<
>

La identidad post Guardiola

BUENOS AIRES --
Se invirtió la ecuación. Aquel demoledor Barcelona que alguna vez le impidió tocar siquiera la pelota a un Real Madrid colmado de estrellas en un 5-0 antológico, esta vez se entregó mansamente a su propia inoperancia.

El juego inabordable de posesión y precisión, aquel procedimiento demoledor que humillaba fue en el Bernabeu un mero recuerdo.

Es la hora del Madrid. De su velocidad, de su fútbol vertical, de su aguerrida defensa. Del gran Modric, de Cristiano y de James. De la contundencia ante la cual el Barça no opuso un mísero rastro de memoria. Por el contrario, dio señales de cansancio, de máquina fundida por la repetición, por el tedio, por lo que fuera.

Es todo un síntoma que sus jugadores más flojos hayan sido los que formaron la gloriosa columna vertebral del ciclo prodigioso fundado por Pep Guardiola. Xavi, Iniesta y Busquets parecían no dar la talla de un clásico de repercusión planetaria.

Justo ellos. Estuvieron imprecisos, desorientados, irreconocibles. El error de principiante de Iniesta en el tercer gol del Madrid es un indicio fatal de su momento, de lo que pasa con el Barça.

Con Messi, Suárez y Neymar en la línea de ataque es difícil imaginar un equipo indoloro y falto de recursos. Pero así fue. Suárez tuvo un debut aceptable, aunque se le nota la falta de ritmo. Neymar se iluminó a los tres minutos para poner a los visitantes en ventaja y luego se estacionó en la raya y se rindió ante Carvajal, de notable faena. Raro que un futbolista de su porte y en tiempos de incesante dinámica, permanezca tan quieto.

Párrafo aparte merece Messi, por distintos y sobrado motivos el estandarte del Barcelona que ha hecho historia. Quizá el encarna la nueva propuesta menos preocupada por la tenencia y la elaboración. Porque Messi se ha convertido en un administrador de su energía.

A diferencia de lo que hacía en otras épocas, ahora interviene lo justo y necesario. Dosifica su participación y hasta se torna amarrete. A veces, su chispa es suficiente para ganar los partidos. Ayer no alcanzó, como sí alcanza y abunda cuando enfrente está, digamos, el Rayo Vallecano, es decir en los juegos en que el Barça genera el espejismo de que su hegemonía se mantiene intacta.

El rosarino, al margen de una probable transformación en su estilo, puede que deba recargar sus convicciones. Atisbar un horizonte que, luego de haber ganado todo, de haber dado con su propio techo (allá en los cielos), lo estimule. Lo obligue a abandonar el paso cansino con que recorre la cancha la mayor parte del tiempo.

Se habló hasta el cansancio del récord a batir como goleador de la liga. Era su día para colgarse otra medalla. Para ostentar otra marca despedazada. Pero se ve que ni eso le entibió el ánimo.
Que quede claro, el Barcelona es gran candidato a ganar la liga. Pero siempre lo es. Y figurará en la Champions entre lo más granado de Europa. Tampoco representa una novedad. Con lo que tiene, que es mucho, le sobra para disputar cada podio.

Pero la identidad que hizo escuela, aquel poderío sin espejo, el asombro como pan de cada día, hoy están lejos de su realidad. No es para alarmarse ni llorar sobre la leche derramada. Simplemente es menester saber cambiar. De lo contrario, el equipo catalán se convertirá en una mueca del viejo esplendor.