Gustavo Fillol Day 10y

Reflexiones de un padre desairado

BUENOS AIRES -- Este es obviamente un problema que Earl Woods nunca tuvo. Pero no todos los padres somos el padre de Tiger.

Algunos somos padres de seres con motricidad promedio, heredada precisamente de nosotros.

En mi caso, la destreza corporal nunca fue un atributo destacado, pero encontré refugio en el fútbol, que tenía reservado para mí un asiento en las filas de atrás. Si era incapaz de eludir a alguien, al menos era capaz de arruinarle a otro la gambeta, y así me fui haciendo un lugar poco lozano como cajonero, pero lugar al fin.

Lo principal, pensando ahora como adulto en mi psicología de niño, era que me divertía, estaba con mis amigos y me sentía útil.

Adoraba el golf, pero de lejos, como a esa mujer que uno juzga inalcanzable.

Décadas más tarde caí en el repetido mantra de darle al hijo la oportunidad que el padre no tuvo, y llevé a mi retoño a una escuelita de golf.

Al poco tiempo me pidió que no lo llevara más, con el pesar que le inflingía desairar a su progenitor. Comprendí, pensando como adulto en su psicología, que el chico no se divertía, no estaba con sus amigos y no se sentía útil.

Efecto primero e inmediato del golf: hacerlo sentirse a uno básicamente un inútil. Si a eso le sumamos que los amigos del pequeño generalmente practican otros deportes, la cosa se dificulta todavía más. Y termina de complicarse del todo cuando agregamos el tercer factor: aburrimiento. Factor dramático para los impúberes de hoy, que tienen a su alrededor una sociedad dedicada a entretenerlos.

No es sólo una cuestión del grado de dificultad inherente a golpear una pelotita con un palo. El fútbol también es difícil. No todos hacemos jueguito, tiramos caños y pasamos gente de sombrero.

La principal cuestión es el formato. Deporte "individual", versus deporte "en equipo".

Es cierto, el golf puede jugarse en equipo, pero sigue siendo cada uno son sus palos y su bola, y todos cumplen la misma función. No existe un rol para los habilidosos, y otro papel, absolutamente distinto, para los menos ágiles.

No hay arquero ni defensor, y el resultado es la selección natural: los fuertes siguen adelante; los débiles quedan en el camino.

Los Tigers se divierten y avanzan. Los no-Tigers se aburren y abandonan.

Hace poco me topé con un torneo de menores, y lo que vi fueron máquinas. Máquinas infantes. Infantes maquinales, maquinalmente enfocados, maquinalmente concentrados, maquinalmente silenciosos, maquinalmente fríos, maquinalmente repitiendo swings. Swings maquinalmente perfectos.

Pensé que si ponía a mi hijo a competir allí, ellos iban a ser con él maquinalmente letales.

Veo a mi hijo jugar al fútbol y gritar, y reírse, y abrazarse... y no me alegra que no juegue al golf. Me entristece que el golf no sea así.

Entiendo que es un deporte de caballeros ingleses, de etiqueta y buenos modales. No tengo problema con eso. A mí me gusta el golf así como es.

Pero, así como es, no puedo pretender que a mi hijo le guste.

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