Washington Cucurto 10y

Hacia Boedo

BUENOS AIRES -- El tipo se me apareció de golpe, yo estaba en la parada del bondi, esperando el 128 para ir a laburar. Y de pronto lo vi. Era un tipo alto, con cara de loco, traía unas botas de lluvia y una campera de cuero, de esas que usan los leñadores en algún bosque de la Patagonia.

- Disculpe, caballero, ¿sabe dónde queda Boedo?

- Tiene que tomarse el 128 y bajarse en San Juan y Boedo, ese es el corazón de Boedo.

- Ah, sí. Hacia allí voy. Nunca conocí Boedo. ¿Está bueno ese barrio?

El tipo me estaba cargando o qué. Extranjero no era. Pero nadie puede conocer Buenos Aires en su totalidad. Se necesitan varias vidas para que uno pueda conocer toda la ciudad.

- Mire: haga lo que le digo, tómese el 128 y se baja ahí. Estará en el centro del barrio y podrá disfrutar, si es eso lo que desea. Yo voy para ahí. Si quiere, vamos juntos.

El colectivo apareció y lo empujé para que se subiera conmigo. El tipo era gigantesco, como venido de otro tiempo, casi no hablaba.

- ¿Y para qué quiere ir a Boedo? ¿A dar una vuelta? ¿Y quién quiere dar una vuelta por Boedo a las siete de la mañana?

- Bueno, quiero divertirme. Busco un bar de fútbol. El Pitágoras. ¿Lo ubica?

Conozco bien Boedo, pero jamás escuché hablar de un bar con ese nombre. Sería nuevo. ¡Me cacho en Dios! ¿Cómo es posible que no conozca ese bar?

- No lo conozco, pero podemos preguntar. ¿Y para qué quiere ir a ese bar?

- Ahí se reunirán hoy los cinco hinchas de San Lorenzo más famosos de la historia.

De pronto, entendí todo. San Lorenzo iba a jugar la final de la Copa Libertadores ante un ignoto equipo paraguayo. Por primera vez en cien años, el equipo de Boedo podía coronarse campeón de América. No era poco, al fin de cuentas.

- Y usted quiere ir a ese bar para encontrarse con los hinchas...

- Claro, vengo de Entre Ríos a pie. Habrá un rezo especial por San Lorenzo y quiero estar ahí, en el bar Pitágoras.

- Está bien, está bien, lo llevaré a ese bar. No lo conozco, pero lo encontraremos.

La calle Boedo estaba cortada, la gente esperaba el partido en las calles. Se vendían banderas y gorritos con los colores de San Lorenzo. Había una estatua, en la esquina de Boedo y Estados Unidos, dedicada al Papa Francisco.

Se vivía un gran clima festivo. Nos contaron que los vecinos no durmieron en toda la noche y decoraron las calles más importantes para que a la noche todo sea un festejo inolvidable. Preguntamos, pero nadie conocía el Bar Pitágoras.

El gigante comenzó a impacientarse. Quería llegar al rezo junto a los cinco hinchas más importantes de San Lorenzo. Uno era Vigo Mortensen, otro era Fabián Casas.

- ¡Pero yo a Fabián Casas lo conozco!, grité cuando el gigante pronunció su nombre. ¡Es amigo mío!

- Los otros tres hinchas son el Papa Francisco, El Bambino Veira y un nombre que no le puedo decir...

Un kiosquero nos dijo:

- La única que te queda es el templo evangelista, adentro tiene un pequeño barcito. El templo está en San Juan y Maza.

Cuando ingresamos al templo no lo pudimos creer. Estaba lleno de hinchas de San Lorenzo, con banderas, camisetas, todo flameando al viento y cielo de la religión. Todos rezaban un extraño canto evangelista.

El gigante se arrodilló en medio de la iglesia y comenzó a llorar mientras abría sus brazos mirando al cielo.

- Oh, energía de todos los hombres, oh gloriosos cielos celestes de mi país, les suplico que San Lorenzo se consagre campeón de la Copa Libertadores. Hoy sin falta, debemos ganarle a Nacional.

Y todos comenzaron a decir el mismo salmo. Y fue tanta la energía de los hinchas de San Lorenzo, tan poderosa su fe, que la iglesia se sacudió como si fuese una montaña.

Ahí comprendí que nadie tenía más fe que un hincha de San Lorenzo. Siete y cuarto de la mañana, mucho frío en Boedo, todo el mundo rezando.

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