<
>

FIBA debe reflexionar cuanto antes

Scola ha sido eje del equipo argentino por años, pero es momento de cambiar por el bien del equipo EFE

Supongamos que usted es dueño de una franquicia NBA. Tiene buenas intenciones, siente profunda admiración por la competencia internacional y, pese a que cada uno de sus jugadores es una inversión multimillonaria, decide dejar a libre albedrío la decisión de que participen o no con sus selecciones.

Da un paso atrás y asume los riesgos. Abre los ojos pero preferiría cerrarlos, como un padre que ve por primera vez a su hijo cruzar la calle solo. La responsabilidad es mayúscula, los riesgos también. Pero la vida es un poco eso, ser y dejar ser. El pájaro más fiel, piensa, es el que regresa a la jaula contento, no el que pasa el resto de sus días encerrado.

Las cartas están sobre la mesa y usted, viejo conocedor de esta clase de circunstancias, decide. Condena o bendición, lo hace con entereza. Y pese a las críticas generalizadas, pese a que hubiese preferido que su propio zoológico de cristal jamás ceda a una fisura, piensa que sí, que el sentimiento también merece ser respetado. Y justo cuando está convencido de haber hecho lo correcto, llega alguien y le palmea la espalda.

"Cinco partidos en seis días", dice. Usted, que utilizaba ambos puños cerrados para descansar el mentón, se echa hacia atrás, los abre y empieza a utilizar sus dedos para contar. Tiene que hacerlo más de tres veces, con ambas manos, para poder llegar a la edad de las estrellas que recibieron su concesión. Y es ahí, entonces, cuando se da cuenta que lo que permitió es, quizás, lo más riesgoso y tonto que hizo en años.

¿Culpa suya? No, usted obró de buena fe cumpliendo el deseo del jugador. La culpa es de la organización: un torneo que reúne 24 selecciones no puede pretender resolverse en 16 días.

Comparemos con el Mundial de fútbol, que dura algo más de un mes. El tiempo de recuperación para esta clase de atletas es tan importante como necesario. Es inhumano jugar en las condiciones que pretende FIBA en la actualidad. Pongan la excusa que quieran: calendario, televisión (escasa, porque deberíamos ver muchos más partidos que los que vemos para que el producto se potencie), costumbre, etc.

Algún oportunista dirá: en la NBA se juega todos los días. Es correcto, pero sólo en parte. Veamos: en la Liga estadounidense no es muy habitual que se juegue en días consecutivos y, si sucede, los juegos no tienen tanta trascendencia como en un Mundial. Aquí hay sobredosis de adrenalina. Se juega con la espada de Damocles en la cabeza noche a noche, minuto a minuto. Tensión y sentimiento se mezclan, las estrellas vuelven al barrio, a sus orígenes, y son capaces de dar un extra celebrado por sus compatriotas pero que, en el plano objetivo, puede ser peligroso en el futuro cercano.

Ocurre otra diferencia radical entre una competencia y otra. En la NBA, la rotación se permite mucho más debido a la calidad profunda de los planteles. En las selecciones FIBA, rara vez los equipos poseen más de tres fichas NBA, por lo que su importancia dentro de una estructura es clave. Un ejemplo claro: Luis Scola no es lo mismo para Argentina que para Indiana Pacers.

El ejemplo de Scola es válido para continuar, porque Luis, de 34 años, promedió 17.1 minutos por aparición en Indiana en la temporada que pasó y lleva 34 de promedio en los tres juegos -en días consecutivos- que participó con la selección en España 2014. Es decir, exactamente el doble con mayor intensidad y despliegue.

Respetando estos números sería para Luifa, en la NBA, algo así como jugar diez partidos en cinco días.

Pablo Prigioni, de 38 años, promedió 19 minutos por partido en los Knicks en la temporada pasada y lleva 29 con Argentina en las tres presentaciones del equipo de Julio Lamas en Sevilla. Esto se desprende de las necesidades de uno y otro equipo por sus servicios y no sería preocupante si al menos las estrellas tuvieran algo más de tiempo de descanso para recuperar. De lo contrario, la combinación de veteranía con esfuerzo es altamente peligrosa.

La fórmula se repite en gran cantidad de casos, sobre todo en las selecciones que cuentan con menos talentos NBA, obligados a demostrar esfuerzo y calidad en cada minuto que están sobre el parquet.

En definitiva, soy de la idea de que las selecciones deben tener a los mejores jugadores en su plantel, sean NBA o no. Sería lo justo y lo necesario para que los torneos sean de elite. Todos deberían ser cedidos, pero aquí se está equivocando el camino, se tira al aro contrario antes de empezar a jugar. En el futuro, FIBA, para poder torcer la voluntad de las franquicias NBA -o, al menos, para dar un guiño de convencimiento- debe corregir esta sobrecarga de calendario.

Volvamos al principio. Supongamos, de nuevo, que usted es dueño de una franquicia NBA. Piense ahora en el Mundial 2019 que se avecina. Pasará de 24 a 32 selecciones y cambiará por completo el formato de clasificación, pero ¿acaso el calendario final del torneo decisivo tendrá la misma severidad? En caso de que esto sea así, por más buena voluntad que tenga... ¿Volvería a resolver lo mismo con sus estrellas internacionales?

Las cosas, en definitiva, dependen del cristal con el que se mire. Acción y reacción.

Ha llegado el momento.