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Laudonio, el Pibe de Oro

Dos leyendas del boxeo argentino: Laudonio y el empresario Tito Lectoure Archivo

BUENOS AIRES -- Se fue Abel Ricardo Laudonio, y con él, también, se va toda una época. Sonrisa contagiosa, una voz finita y algo disfónica, buena planta de boxeador clásico: la izquierda en punta, los movimientos necesarios, la derecha a fondo... Fue un digno y típico producto del Almagro Boxing Club, que todavía hoy privilegia la escuela del "pegar sin dejarse pegar" y aquello de "antes que el campeón, el hombre".

Abel y su hermano, Oscar --conocido hoy por "El loco Banderita" y sus actuaciones previas a la salida de Boca-- eran de Villa Urquiza. Había nacido el 30 de agosto de 1938. A los once años, y de la mano de uno de los más grandes pesos pluma que dio el boxeo argentino, José "Cucusa" Bruno, Abel ingresó a un gimnasio en el club Excursionistas. Pesaba 35 kilos.

Tal vez comenzó demasiado joven, pero lo cierto es que se retiró cuando apenas tenía 27 años... Como amateur realizó 101 peleas: se cansó de ganar títulos hasta que, en 1960, fue medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Roma. Como profesional y entre 1961 y 1965 efectuó 55 peleas con 47 victorias, 36 por nocaut, 6 derrotas y 2 empates. Se retiró en posesión de su corona nacional de los pesos livianos.

El 14 de noviembre de 1964, se anotó la más fulgurante victoria de toda su carrera, cuando se impuso por puntos, en el Luna Park, a Nicolino Locche, "El Intocable" y le arrebató el campeonato argentino ligero.

Había perdido con Locche anteriormente y en tercer y último combate que libraron, Nicolino volvió a derrotarlo por puntos.

Fue propietario de un gimnasio que hizo historia en su barrio, jamás dejo de trabajar en el Banco Provincia de Buenos Aires y si decimos que fue un "Golden Boy" fue porque, en aquellos años, se convirtió en sinónimo de buen decir, de respeto por el rival, de caballerosidad en el ring... una especie de "Chico prodigio" que conquistó también al público femenino. Tal fue la admiración que despertó entre sus propios colegas que Carlos Monzón, en su homenaje y cariño, bautizó a uno de sus hijos, justamente, Abel Ricardo...

Pero... algo falló, puesto que se retiró muy temprano de la actividad. Alguna vez nos confesó con su eterna sonrisa, que si de algo podía jactarse y sentirle orgulloso era, justamente, de aquella victoria ante el gran Nicolino Locche.

Y, efectivamente, el día que haya que recordarlo, habrá que hablar de su sonrisa, de su bronce olímpico, de su buen decir, de sus asistencias al colegio siendo ya un boxeador destacado pero, y ante todo, de aquella noche en el Luna, cuando le ganó a Nicolino...