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San Lorenzo, un campeón sin discusión en la Copa Libertadores

BUENOS AIRES -- San Lorenzo logró su propósito y finalmente se unió a un grupo selecto al que hace tiempo ansiaba pertenecer: el de los ganadores de la Copa Libertadores de América. Y más allá de discutir cuestiones puntuales, bien merecido lo tiene y en muy buena ley se consagró campeón, ya que respondió con lo que tenía que responder en cada momento.

Puede que el partido decisivo de la final no haya sido su mejor actuación colectiva; es cierto también que le costó mucho más de lo que se esperaba superar a un rival mucho más humilde como Nacional de Paraguay. Pero como tantas veces se dice, las finales hay que ganarlas, y San Lorenzo hizo exactamente eso.

A medida que pase el tiempo, los detalles quedarán relegados por debajo del gran logro, de una consagración que le puso fin a una obsesión. Es que cuando se logran las metas, hay que ser muy sensato en la crítica, porque siempre habrá margen para cuestionar. Pero este San Lorenzo, como tantos otros campeones, hizo muchísimos méritos para llegar a la final, mostró un funcionamiento colectivo que le dio resultado y, sobre todo, tuvo la actitud necesaria para superar cada instancia del torneo en la que estuvo "a todo o nada".

En la evaluación del recorrido que hizo por la Copa, no es poca cosa haberse clasificado como lo hizo, consiguiendo la diferencia exacta de gol en un partido que se jugó en dos canchas en simultáneo: frente a Botafogo en el Nuevo Gasómetro y en Chile entre Unión Española e Independiente del Valle de Ecuador.

Probablemente en esa noche de principios de abril terminó de tomar forma un proyecto colectivo y se empezó a forjar la mística de este grupo, que buscaba su rumbo bajo la conducción de un técnico que había llegado a principios de año. No era fácil la parada para Bauza, que debía reemplazar a un Pizzi campeón en el torneo local y luchar en dos frentes al mismo tiempo, sobre todo con la presión de buscar una Libertadores siempre esquiva.

Pero Bauza tenía detrás su experiencia copera, habiendo sido campeón con Liga de Quito en 2008. Tal como pasa con el jugador de fútbol en actividad, los años van agregando aprendizaje a partir de la repetición de situaciones vividas y le enseñan a uno cómo afrontarlas. Bauza supo muy bien que tenía que plantear una campaña que iba a ser siempre "a dos partidos", y su San Lorenzo se plantó así más firme que cualquier rival que se le cruzara en el camino.

Con el Mundial en el medio, casi han quedado en el olvido las dos primeras series que afrontó San Lorenzo, pero ahí fue cuando eliminó de manera sucesiva a dos de los candidatos: Gremio y Cruzeiro, este último quizás el mejor equipo de Brasil en la actualidad. Y a los dos los dejó afuera como visitante en Brasil, un terreno en el que la mayoría preferiría no tener que jugarse la suerte.

En ambas series fue clave sacar diferencia mínima en la ida, como local, para poder afrontar la vuelta con más tranquilidad. Y esto se repitió en las semifinales, pero de manera mucho más contundente: el 5-0 ante Bolívar le permitió a San Lorenzo no tener que lidiar con otro fantasma, el de la altura.

El empate en Asunción ante Nacional, si bien dejó un sabor amargo por haber dejado escapar la victoria en el descuento, le allanaba el camino a San Lorenzo para consagrarse como local. Pero Nacional empezó mejor el partido de vuelta y a San Lorenzo le costó mucho encontrarle la vuelta.

Como el mismo Bauza lo dijo, jugaron muy nerviosos. A veces el subconsciente le juega una mala pasada al jugador, que puede terminar relajándose o bloqueándose cuando ve que ya recorrió gran parte del camino y la meta está ahí, a la vuelta de la esquina. Tengo todavía presente el recuerdo de la final que con Boca jugamos ante Cruz Azul en 2001, cuando tras haber hecho una gran copa y haber ganado la ida en México, perdimos como locales y tuvimos que llegar a los penales para consagrarnos.

Seguramente San Lorenzo sufrió también la ausencia de los dos hombres que más desequilibrantes se habían mostrado a lo largo del torneo: ni Piatti ni Correa estuvieron en el partido decisivo, que así tuvo muchos menos duelos uno a uno, en los que ellos habían marcado diferencias en base a improvisación y velocidad.

Con la solidez defensiva de siempre y la generación de juego que arranca en Ortigoza y Mercier, San Lorenzo no fue muy distinto al de siempre del medio para atrás, pero adelante, le costó mucho más llegar por afuera y eso se notó mucho ante un rival muy prolijo, que se apegó a un plan de juego sencillo pero efectivo.

Como tantas veces hemos dicho, a veces es el planteo de uno el que no funciona, pero otras es el rival quien no permite que los planes salgan como uno deseaba. A San Lorenzo le pasaron ambas cosas, sobre todo en el primer tiempo, pero no se desesperó, aguardó su momento y lo aprovechó. Y en ese momento clave, tuvo al ejecutor ideal.

Lo de Ortigoza es una condición natural que además trabajó y perfeccionó, porque no es casualidad que haya metido 21 de 22 penales en su carrera. Tiene la frialdad necesaria para abstraerse de todo el entorno (la presión, el público, el arquero que no tiene nada que perder) y ejecutar con precisión, casi como si no pensara.

Quienes hemos estado en situaciones de gol sabemos perfectamente que es eso, el tiempo para pensar, lo que muchas veces nos hace errar. Cuanto más natural y casi automatizada es la ejecución del gesto técnico, más chances hay de conseguir la perfección.

De ahí en más, San Lorenzo tuvo la tranquilidad para clausurar el partido. Sin brillo ni lujos, es cierto, pero privilegiando alcanzar esa meta tan deseada por todo el mundo azulgrana: jugadores, cuerpo técnico, dirigentes e hinchas. Y bien merecido lo tienen todos.

Felicidades.