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Una prueba de carácter

BUENOS AIRES -- Es tiempo de apuestas y de vaticinios, de análisis y de corazonadas. Hasta los meteorólogos, gente acostumbrada a los pronósticos, se ven obligados a pronunciar su opinión, pues se teme que, en la primera semifinal de la Copa Sudamericana a disputarse en la Bombonera, las nubes traigan lluvia.

La magnitud del Superclásico pone en funcionamiento una vez más la maquinaria de las especulaciones. También es una parte divertida del asunto.

El gran partido encuentra a River en una difícil transición. Si bien Carlos Sánchez y Teo Gutiérrez, requeridos por sus respectivas selecciones, llegan relativamente frescos y el equipo de Gallardo tendrá a sus mejores nombres en la formación titular, es momento de vacilaciones.

Aunque el equipo no varió (la salida de Kranevitter no lo explica todo), el rendimiento es notoriamente inferior al del arranque del torneo, cuando River se instaló como la gran sensación e inspiraba entre los rivales esa clase de respeto que inhibe.

¿Qué cambió? Cuando el DT habla del desgaste físico a causa de la doble competencia tiene razón. Pero hasta él mismo sabe que hay algo más. Que el empate frustrante ante Olimpo obedece a razones futbolísticas. A que ciertos resortes del sistema de River han perdido efectividad.

Hay una merma en las prestaciones de algunos jugadores, pero la sensación es que las convicciones sobre el modelo táctico se han resentido.

Son necesarias ciertas mejorías individuales. Por caso, Pisculichi, ficha clave en la organización, en la multiplicación de recursos para que el equipo sea profundo. Para que, ante la presión, evite repetirse.

Todos son buenos, pero Pisculichi es el que tiene la visión panorámica más completa, además de la inteligencia para tomar decisiones y la sensibilidad en la zurda para marcar el rumbo.

A River, en parte por el cansancio, en parte por motivos insondables, le está faltando sintonía fina. Precisión en velocidad. Pies receptivos y certeros. Sincronización. Y algo de perseverancia grupal para recuperar la pelota lo más lejos posible de su arco. Sin eso, su estilo y su enorme eficacia se desmoronan.

Pero el partido ante Boca es sobre todo una prueba de carácter. Ahora que River ya no despacha rivales sin despeinarse, que ha perdido el invicto de 31 fechas y que hasta sufre con un equipo del fondo de la tabla en su propio estadio, debe demostrar que no renunciará a sus métodos.

Que no afrontará la transición con un libreto de emergencia, hasta que pase el chubasco y el plantel recupere energía.

A Boca se impone claramente en enfrentamientos internacionales. River, por su parte, tiene una planilla impecable en la presente Sudamericana, donde ha ganado todo. Así, se podría rebuscar en la estadística información a favor y en contra del equipo de Gallardo. Sin embargo, el antecedente a considerar es este tramo negativo, de desconcierto futbolístico, que le toca atravesar.

Eso y no las historias narradas en los anales del Superclásico definirán la actitud de River cuando salga a la cancha. Si es verdad la muletilla de que se trata de un partido aparte, a los de Gallardo les resultará más sencillo hacer borrón y cuenta nueva.

Y retomar –o intentarlo, por lo menos– ese protagonismo casi prepotente basado en el compromiso del equipo para defender y atacar. Sobre todo para atacar, de manera por momentos lujosa, con todo el talento disponible en las tres líneas al servicio del gol.