen parte del menú cotidiano de las canchas hay que abstenerse de reconocer a dos equipos que, por muy necesitados que anden, se comprometen a elevar el promedio, hasta aquí un tanto bajo, del fútbol argentino.