Alejandro Pérez 10y

El recambio llegó para quedarse

BUENOS AIRES -- Se lo esperaba desde hacía varios años, aún desde antes de lo aconsejable. Se lo pronosticaba dramáticamente, si se lo miraba con miedo, o con confianza, si la mirada era más optimista. Pero la incertidumbre parecía el hilo que unía a ambas posturas. Los vaticinios y las incógnitas por saber cuándo y cómo llegaría el recambio generacional en la selección argentina de básquetbol vienen siendo una constante en los últimos años.

Y ese momento llegó, sin dramas, con naturalidad, para quedarse y empezar a hacer lo suyo. El recambio ya está en marcha y afrontará su primer gran desafío en el Mundial de España.

Aunque algunos de sus protagonistas parecen empecinados en demostrar lo contrario, la Generación Dorada no será eterna. Su fecha de vencimiento es inminente. Y a sus reemplazantes les llegó una oportunidad inmejorable.

Podemos discutir si este recambio que vivirá Argentina en la Copa del Mundo fue decidido u obligado. Un poco y un poco. El técnico Julio Lamas siempre tuvo en mente que, entre otras tareas, debía conducir esa etapa en la que aparecerían nuevos nombres.

Fue partidario de reemplazos graduales. Se propuso que la transición no fuera brusca. La comenzó en los Juegos Olímpicos de 2012 sumando a Facundo Campazzo y eligiendo a Marcos Mata por sobre Paolo Quinteros.

Sin embargo, los imprevistos también lo obligaron a otras elecciones forzadas. La conformación del plantel en el Torneo de las Américas 2013, por la ausencia de los "olímpicos" propició una amplia presencia de jóvenes con mínima experiencia internacional y mostró que se estaba en un camino con nuevos nombres que llamaba a acelerar el paso y que no tenía retorno.

Los regresos de Ginóbili, Prigioni, Delfino y Nocioni hicieron ilusionar con volver a un pasado reciente y glorioso. Pero no. Las lesiones crueles, inesperadas, pero también lógicas cuando se habla de jugadores de más de 30 años, promovieron la profundización del recambio generacional. Que no es definitivo, pero sí ahora es mayoritario.

Argentina se presentará en el Mundial con un plantel de 28,5 años de promedio. Con ese registro no se lo podrá denominar un equipo novato. Pero es que los veteranos son muy veteranos: entre Prigioni (37), Gutiérrez (36), Herrmann (35), Nocioni (34) y Scola (34) disparan el promedio a 35,2 años. Una enormidad.

Por suerte, los siete jugadores restantes, Mata (28), Safar (27), Laprovittola (24), Campazzo (23), Delía (22), Gallizi (21) y Bortolín (21), tienen 23,7 años de media, y colaboran para hacer descender esa marca.

Fue tan buena la Generación Dorada que se "comió" varias camadas de jugadores posteriores. La selección ha tenido un escaso aporte de los nacidos entre 1981 y 1989. Apenas los advenimientos de Delfino (una estrella, es cierto) y de Juan Gutiérrez quedaron indemnes a cualquier cuestionamiento. Muy poco durante casi una década.

Entre los nacidos a partir de 1990 empiezan a aparecer pibes con virtudes incipientes, con proyección y posibilidades. Por ejemplo, Delía (2,07 metros), Bortolín (2,06) y Gallizi (2,04) colaboran para que Argentina presente, por primera vez en un Mundial, un plantel con ocho hombres por encima de los dos metros de altura.

Por el contrario, no es la estatura lo que hace sobresalir a Campazzo (1,78), si no sus notables cualidades técnicas y una personalidad a prueba de balas. Y por ahí anda Laprovittola con algunos de esos méritos.

Estos pibes, más otros que andan agazapados esperando su oportunidad, son la continuidad de la Generación Dorada. No significa que aseguren idénticos rendimientos y resultados. Sería injusto exigírselos hoy.

Tan injusto como reclamarle al básquetbol argentino que produzca Ginóbilis, Scolas u Obertos con una frecuencia solo esperable de las grandes potencias. Y Argentina en este deporte, por estructura, no lo es.

Estos jóvenes que hoy copan la selección nacional parten desde una buena base: al igual que los consagrados, se formaron en una Liga Nacional competitiva. Son producto de ella. Claro que, a diferencia de aquellos, no disfrutaron todavía del salto de calidad que les posibilitó jugar en ligas poderosas de Europa.

Sin embargo, no están solos, ni a la deriva. Hay un puñado de sobrevivientes de las proezas olímpicas que con su calidad intacta, bien sirven como ejemplo, como referencia y como guía. No es un capital para despreciar.

Pero a estos pibes les llegó la hora. La historia, indetenible, les tenía reservado este momento. A lo mejor, ni siquiera será esta Copa del Mundo su momento ideal. Tal vez, su mejor versión la ofrezcan en un futuro no muy lejano o quizás su máximo rendimiento nunca no les permita alcanzar grandes conquistas.

Por eso, que se fomenten incógnitas y expectativas es inevitable. Desde afuera habrá que ser medido y equilibrado. Adentro, solo ellos mostrarán de lo que son capaces y hasta dónde pueden llevar al básquetbol argentino.

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