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Ambigua soltería

BUENOS AIRES -- Estoy condenado por el fútbol, queridos lectores. O mejor dicho, el fútbol decidió elegirme entre millones de fanáticos, hinchas y aficionados para continuar su vida bien pegadito a mí. Por supuesto que es un honor que me llena de alegría, de cierta felicidad, aunque hay momentos en que preferiría que el fútbol se vaya de mi vida para siempre.

Hace un par de días, mi ex compañera, Idalina Gómez, decidió reventarme una taza de mate cocido por la cabeza, cuando me descubrió viendo un viejo Boca--River, por internet. "¡Se acabó!", me gritó mi otra dulce flaca, "no te aguanto más, a vos y a tus estúpidos partidos de fútbol. Te hacés el cronista, el analista deportivo y sos un ganso".

En fin, me levanté de la mesa como un duque, sin chistar, todavía con las gotas de mate cocido mojando mis canas y salí de ese departamento dispuesto a no volver nunca más. "Papi, adonde vas", me preguntaron mis hijos. "A dar una vuelta, queridos..."

Salí dispuesto a hacer la gran Wafelfield, ese cuento que habla de un hombre que se va a hacer las compras y no vuelve nunca más y vive toda su vida a la vuelta de la casa de su familia. Muchas veces me pregunté, ¿Cómo un hombre puede hacer algo así? Hoy, entiendo perfectamente. Es el relato preferido de Borges.

Salí y la noche de Buenos Aires se entregaba lujuriosa a mi ambigua soltería, de pronto, me sentí libre de hacer lo que me plazca. Me fui a un bar de Recoleta, en la zona turística, esos bares que imitan a bares extranjeros. Me pedí una cerveza tirada y me senté frente a una mesa de seis señoritas. Por la tonada, por la melena y por el porte desmesurado, me parecieron holandesas.
Para mi sorpresa hablaban solo de fútbol. Exclamé para mis adentros, ¡maldición, otra vez el futbol en mi vida! Pero, ¿qué podía hacer? Hablaban de fútbol argentino, de la final que perdieron en el Mundial 78, de la última que perdieron por penales ante el equipo de Sabella.

Las chicas chocaban sus grandes vasos de cerveza en al aire, salpicándome, casi bañándome de espuma. Me miraban y sonreían. Tengo mi facha, todavía. Me vieron ganas de follar a la antigua.

Pero me paré y decidir darle la espalda al fútbol. Caminé por las callecitas hermosas de Recoleta y en la esquina estaban dos mujeres tomando un café y ¡hablaban de fútbol! Huí, pero a los pocos pasos, otras señoritas mas lindas aún que las anteriores, fumaban y bebían y comentaban sobre ... Sí, sobre el fútbol.

Era como una pesadilla, ¡todas las mujeres iban y venían hablando de fútbol! ¿Me estaba volviendo loco? Me desesperé, paré a una señorita en la calle para preguntarle la hora y ¡sorpresa!, me respondió con un resultado de fútbol. San Lorenzo 0, Arsenal 0.

Buenos Aires es la ciudad más futbolera del mundo, pero nunca pensé que a este nivel. El fútbol se me aparecía por todas partes, en las paredes, en las vidrieras, en la cara del colectivo que parecía Guillermo Nino. Todo de una manera u otra me remitía inexorablemente a la pelota.

Regresé corriendo, abrumado a mi casa, mientras a mi paso se me cruzaban feroces zagueros al estilo de Yepes, violentados Kannemans, dispuestos a bajarme, a realizar un fúl invisible.
Entré a casa y cerré la puerta. Ya todos dormían, me metí debajo de las sábanas.