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El goleador inesperado

BUENOS AIRES -- Soplan vientos dulces en River y todos se deshacen en elogios. No es para menos: los partidos ante Godoy Cruz y Defensa y Justicia fueron muy parecidos a exhibiciones. La prueba cabal de un equipo afilado, mecanizado al extremo, con un ánimo desbordante y un espesor técnico llamativo.

No hace goles, sino golazos y no ofrece respiro al adversario. ¿Qué más pedir? Ah, sí. Rivales de otra estatura. Muy bien, ahora se viene San Lorenzo, un examinador de aspecto más exigente. Veremos.
Así como entregan su cabeza a la guillotina cuando las papas queman y la tribuna se impacienta, también durante el éxtasis estacional (esas rachas que a veces derivan en vueltas olímpicas) los entrenadores quedan en el centro de la escena.

Es una cuestión de economía: como no se puede despedir a once, se despide a uno, el que manda. Como no se puede dispersar el mérito porque pierde fuerza (otra vez once), se alaba al que decide la táctica. Aunque la táctica sea secundaria.

Cuando se jugaron apenas cuatro fechas del torneo, se dice que Marcelo Gallardo ha sabido inculcar su mensaje en el plantel. Que no necesitó más que ese período, por lo que se deduce que es un comunicador prodigioso.

Si bien es cierto que la acumulación de victorias y buenos partidos predisponen a la lisonja fácil, hay que reconocerle al entrenador de River ciertas transformaciones conceptuales.

En comparación con la exitosa gestión de Ramón Díaz, el equipo de Gallado es más persistente en la presión y más perseverante en la ofensiva, donde ha desarrollado a su vez mejores recursos.

Pero existe una virtud básica, indispensable, aunque no siempre subrayada en los técnicos capaces: el ojo para la elección de futbolistas.

Conviene detenerse aquí en la recuperación de dos jugadores que, descartados hace un año, Gallardo ha confirmado como titulares y resultan fundamentales en la estructura de River.

Uno es Rodrigo Mora, caído en desgracia con Ramón, quien está recobrando su eficacia. El otro, Carlos Sánchez, que, luego de un paso no muy glorioso por el Puebla mexicano, regresó a Núñez sin despertar grandes expectativas.

Es más, como al mediocampista uruguayo le tocó reemplazar a Carbonero, puntal del River que se consagró campeón el torneo pasado, arrancó la temporada subvalorado.

Sin embargo, Sánchez demostró que tanto su recorrido como sus condiciones técnicas y su llegada al área no son inferiores a las del colombiano. Es un jugador de pie sensible, gran despliegue, excelente pegada e incluso mayor compromiso en la recuperación que Carbonero.

Para completar su impecable ficha personal, ahora se ha destapado como goleador; y a veces finísimo, como en el tanto frente a Godoy Cruz.

No es novedoso. Sánchez ya había demostrado sus inusuales características de futbolista total. Pero al público no le caía en gracia. Nunca terminó de adoptarlo de buena gana.

No sólo se trataba de (falta de) carisma, ninguna hinchada es tan frívola. Quizá su temperamento para combatir la adversidad no tenía la consistencia requerida. Y además, a diferencia de la versión actual, solía incurrir en decisiones fallidas al final de las jugadas. Y esos errores a la hora de elegir el receptor (muchas veces soltaba centros porque sí) deslucían su trajín de sesenta metros por la banda derecha, su permanente oferta ofensiva.

Si, como es de esperar, tanto la parábola ascendente de River cuanto la confianza otorgada por el entrenador lo hacen crecer, veremos un gran campeonato de un enorme jugador.