Gonzalo Aguirregomezcorta 10y

Postales mundialistas: Sevilla

SEVILLA -- Un taxista sevillano me dijo mientras conducía por una calle que desembocaba en la Giralda que apenas se nota la afluencia de clientes por la celebración del Mundial de España.

"Esto no es fútbol. El baloncesto no mueve tanta gente. Lo vivimos en el Europeo (España 2007). Siempre es mejor que haya algún evento en la ciudad antes que no haya nada, pero no estamos notando diferencia con respecto a otros periodos".

Sus palabras no me extrañaron. En general, Sevilla es una urbe inundada de turistas capacitados para combatir el extenuante calor que azota la ciudad entre los meses de mayo y octubre. La Catedral, el Parque de Maria Luisa, la Plaza de España, el barrio de Triana y el río que le flanquea, la Alameda, el Barrio Judío y la infinidad de puntos de interés, iglesias, recónditas plazas, bares de tapas y calles estrechas, no albergan eternas mareas de aficionados entonando sus himnos al sol del día o a la cálida media luna de la noche. Sin embargo ahí están, no son multitud, apenas se dejan ver, pero existen.

La piel de la fruta no está hecha de fútbol pasión, pero en su interior sí se desgrana una élite gritona y entusiasta. En sus dulzonas entrañas si hay algo de corazón, mucho de hueso baloncestístico y un estruendo constante comparable a pocos deportes.

Porque cada vez que Argentina, Filipinas o Grecia anota una canasta, el pabellón de San Pablo se cae abajo. Así sucedió en las dos primeras jornadas, y así sucederá en las tres que restan. Y no hace falta anotar; un tapón, un rebote o un robo de balón encienden las almas de los presentes y dan vida a las inquietas banderas y bufandas. En el graderío, las ansias de victoria se enarbolan con poca cadencia, justo lo contrario que sucede al cálido aire de la calle sevillana.

Una gran mayoría de aficionados argentinos, seguidos de filipinos y griegos disfrutan de los encantos de Sevilla camuflados entre turistas al uso y locales; escondidos tras el compás de bulerías flamencas y el 'canalleo' sonoro de guitarra española y palmas hasta el amanecer; envueltos en aromas a 'pescaíto' frito, guisos para mojar pan y vinos secos, dulces y fríos. Y las calles se mantienen impasibles ante un impacto relativo de hinchas. Los adoquines siguen poniendo sonido al paso de carretas y caballos, y la arquitectura permanece impasible dando una vida más a los siglos de historia que esconden sus muros.

Sevilla es celeste cielo y amarillo limón; es naranja, como la fruta, como el esférico que lucha contra la gravedad cada jornada; es negra azabache desenmascarada por la luz de sus monumentos, por el arte de sus gentes. Pero también guarda tonalidades albicelestes, acentos que llegan de más allá del Atlántico prendados con la manera de hablar oriunda. Sevilla tiene estos días otros toques azulados de mirada extendida, llegados de oriente; también hay blanco heleno dispuesto a brindar un duelo de países con historia; rojo croata, guasa boricua y negro azabache, risueño y africano.

En esta postal no se pueden reproducir las imágenes, los olores y las perlas sonoras y gustativas que brinda la capital de Andalucía, pero sí se puede tratar de reproducir lo que piensan de ella aquellos que la ven por primera vez.

"Se habla mucho de otras ciudades de España, yo quedé encantada con Sevilla", sostuvo una aficionada argentina que aprovechó el Mundial para viajar por el país. Tiene algo de la esencia que tenemos allá: gente en la calle, buen carácter, sentimiento familiar... pero también tiene unos monumentos que son mágicos y la ciudad está limpísima para el flujo de gente que tiene. Me quedan cosas por ver, pero lo que ya vi me pareció espectacular".

Los amigos que la acompañan asienten. Añaden que la vida nocturna y la cultura gastronómica les tiene himnotizados, sostienen que el calor limita sus energías, pero que la preciosidad de la ciudad mantiene intactas sus ansias curiosas. Esas que vencen siempre que no forman parte de los casi cuatro mil aficionados que inundan el pabellón en cada partido.

Dice la canción que 'Sevilla tiene un color especial'. Aficionados y periodistas estamos comprobando lo acertadas que son estas cinco palabras que se cantan y bailan con la soltura de una tierra que goza de una cultura ancestral.

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